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Santa Muerte suplanta al Estado: José Gil
Santa Muerte suplanta al Estado: José Gil
8 minutos de lectura
Santa Muerte suplanta al Estado: José Gil
20 de febrero, 2011
Por: Paris Martínez
@WikiRamos 

Con rostro inexpresivo recibe las solicitudes de la ciudadanía: salud, trabajo, techo, educación, seguridad, bienestar social, mientras mantiene una mano estirada, como si esperara recibir algo a cambio de sus favores. No es, empero, el burócrata en turno al frente de la Ventanilla Única de Atención en alguna oficina de gobierno, sino la Santa Muerte, cuya figura cadavérica cubierta por un sayal sigue cumpliendo, al cabo de la primera década del siglo XXI, la misma función conferida por los mexicanos hace, al menos, 200 años: “ser catalizador de la inconformidad social, ante las carencias de todo aquello que debería darnos el Estado de forma obligatoria”.

El periodista José Gil Olmos, autor de Los Brujos del Poder (investigación editada por Random House Mondadori en dos tomos) y quien el próximo fin de semana presentará en la Feria del Libro del Palacio de Minería su más reciente obra, Santa Muerte, la virgen de los olvidados, asegura que, ante la actual crisis del Estado (que afecta a la familia, el gobierno, la economía, la cultura, las instituciones eclesiásticas y la paz social), “existe gente que, en vez de irse por la ruta de la violencia, la confrontación o la protesta, sigue la ruta de la religión en busca de protección, pero no de la religión en su sentido doctrinario, sino en forma de cultos populares, el más importante de los cuales, en la era moderna mexicana, es la Santa Muerte”.

“La fe –subraya el investigador– tiene gran importancia durante los periodos de crisis, lo que puede verse en la actualidad, ante las expresiones de depresión social que estamos viviendo, acompañadas de cierta patología de la sociedad a causa de la violencia homicida. Los mexicanos nos estamos descubriendo como no queríamos: en la inmovilidad, en la apatía, con actos de crueldad que jamás habíamos pensado, como las decapitaciones que ya se volvieron comunes o las recientes ejecuciones en las que a las víctimas les fue arrancada la máscara facial, todo lo cual, en vez de generar desesperanza, detona muestras muy fuertes de fe popular”.

Y es en su carácter “popular”, en ningún caso subordinado a estructuras institucionales o jerárquicas, donde radica el éxito de la Muerte como emblema de fe, señala Gil Olmos, al grado de que sus seguidores podrían alcanzar ya los diez millones repartidos entre México, Centroamérica, Estados Unidos, Canadá y, según algunos académicos, también con presencia incipiente en España, Italia y Alemania.

Y entre ellos, subraya, puede verse no sólo a integrantes de las clases económicamente más desposeídas, sino también, ahora, a miembros de la clase media y personajes destacados de la vida política, como la líder magisterial Elba Esther Gordillo o el secretario de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna.

La muerte enamorada, la vida desatenta

Más allá de los paralelismos que pueden encontrarse entre la Santa Muerte moderna y las deidades precolombinas como Mictlantecutli (el señor del inframundo azteca), los primeros indicios del culto a esta figura, en sus actuales términos, puede rastrearse al año 1797 cuando, “de acuerdo con documentos eclesiásticos, la Inquisición detecta en el pueblo de San Luis de la Paz, Guanajuato, un grupo de indígenas que le rendía culto a una figura esquelética a la que llamaban Santa Muerte, y a la que le pedían lo que le siguen pidiendo hoy: protección. Lo que la Iglesia católica hace es prohibirla, marginarla y tratar de satanizarla”.

Casi en la misma época, afirma Gil Olmos, en la ciudad de Antigua, en Guatemala, que se encontraba en ese momento atacada por la peste, un indígena tiene una visión. Según las narraciones tradicionales, a este integrante de la etnia maya se le presenta San Pascual Bailón, un fraile franciscano español del siglo XVII (ya santificado) que acude a él con la forma de un esqueleto vestido con un sayal y le anuncia que va a morir en nueve días, pero que a partir de ese hecho su pueblo se salvará de la epidemia; así sucede y los pobladores comienzan a rendir culto a San Pascual, pero en su representación cadavérica, práctica que la Iglesia prohíbe nuevamente y los feligreses se llevan su efigie principal a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, donde se erige la iglesia de San Pascualito Rey.

De nuevo, esta figura cadavérica ataviada con un sayal vuelve a venerarse, de forma clandestina, durante la Revolución Mexicana, tiempo durante el cual circulan estampas que lo mismo portan soldados que insurgentes y, en general, las clases marginadas.

“Durante y luego de la Revolución –afirma el periodista–, el Estado mexicano emprende la construcción de una nueva identidad para la nación, empresa en la cual se involucran grandes artistas de la época y destaca la labor de José Guadalupe Posada, quienes ven en la Muerte un emblema de identificación popular, al grado de que, con Lázaro Cárdenas como presidente, se da un fuerte impulso oficial a la tradición del Día de Muertos. Entonces la muerte se convierte en un símbolo de identidad patria.”

Para 1965, una nueva figura cadavérica comienza a ser adorada en el templo católico del poblado hidalguense de Tepatepec, “pero cuando el sacerdote se da cuenta de que esta figura de la muerte tenía más flores y más milagros que la virgen María, resuelve expulsarla y sus seguidores se la llevan a una casa, donde permanece hasta la fecha. Una década más tarde, en Zacatecas, ocurre exactamente lo mismo: la expulsión de los templos ha sido la constante en la  historia de la Santa Muerte”.

Y es que en el panteón católico existen al menos 40 santos vinculados con la figura de la muerte, no obstante, aclara el autor, “la Iglesia católica siempre ha visto en la muerte a una especie de rival, lo que se puede entender, porque se supone que el gran milagro de Jesús fue la resurrección, la victoria de la vida sobre la muerte”.

Ése es el origen de la incomodidad que su propio discurso iconográfico genera a la Iglesia y, como ejemplo, Gil narra una anécdota: “En una iglesia de Tacubaya estaba hasta hace poco una imagen del Niño de la Buena Suerte, que es un Niño Dios recostado sobre una calavera, al que comenzaron a rezarle los seguidores de la Santa Muerte tan pronto la descubrieron y terminaron por retirarla (…) Me parece que las jugadas de la Iglesia siempre han sido contra este culto popular, o contra el emblema de la muerte, pero, en vez de lograr marginarlo, la misma crisis en el seno de la estructura eclesiástica (con escándalos de malversación, corrupción y pederastia) ha enriquecido y propiciado el surgimiento de estas nuevas expresiones de fe, aunque no suplantando sus creencias anteriores: en las misas a la Santa Muerte, ésta es mencionada en tercer lugar, siempre después de Jesucristo y la Virgen de Guadalupe, a quienes está, de alguna forma, subordinada”.

La muerte es un asunto solitario

El 4 de enero de 2011, el autoproclamado “líder espiritual de la Iglesia de la Santa Muerte”, David Romo, fue arrestado por su presunta implicación en el secuestro de dos feligreses de su propia secta.

Su caso es, con toda seguridad, el que mejor ejemplifica las dificultades y seguros fracasos que aguardan a quienes intenten domar a la Santa Muerte, encasillarla en un cuerpo litúrgico, encerrarla dentro de un templo, dulcificar sus facciones o sacar raja económica del clamor que despierta.

“David Romo es un exsoldado que en los años 80 trabajaba con las iglesias evangélicas del Bajío, en Guanajjuato, en labores de ayuda a migrantes –describe José Gil–, ahí se da cuenta del buen negocio que representa ser pastor de un culto, por lo que crea la Iglesia Católica Tradicional México-Estados Unidos, que en 2002 logra tener su registro de la Secretaría de Gobernación como asociación religiosa; en ese año, es invitado a la calle de Alfarerías, en la Ciudad de México, donde se encuentra el así conocido Santuario Nacional de la Santa Muerte, que es el altar a esta figura más conocido y concurrido de la capital del país y, meses después, Romo intenta llevarse la exitosa figura a su templo, ubicado a unas calles de ahí, a lo que sus primero cuidadores se oponen y se da un primer rompimiento.”

Romo no ceja en su intento y comienza a reclamarse líder supremo de este culto, oficiando misas en las que mezcla rituales santeros, como el sacrificio de animales, y a la postre, en 2005, pierde el registro de Gobernación, ante las presiones de la Iglesia católica.

Para retener a sus feligreses, Romo les inculca la idea de que la Santa Muerte debe tener una catedral, con lo que comienza a pedirles dinero y, con esto, llegan las denuncias de fraude en su contra.

Luego, en 2007, el hallazgo de capillas a esta figura en propiedades de distintos narcotraficantes dio pie a que se consolidara la idea generalizada de que se trataba de una deidad de delincuentes y homicidas, afirma el periodista, por lo que Romo toma una decisión audaz, aunque poco productiva: le pone piel a la calavera que adoraba y la bautiza como el Ángel de la Santa Muerte.

Para dicha efigie, destaca Gil Olmos, fue usada como modelo la misma esposa de Romo, detenida junto con él en enero pasado.

De esta forma, las extorsiones y fraudes a sus feligreses, así como la “expulsión” de la figura tradicional de la muerte del templo en la colonia Morelos sellaron el destino de Romo.

Estas acciones, afirma el periodista, “generaron un éxodo de devotos que volvieron a proteger sus imágenes dentro de sus hogares, lo que provocó un boom de las capillas a la Santa Muerte en todas las colonias y barrios de la ciudad y, a la fecha, podemos decir que no hay un estado en el país donde no haya presencia de la Santa Muerte, pero en su versión de culto popular: sin templos, sin pastores, sin rezos establecidos. A la muerte cada familia le reza como quiere”.

–¿Cuál fue la meta impuesta cuando emprendiste esta investigación? –se inquiere al investigador.

– Traté de dar dos cosas –responde–: al devoto, más elementos de entendimiento e información sobre los orígenes de este culto; y al que no es devoto intentar quitarle esta idea de el de la Santa Muerte es un culto de delincuentes, de narcotraficantes, de drogadictos o alcohólicos, porque es un culto que ya permeó incluso a la clase media.

–Y, ¿qué aprendiste al concluirla?

–Siempre he creído que las religiones afectan más a la evolución humana de lo que ayudan, pero una cosa sí aprendí en esta investigación y es la importancia de la fe en un periodo de crisis; tal como ocurrió en la Revolución y en la época preindependentista, de la violencia actual están naciendo santos, en Oaxaca, por ejemplo, un grupo de gente le reza a Benito Juárez… mi distancia de la religión se mantuvo, pero sí entendí lo que puede hacer la fe en momentos de crisis.

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