Home
>
Las sombras de la ciudad
Las sombras de la ciudad
5 minutos de lectura
Las sombras de la ciudad
15 de abril, 2011
Por: Rosario Carmona
@WikiRamos 

Son como fantasmas,  no son nadie, deambulan por la calle, viven como pueden, duermen donde sea y comen lo que encuentran o lo que pueden comprar con los pocos pesos que consiguen.

No tienen papeles que demuestren su existencia, ni actas de nacimiento ni credenciales de ningún tipo, sus hijos ni siquiera cuentan con cartas de alumbramiento, todos sus documentos los dejaron abandonados en la casa que alguna vez habitaron y de la que salieron huyendo por los malos tratos y vejaciones.

Son las víctimas de la violencia en casa, víctimas de la tragedia que se torna interminable cuando la historia se entreteje con la separación de una pareja que termina en un reclusorio.

Esa circunstancia les niega una existencia. Las adultas no pueden trabajar en sitios bien remunerados, sus hijos no van a la escuela, es un círculo del que tal vez nunca puedan salir.

Lazos en prisión

A Gisela le enseñaron que sólo estaba diseñada para tener hijos, que era lo único que hacía bien y así se lo demostró a su pareja.

Tiene 27 años y suma siete hijos (más dos que perdió en abortos). A su manera, era feliz, a pesar de los golpes y de las humillaciones.

De pronto, lo que para ella era “toda su vida”, se le vino abajo.

Su pareja, con quien se unió cuando ella tenìa 17 años,  fue a dar a la cárcel por robo. Sola, con 7 hijos, se le acentuaron sus problemas sicológicos.

Cuentan que a veces, en medio de crisis depresivas severas,  intentaba suicidarse, lo hizo varias veces hasta que sus vecinos llamaron a las autoridades, entonces vino lo inevitable:

“Sus siete hijos fueron a parar a distintos internados del DIF, todos separados, A ella la enviaron  al hospital siquiátrico  Fray Bernardino, ahí empezó lo peor. Después de un tratamiento la dejaron salir y comenzó a vivir en la calle.

Parte de su vida es narrada por personal del albergue en el que actualmente habita: “cuando toma sus medicamentos es una excelente persona, le echa ganas al trabajo, busca como superarse, pero en cuanto los deja de tomar regresa  a lo  mismo, depresiones, pierde sus ganas de vivir”.

En sus ratos libres, dicen, va a ver a sus hijos, regados por  distintas casas hogar y albergues del DIF, pero prefiere ir a visitar a su marido en la cárcel, a él le lleva todo lo que gana, le da dinero y hasta los tenis o zapatos que a ella le regalan.

Gisela se embarazó por primera vez a  los 17 años, el más pequeño de los niños no tiene ni un año de nacido, el mayor apenas 10. Su pareja es 15 años mayor que ella y aunque siempre la golpeó y humilló, para ella era normal.

A veces no quería tener relaciones y su esposo le pegaba.

“Vive aquí sola y cuando está en sus mejores días busca trabajo, se arregla, se ve muy bonita y cuando está deprimida deja el trabajo y ya no quiere hacer nada”.

Gisela tiene familia. Pero no la quieren de vuelta.

La familia dice que les ha hecho de todo, “la hemos ayudado 50 veces y no la queremos más. Por su culpa su hermana casi pierde el matrimonio. Y te dicen: no la queremos, tengo una casa grande pero no la queremos”.

Actualmente trabaja en una cocina económica, pero todo lo que gana siempre se lo lleva a su marido a la cárcel.

Actualmente su pareja, cuenta el personal del albergue, le manda casitas de madera que construye en prisión, para que las venda y así obtenga algunos pesos más.

“Finalmente ella espera poder rehacer su vida en familia, en cuatro o cinco años cuando su pareja salga de prisión”.

Pero las circunstancias no son alentadoras. Todo indica que Gisela, nunca podrá recuperar a sus hijos.

Cuando los sueños se convierten en pesadillas

Dulce soñaba con ser abogada.

Ella misma cuenta su historia. “Mi padre murió en un asalto cuando yo era niña”.

Antes de eso tenía una vida feliz, dice, pero ese día, todo se vino abajo.

Tuvo que dejar la escuela, su mamá unió su vida a la de un extraño y ella, simplemente se fue de su casa.

Comenzó a drogarse. Hasta hace unos meses vivía en la calle, por el metro Hidalgo, exactamente afuera de la Iglesia de San Judas Tadeo (Santo patrono de las causa difíciles). Cubría a sus 4 hijos con lo que encontraba, su mayor preocupación es que les hicieran algo.

Yaretzi, sonríe con una inocencia que arrebata, mientras su mamá llora al repasar su tragedia.

La pequeña de tres años es parte de esta familia que lucha, según explica Dulce, por salir adelante.

Tengo otros tres hijos Yamilet, Josgart  y Moisés. Pero él no está con ella, sus tíos se lo arrebataron y sólo sabe que se encuentra bien.

Con un esposo consumidor de droga, que lleva ya dos años en la cárcel “por un problema que tuvo”, esta mujer trabaja en la cocina económica de una empresa de cosméticos.

“Tengo apenas un mes de vivir aquí, estuve cuatro meses en la calle, cuando me cansé de los maltratos de mis suegros y decidí que no podía más.

He sufrido mucho para que mis hijos estén conmigo, no los quiero perder, son todo para mí”, repite, mientras su voz se quiebra por el llanto.

“Aquí mis hijos tienen una vida, sus tres comidas al día, una cama, una cobija para taparse, tiene una guardería gracias a Dios, yo estoy trabajando en una cocina de una empresa, lo estoy haciendo todo por mis hijos, sí uno lo quiere sí se puede” (cambiar).

Explica que ya tiene cinco años que se dejó de drogar y busca salir adelante, ya no duerme en cartones ni vende paletas en la calle, tampoco tiene que decidir entre darle de comer a sus hijos o pasar la noche en un hotel.

Habla de sus sueños: comprar una casa para que sus hijos tengan donde vivir y no anden como ella, drogándose en la calle, que no anden vagando.

De su hijo Moisés, el mayor, sólo sabe que está bien, sus tíos rara vez le llaman para informarle algo.

Esta mujer que alguna vez soñó con ser abogada, enfrentó su peor pesadilla, ahora tiene una nueva posibilidad de salir adelante, aunque el recorrido no será fácil.

Al igual que Gisela o Dulce, en el albergue hay 13 mujeres que al ser víctimas de violencia o quedar solas porque sus parejas están en prisión por haber cometido algún delito, salen de sus casas y su único paradero es la calle.

Con ellas también habitan 36 niños, desde recién nacidos hasta 13 años, muchos de ellos no tienen actas de nacimiento, tampoco algún documento que demuestre quienes son, sus nombres, ni lugares de origen.

Simplemente no existen, son las sombras de la ciudad, pero ahí, al igual que cualquier niño  juegan, a veces sonríen y hasta se divierten, mientras esperan un futuro incierto. … mientras esperan, sin saber exactamente qué…

Lo que hacemos en Animal Político requiere de periodistas profesionales, trabajo en equipo, mantener diálogo con los lectores y algo muy importante: independencia
Tú puedes ayudarnos a seguir.
Sé parte del equipo
Suscríbete a Animal Político, recibe beneficios y apoya el periodismo libre.
Iniciar sesión

Registrate
Suscribete para comentar...
image