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Autos usados, una novela muy country
Autos usados, una novela muy country
10 minutos de lectura
Autos usados, una novela muy country
08 de diciembre, 2012
Por: Moisés Castillo
@WikiRamos 

Pensándolo bien la crisis económica del 2008 no fue tan mala, trajo consigo a un escritor que, sin duda, refresca el panorama de la literatura mexicana. Daniel Espartaco Sánchez (Chihuahua, 1977) se quedó sin trabajo en diciembre de ese año y no tenía un peso en los bolsillos. Amarga navidad y decadente 2009 era el escenario; sin embargo, se propuso ser escritor: “voy a levantarme todos los días a escribir, voy a intentarlo”. Y así fue.

Mientras la influenza atacaba y provocaba miedo y paranoia, Daniel tecleó mucho y bien. Quitó párrafos, estilizó frases, fue paciente. El resultado final fue alentador: 70 páginas que se convirtieron en Cosmonauta (Tierra Adentro, 2011). En ese tiempo del virus A-H1N1 llegó el Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez. La revista Nexos lo eligió como el mejor libro de relatos de 2011. Antes ya había recibido el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen (2005) y aún así no se tomaba en serio como escritor.

Después escribió y prendió con Gasolina. Pero la verdadera prueba de fuego para muchos escritores es la primera novela, una especie de salto mortal. Autos usados (Mondadori, 2012) es un libro extraordinario por la pluma sobria de Daniel y su eficacia al crear un universo propio y emotivo. Sorprende por su sarcasmo dosificado y flash backs permanentes que provocan una fuerza narrativa total.

Autos usados se mueve en la modalidad literaria de la autoficción. Es una novela personal donde hay anécdotas y situaciones que vivió Daniel pero, como en toda ficción, las recreó. La realidad puede ser insatisfactoria o no grata, pero en los deseos cabe todo. Es decir, la realidad narrada con imaginación. Y el autor se convierte en un buen cronista de sus experiencias.

Así que Elías –protagonista de la novela- decidió ser escritor cuando su novia Alexa le anuncia que se va a estudiar medicina a Monterrey. Se encuentran en un mirador a las afueras de la ciudad de Chihuahua. La noche es fría. Y ella, un poco “ardida” porque su chico mostró indiferencia ante esa triste noticia, soltó una pregunta típica de las madres: “¿Has pensado qué vas a hacer de tu vida?”.

Estamos frente a la historia de Elías-niño que mientras toma chocolate con leche y galletas, su padre marxista y su madre fan de The Beatles y Bob Dylan, lloran por la muerte de John Lennon. Al mozalbete sólo le dicen que era un hombre muy bueno. También es la historia de Elías-adolescente obsesionado por comprarse un auto gringo usado para acelerar y huir hacia una ciudad de Texas, o simplemente salir los viernes por la noche, beber cerveza con los amigos y pasear a las morras para besuquearlas. Y la historia de Elías-adulto que abandona su pueblote para respirar un aire nuevo, aunque vivir en la Ciudad de México en tiempos del 11-S no fue nada espectacular.

“Tiempo después me fui de la ciudad pero no a Amarillo, sino al Distrito Federal. Dirección equivocada, pienso algunas veces: mismo país”.

Autos usados arranca a toda velocidad y tiene el combustible exacto para concluir un viaje lleno de hartazgo y nostalgia: la sequedad del día. Elías es testigo de la transformación que sufre su ciudad por el crimen organizado, desconoce por completo a personas que pensó que nunca iban a cambiar como Junior, un amigo entrañable que disfrutaba del alcohol pero que se convirtió al protestantismo al igual que Rosalinda, su viejo amor, con la que viajó a Amarillo, Texas, para que abortara.

“Rosalinda era lo único hermoso que yo había tenido en mi vida. Cuando me sonrió me compadecí de ella, como si la llevara a la piedra del sacrificio”.

-En términos musicales, ¿cómo definirías Autos usados? Hay muchas referencias de cantantes y bandas emblemáticas. ¿Es una novela personal por el efecto Chihuahua?

Si mi novela sonara a algo sería a música country. De hecho la escribí escuchando música country. Quise demostrar que el norte tiene un sonido diferente al que intentan vendernos siempre, esta idea folclórica. Aquí trato de presentar un Chihuahua urbano, donde yo crecí. Es una novela personal, hay anécdotas que están basadas en cosas que sucedieron en ciertos momentos de mi vida. Como en toda ficción hay una reelaboración.

-¿Cómo es Elías? Me parece que es un joven que siempre está a la deriva…

Es un personaje que tiene ciertos planes, una idea acabada del mundo. Pero al final de cuentas la vida lo lleva hacia otro lado. Me parece que es un pusilánime en muchos sentidos. Quiero dejar muy en claro que este personaje representa esa actitud indiferente en la que muchos estamos instalados. Al final se convierte en un simple testigo de lo que le sucede a los otros, de la violencia, pero no tiene la voluntad de intervenir en la realidad.

Daniel Espartaco Sánchez

-¿Por qué esta obsesión de jóvenes como Elías de huir a Estados Unidos?

Elías es como cualquier adolescente que está harto del pueblo donde no pasa nada y quiere irse. En Chihuahua todos los niños soñaban con irse a Estados Unidos o ser traileros, andar de un lado a otro, el sueño romántico del nomadismo. En mi caso cuando tenía ya la mayoría de edad era venir a la Ciudad de México, había que salir de ese lugar. Esas ciudades pequeñas pueden ser muy asfixiantes para cierta clase de personas.

-Sin embargo, se puede leer en el libro: “dirección equivocada: mismo país”…

Eso lo escribí un poco con amargura por causa de estos últimos seis años que fueron atroces. Mejor me hubiera ido a Texas, donde tengo muchos amigos. Te da por pensar que tomaste una mala decisión…

-En la novela mencionas a Amarillo, Texas, ¿qué tiene esa ciudad que te conmueve?

Lo que pasa es que la gente que migra de Chihuahua finalmente va a ciudades donde está el primo o el hermano. Elías tiene un primo que vive en esa ciudad y por eso quiere ir ahí. Amarillo me gusta porque tiene un nombre muy poético. Tenía una buena amiga que vivía ahí y hay una canción country que me gusta mucho que se llama “Amarillo by morning”, con George Strait. Una buena parte de la novela la escribí escuchando esa canción. Es la historia de un vaquero de rodeo que anda de un lugar a otro, que le pagan muy mal, su mujer lo dejó, no tiene un cinco. Una típica canción country.

-Elías no está conforme con su presente y pareciera que tampoco con las mujeres que lo rodean, ¿cómo describirías a Rosalinda, Nina y la madre? ¿Por qué decide regresar con Nina? ¿Fue un signo de debilidad o miedo a la soledad?

Rosalinda es una muchacha muy voluntariosa, es mucho más madura que Elías. Sufre una experiencia traumática a partir del viaje que hacen a El Paso para un aborto, eso la lleva a convertirse al protestantismo, algo que es muy común en Chihuahua y sobre todo en tiempos de crisis. No es casualidad que, por ejemplo, en Ciudad Juárez haya una cantidad inmensa de iglesias protestantes. Entre más difícil es el ambiente más florecen estos lugares religiosos. Rosalinda asume su nueva religión con esta misma obcecación que tenía de adolescente.

Nina es hija de comunistas, fue educada en el socialismo, pero inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín tiene esta obsesión por lo material, por tener un auto nuevo. Para ella lo material representa la seguridad, y lo que más teme es la pobreza, tener un automóvil como el del padre que se descomponga siempre. Elías regresa con ella precisamente porque es un personaje pusilánime.

La madre es una mujer divorciada de 38 años que sufre depresión aguda a causa del divorcio y que en la novela está dibujada como si se tratara de un fantasma.

-El tema central no es el narco, pero tu intención sí era retratar un ambiente en descomposición por la violencia, ¿cómo manejaste esta situación en el proceso de escribir y evitar la “tentación” de una narconovela? ¿Está de moda o es oportunista la narcoliteratura?

Está de moda porque es el tema del momento y lo que nos preocupa a todos. Quiero tratar al narco como algo que uno vive, que está ahí, pero que no necesariamente es decisivo en tu vida. Los narcos que aparecen en mi novela no son los protagonistas, no son lo esencial del libro. También quise dejar en claro que no puedes evitar hablar del narco porque, al ser una novela personal -yo crecí en Chihuahua-, es común. Por ejemplo, que tus amigos en algún momento vendieran droga o estuvieran implicados en actos delictivos, es lo más común allá. No puedo evitar no decir las cosas que sucedieron en mi entorno, estén de moda o no. Hay dos posturas con respecto a la literatura del narco: una es la explotación del narco para obtener fama y reconocimiento fácil, y la otra es negarse a esta realidad. Yo lo que busco es la postura intermedia.

-¿Fue complicado dar este salto a la novela? Tomando en cuenta que la primera novela marca a un autor…

Pues esperemos que no, jaja. Para mí es lo mismo. Yo no escribo cuentos de un corte clásico. Cosmonauta es mi libro de cuentos anterior. Volviendo a la metáfora musical, lo construí como un álbum conceptual. Cada cuento es una especie de track y trato de crear una atmósfera de conjunto, incluso hay cuentos que se corresponden. En Cosmonauta hay un personaje que aparece en tres relatos, se puede decir que es Elías, el protagonista de Autos usados. Ahí se llama Ilich, que es el patronímico de Lenin y significa hijo de Elías. Para mí incluso este libro es una continuación. Siento que al escribir Autos usados no quería casarme con una estructura clásica de novela del siglo XIX. Por ejemplo, ahora está muy de moda la novela policíaca, y no hay nada más convencional. Lo que quería era tener libertad a la hora de escribir, no estar sujeto a una estructura. Por eso el libro tiene una estructura episódica.

-Eres un escritor premiado, ¿hubo presión-tensión al escribir la novela?

Realmente no hay presión porque cuando eres escritor tienes mucha libertad. Nadie te pela en lo más mínimo, no hay crítica, no hay seguimiento y no te sientes presionado por ese tipo de cosas. Supongamos que estuviera en el centro de los reflectores, tal vez me sentiría así. Pero finalmente uno debe tener esa libertad absoluta, y no pensar lo que digan los demás.

-¿Sientes que ya alcanzaste una voz propia, un tono, un cierto estilo para narrar?

Creo que ya encontré una voz narrativa en Autos usados, Cosmonauta y en otra novela que terminé y espero que alguien quiera publicarla el próximo año. Pero no quiero instalarme en una sola voz, quiero tener otras posibilidades. Tengo un libro que se llama Gasolina, que es un relato satírico. Quiero lograr varios registros: ser serio, pero con sentido del humor. No puedes escribir siempre de la misma manera. Hay autores que sí lo logran, pero yo disfruto mucho a los autores que están en constante cambio.

-Hay una frase en Canción de tumba que me inquietó: “un escritor en este país no sirve para nada, es peso muerto”. ¿Crees que en México los escritores son un cero a la izquierda?

En México existe una tradición de desprecio al escritor, a menos que seas un peso pesado como un Carlos Fuentes, que en paz descanse. Ahora tenemos a Juan Villoro, lo entrevistan para todo y es una figura pública. De alguna manera a la prensa y a los medios les interesa siempre tener un escritor a la mano que represente al “gremio”. Pero se margina a los escritores jóvenes, las mismas instituciones culturales te tratan mal, hay una jerarquía muy delimitada. Cuando eres un escritor consagrado ya no te preocupas por escribir, y te siguen homenajeando. Los escritores jóvenes tenemos que trabajar el doble, lo cual para mí está muy bien, me gusta trabajar.

-¿A qué escritores hay que leer o seguirles la pista?

Estoy leyendo La habitación, de Andreas Maier. Es un escritor alemán relativamente joven (1967), no sólo es muy buen escritor sino que siento que la Alemania que está describiendo tiene mucho que ver con el México en el que yo crecí. Siempre está volviendo al pasado y lo compara con el presente. Es algo que hago en Autos usados. Entre mis escritores favoritos están Philip Roth, Coetzee, Amos Oz, a éste último lo recomiendo. Los escritores israelitas en general valen la pena leerlos.

Debo confesar que cuando terminé Autos usados, tuve la sensación de haber leído una rareza fascinante. Como si le pusiera play a un disco de una banda desconocida y que en poco tiempo se vuelve una de mis favoritas. Esta novela irremediablemente me transportó a los noventa: Daniel es un autor que escribe para su generación.

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