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Internet nos hizo más inteligentes de lo que pensamos
Internet nos hizo más inteligentes de lo que pensamos
6 minutos de lectura
Internet nos hizo más inteligentes de lo que pensamos
07 de julio, 2014
Por: Yorokobu.es
@WikiRamos 
Foto: Especial.
Foto: Especial.

Hemos escuchado hasta la saciedad que internet y las nuevas tecnologías nos están volviendo idiotas. Que hemos dejado de memorizar datos, que hemos dejado aprender cómo se llega a los sitios, que no tenemos ni idea de cómo es el número de teléfono de nuestra madre ni del cumpleaños de nuestro mejor amigo. Un periodista estadounidense llamado Clive Thompson pega un puñetazo en la mesa ante todos esos agoreros de los nuevos tiempos con su libro Smarter than you think (Más listo de lo que piensas). Este investigador de las posibilidades contemporáneas arranca el aplauso para la que considera “la era de la memoria colectiva”.

Lo que Thompson quiere quitar a la sociedad es el miedo a este modo de pensar, recordar y crear que ya nos ha invadido. Él es de los que opina que herramientas como Google, Facebook o Twitter, lejos de alejarnos de las bondades del conocimiento, nos está ayudando a lograr cosas que no podríamos haber hecho antes, es decir, “se han mejorado los modos preexistentes de pensamiento”.

La turbación que provoca en gran parte de la sociedad intelectual la invasión de estas nuevas herramientas, el autor la relativiza paralelizando el caso con otros grandes cambios que la historia ha soportado, mejorando su rumbo, no sin antes atemorizarse. En su libro rememora el momento en el que Sócrates predice que la escritura iba a destruir la tradición de la dialéctica, una mutación que traumatizaba al griego ya que consideraba una lacra que la gente se acostumbrase a escribir las cosas en lugar de recordarlas. Esto, decía, provocaría «el olvido en las almas de los alumnos y su capacidad de aprender». Esa opinión, paradójicamente, llegó a nosotros gracias a que Platón la inmortalizó por escrito.

“La redacción, la tecnología original para externalizar información, surgió hace unos cinco mil años, cuando los comerciantes de Mesopotamia comenzaron recuento sus mercancías utilizando grabados en tablillas de arcilla. Surgió por primera vez como una herramienta económica y se extendió”, cuenta Thompson en su libro. “Al igual que la fotografía, el teléfono o el ordenador, la idea de hacerlos de uso común pareció en su día un desperdicio, algo risible, degradado, algo de lo que los adolescentes acabarían tomando el control y se convertiría en común hasta el punto de la banalidad”.

Lo que el periodista quiere responder a Sócrates respecto a su reticencia a aceptar la escritura, al igual que a los que pusieron en duda el uso de avances como el telégrafo o la imprenta, es que no estaba previendo “los tipos de pensamientos complejos que serían posibles una vez que no fuera necesario almacenar mentalmente todo lo aprendido”. Por esa regla de tres, afirma ahora que nuestra capacidad de almacenar digitalmente y acceder fácilmente a enormes cantidades de información y memorias fuera de nuestros propios cerebros es una posibilidad provista de unas dimensiones sin precedentes, algo a lo que debemos perder el pánico. “Son herramientas de hoy que nos ayudan a ver más, retener más y comunicarnos más”, en su propias palabras. El periodista habla en positivo de “la externalización de la memoria”.

Apoya su teoría en ejemplos. Así en su libro habla de sucesos como el de unos estudiantes chinos que, en red, fueron capaces de hacer cerrar una planta contaminante de cobre que había valido miles de millones de dólares. O el de los jugadores digitales que tomaron un rompecabezas biológico relativo al VIH que durante una década había desconcertado a los científicos y lo resolvieron en un solo mes trabajando colaborativamente en línea. “¿Podrían haber sucedido esas cosas sin la existencia de la tecnología e internet?”, hace entender el investigador. “Nunca antes hemos sido capaces de difundir nuestras ideas a tanta gente, en todo el mundo. Y antes de la llegada de internet, la mayoría de la gente rara vez escribió nada en absoluto por placer intelectual después de los estudios. Ahora sí”.

Apoyado en las teorías del psicólogo de Harvard Daniel Wegner, Thompson ve clara la máxima de que dos cabezas piensan mejor que una, y por ende, mucho más piensan un montón de cabezas juntas. Parte de base de que en un grupo de apenas dos personas que se conocen, como una pareja o dos socios, las tareas se consiguen y se conquistan compartiendo el trabajo memorístico y los deberes administrativos en función a las capacidades de cada uno. “Esta división del trabajo se lleva a cabo porque tenemos bastante buena metamemoria”, sostiene. “Somos conscientes de nuestras fortalezas y limitaciones mentales, y somos buenos en intuir las capacidades de los demás”.

Para ilustrar esto habla de los experimentos que Betsy Sparrow (un estudiante de Wegner) llevó a cabo demostrando que cuando sabemos que una herramienta digital almacena información por nosotros, somos mucho menos propensos a utilizar nuestra memoria. Aunque a primera vista puede parecer un ejemplo negativo, Thompson no considera el hecho ni novedoso ni malo, sino una posibilidad que nos permite disponer de una memoria externa que puede proporcionarnos un conocimiento casi instantáneo, o ayudarnos en un razonamiento, mientras nosotros reservamos nuestra capacidad para resolver asuntos más allá de eso. Por otro lado, sí advierte de los peligros de que esta memoria colectiva de la que empezamos a depender con herramientas como Google esté en manos de empresas, ya que estas pueden alterar los algoritmos de búsqueda por beneficios económicos mermando la objetividad de lo que estamos queriendo saber o recordar.

El estadounidense no cree que las máquinas hayan de llevar el peso intelectual de la evolución a partir de ahora. Por el contrario, piensa que el avance para la humanidad pasa por combinar las capacidades humanas con las de las máquinas. Para explicar esto utiliza el ejemplo de la competición que enfrentó en 1997 al campeón de ajedrez Gary Kasparov con la máquina inteligente Deep Blue. El enfrentamiento lo ganó la computadora gracias a los algoritmos con la que se le había preparado, pero más allá de eso, posteriormente se decidió hacer un híbrido en el que se combinaba el circuito lógico de la máquina que había vencido al maestro con la intuición y experiencia en el juego de éste.  El resultado fue que a ese modelo no pudo batirle ningún profesional del juego ni computadora super-rápida de los que osaron tratar de superar al combinado máquina-humano.

El punto al que quiere llegar el autor con este trabajo es dejar claro que trabajando en colaboración con estos superordenadores, con internet o con las herramientas que nos brindan las nuevas tecnologías, podremos diagnosticar mejor las enfermedades, resolver más crímenes, escribir mejores artículos… “La comprensión de cómo utilizar las nuevas herramientas para el pensamiento requiere no sólo una mirada crítica, sino dejarnos llevar por la curiosidad y la experimentación”, opina. En definitiva, como el título del libro indica, estos apoyos digitales nos convierten, y son en sí mismos, más inteligentes de lo que pensamos. “¿Cómo debe responder uno cuando recibe nuevas y potentes herramientas para encontrar respuestas?», lanza Thompson a detractores de los nuevos tiempos. Simplemente, «piensa en preguntas más difíciles»”

* (Para realizar este artículo se ha utilizado información de BBCNew York Times, revista New Yorker y revista Brain Pickings)

Lea la nota original en Yorokobu.es

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