[contextly_sidebar id=”fUDTGlQp00jcEbIHc7W8unAzA65v1WrZ”]Febe Ara vive en un país, pero todos los días estudia en otro.
Esta joven de 16 años viene de Ciudad Juárez, en el extremo norte de México, pero de lunes a viernes cruza una de las fronteras internacionales más transitadas del mundo para tomar sus clases en El Paso, Texas.
“Me levanto como a las 5 de la mañana y cruzo el puente como a las 6:30”, le dice Febe a BBC Mundo poco antes de que empiece su jornada en el Lydia Patterson Institute o La Lydia, como se conoce su escuela.
Es su rutina. “Ya nos acostumbramos a cruzarlo, aunque en tiempo de frío –¡híjole!– se siente peor porque es muy helado y nos tenemos que levantar temprano”, explica.
Es una de esas mañanas. Febe está sentada al lado de sus dos hermanos, Emanuel y Ángel, en una mesa larga donde sus compañeros hacen tareas de inglés de último minuto y conversan en español mientras desayunan huevos pericos y pan tostado con mantequilla de maní o mermelada.
Pocos minutos antes, Febe llegó al colegio tras reunirse con sus compañeros en el límite de Juárez, contar sus monedas para pagar los 4 pesos mexicanos que vale cruzar la frontera, esperar en una larga fila y presentar sus documentos a las autoridades migratorias.
La familia de Febe viene de Chiapas, en el extremo sureste del país, pero se mudó a Juárez para que los hijos pudieran aprender inglés y aspirar a un futuro mejor en El Paso.
Las dos ciudades que Febe recorre a diario no pueden tener historias más distintas.
En 2010 hubo cinco asesinatos en El Paso. En Juárez, 3.075.
El presidente Barack Obama anunció en noviembre que aumentará los recursos para que ese influjo no vuelva a ocurrir y se aseguren las fronteras.
“La frontera hoy es tanto o más segura que en cualquier momento de la historia del país”, dice el congresista O’Rourke, haciéndose eco de las explicaciones que da la Casa Blanca.
“Estamos gastando 18 mil millones al año para asegurarla y hemos duplicado el número de agentes fronterizos de 10 mil a 20 mil”, agrega.
No obstante, O’Rourke agrega que ese enfoque de militarización desvía en parte la atención de las oportunidades comerciales o culturales entre las dos ciudades.
En el colegio, los estudiantes y profesores también sienten que el mayor enfoque en la seguridad les afecta, sobre todo a la hora de hacer las filas de migración en el puente.
“Antes no había problema”, dice la subdirectora del Lydia Patterson, Cristina Woo, quien lleva 43 años vinculada a la institución y dice que el 80% de los estudiantes vive en Juárez.
“Yo podía ir y venir en cinco o diez minutos sin tener que formar línea. Pero desgraciadamente todo cambia con el tiempo”.
Febe Ara también dice que a veces las filas son tan largas que no alcanza a llegar a tiempo a la escuela.
Pero ella igual lo sigue haciendo, pues considera que estudiar en El Paso es “padre” y “divertido”.
“Acá hay más oportunidades que allá”, enfatiza.
Y, antes de que suene la campana para empezar las clases a las 8:20 de la mañana, se despide contando su sueño: así viva en México, ella quiere seguir estudiando en Estados Unidos.