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Normal de Ayotzinapa abre inscripciones a una nueva generación
Normal de Ayotzinapa abre inscripciones a una nueva generación
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Normal de Ayotzinapa abre inscripciones a una nueva generación
27 de abril, 2015
Por: Paris Martínez (@paris_martinez)
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Normal Rural 'Isidro Burgos'. Foto: Cuartoscuro.
Normal Rural ‘Isidro Burgos’. Foto: Cuartoscuro.

[contextly_sidebar id=”GaU2Li15nbqLVpkIEjQg7HFfzgnzEOG4″]Este lunes 27 de abril, al cumplirse siete meses de que la Policía Municipal de Iguala emboscara y desapareciera a 43 alumnos de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, este centro de estudios dio inicio al proceso de selección de su nueva generación 2015-2019, que habrá de conformar con adolescentes y jóvenes varones de bajos recursos que aspiren a cursar en sus aulas las licenciaturas de “Educación primaria” y “Educación primaria con enfoque intercultural bilingüe”, para convertirse en profesores de comunidades marginadas, rurales e indígenas del estado de Guerrero.

A través de su equipo de prensa, la Normal de Ayotzinapa informó que “cualquier joven del país puede solicitar su preinscripción, incluso si es de zonas urbanas, siempre que sea de escasos recursos”.

Por medio de un examen de admisión, se explicó, se seleccionará “a 100 estudiantes para la licenciatura en Educación Primaria –en la que se forma a maestros para comunidades campesinas– y otros 40 para Educación Primaria con Enfoque Intercultural Bilingüe –en la que se forman maestros para comunidades indígenas–”.

Quienes aspiren a ingresar a la Normal de Ayotzinapa deberán presentar su certificado de bachillerato “o kárdex certificado hasta el quinto semestre” y en el caso de aquellos que quieran ser profesores bilingües,  éstos deberán “hablar una lengua indígena del estado de Guerrero o manifestar su interés por aprenderla”, según la convocatoria al proceso de admisión para el ciclo escolar 2015-2016.

Según esta misma convocatoria, la recepción de documentos que hoy inicia se dará por concluida el próximo 20 de mayo y, el 5 de junio, se realizará el examen de selección, cuyos resultados serán publicados el día 13 de julio.

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Los cuatro deberes del profesor normalista

En los años 30 del siglo pasado, Raúl Isidro Burgos era un joven docente de Morelos, que había hecho del fomento educativo una especie de apostolado, debido al cual, a sus 40 años, había pasado ya por el Distrito Federal, Chiapas y Puebla, fundando escuelas públicas en zonas rurales, aisladas y pobres, labor por lo cual se ganó entre sus amigos y pupilos el mote de “Fray Burgos”.

Se trataba de un profesor peculiar, de profundos ojos azules, tan urgido de abatir el rezago educativo que atestiguaba en las regiones más miserables de México. A la Normal de Ayotzinapa llegó en los años 30 en calidad de inspector, cuando ésta era apenas un “jacal” construido cuatro años antes, en 1927, en la ladera de una barranca.

Comprendiendo que en esas condiciones no podía formarse adecuadamente a los jóvenes que, luego, tendrían la encomienda de alfabetizar a los pobladores más pobres y marginados de Guerrero, Burgos organizó a los estudiantes que en ese entonces conformaban la primera generación de Ayotzinapa, y juntos recorrieron los cerros de la zona en busca de piedras adecuadas, que luego picaron y acarrearon para construir el edificio central de esta escuela, inmueble que continúa en pie hasta el día de hoy.

Burgos, pues, era alguien que “gozaba con el progreso ajeno, sintiéndolo como propio”, tal como lo describió Herminio Chávez, uno de sus primeros alumnos en Guerrero.

En 1970, el profesor Burgos dirigió una carta a los estudiantes de Ayotzinapa, con motivo de la graduación de su generación 1964-1970 (por entonces la carrera duraba seis años), escrito en el cual dejó sentados los que, a su juicio, son los requisitos imprescindibles que debe cubrir una persona que anhela convertirse en “buen maestro”.

Esos requisitos identificados por Raúl Isidro Burgos para quien busque ser un buen maestro rural –particularmente tratándose de alguien que pase por las aulas de la Normal de Ayotzinapa– son tan vigentes hoy como lo fueron hace 45 años, cuando la pluma del maestro hubo de plasmarlos sobre papel.

Y éstos son…

Primer “deber” del buen maestro…

“Enseñar a amar” es, según el maestro Burgos, “el primer deber que tenemos hacia nuestros alumnos, para que ellos amen a los demás”.

Basándose en el principio filosófico formulado por Erich Fromm, según el cual “quien no se ama a sí mismo, es in capaz de amar a los demás”, Burgos asegura que “en efecto, si amamos en nosotros la cualidad de ser artistas, habremos de querer que los demás posean esa alta cualidad; si sentimos desamor hacia el trabajo, desearemos que los demás sean perezosos; si amamos el deporte, ambicionaremos que también los demás lo practiquen y así en todo. Perfecciones e imperfecciones, cualidades y defectos, aciertos y errores, todo el acervo constitutivo de nuestra personalidad, habremos de quererlo para los demás porque es lo nuestro y, siendo nuestro, es lo que más amamos. Entonces, visto así, el pensamiento de Fromm no sólo resulta impecable y verídico, sino axiomático. Y aún más para quienes somos maestros, ya que nos obliga a ser el ejemplo vivo, tangible, real no sólo para nuestros alumnos, sino también para aquellos que, sin serlo, vean en el maestro al personaje que por la ejemplaridad de su comportamiento es digno de los más altos merecimientos”.

Segundo deber…

La segunda cualidad que se debe poseer para ser un buen maestro o maestra es la de ser libre y, por lo tanto, tener la capacidad de enseñar a otros a ser libres también.

“La libertad –tal como la concibe el maestro Burgos– es la característica más preciada del ser humano. Quien no goza de libertad no es plenamente hombre. Sólo que hay que saber ser libres, pues libre no es el matón ni el que piensa que ‘Jalisco nunca pierde’, ni menos el que con libertad patriotera se pone a gritar que ‘como México no hay dos’. Habremos de repetrilo una y muchas veces más: saber ser libre es una aptitud difícil de adquirir, ya que ser libre es saber vencer nuestros caprichos, destruir nuestra falsa dignidad, aniquilar nuestro orgullo, desechar nuestro egoísmo y, en general, aprender a frenar el potro de nuestros bajos instintos (…) Sembremos la semilla de la libertad en el campo virgen del corazón de los jóvenes, pero abonada previamente la tierra con el fertilizante de la responsabilidad y regando los surcos con la frescura del agua del dominio de la voluntad. He aquí nuestro segundo deber: “Enseñar a ser libres a nuestros alumnos”.

Tercer deber…

El siguiente precepto establecido por Burgos para ser un verdadero maestro es algo, reconoce, quizás más importante que poseer una sólida formación cultural o dominio sobre las más modernas técnicas de enseñanza. “Esas dos condiciones –explica– con todo y ser dos factores para el éxito en la docencia, no son lo único que se necesita. Tal vez lo más importante sea sentirnos maestros”.

Y para adquirir esa noción de sí mismos, quienes aspiran a ser buenos maestros deben “renunciar a todo género de egoísmo, ser pacientes y constantes, sufrir las necesidades de los demás, hacerlos captar el sentido de comunidad, despertarles el anhelo de progresar y crearles el concepto de que son seres humanos”.

Esa responsabilidad humanista, fraterna, del maestro demanda “renovar constantemente nuestras ideas y estar siempre ‘al día’ en cuanto al desarrollo de los acontecimientos y transformaciones económicas, sociales y culturales que afecten la vida de nuestro país y del mundo, para aprovechar todo ello en el mejoramiento de nuestros sistemas y métodos de enseñanza. Y todo eso no sólo debe interesarnos a nosotros, sino también a los demás, para que participen en la medida de sus obligaciones y posibilidades (…) Sin esa participación no podrá haber continuidad en el desenvolvimiento educativo de la comunidad y eso marcaría un signo de fracaso en el desarrollo de nuestro trabajo. He aquí nuestro tercer deber: Amar nuestra profesión”.

Cuarto deber…

El perfil humanista de la labor que recae en quien se dedica a la enseñanza, asegura Burgos, va más allá de suscribir un catálogo de valores éticos y aplicarlos en lo personal, para convertirse en ejemplo para los demás. Por ello, afirma, “el cuarto deber es el de ser trabajadores sociales”, es decir: acudir ante las autoridades de gobierno para gestionar la solución de las “numerosas carencias” que enfrenta “la mayor parte de nuestras comunidades rurales”, pero de no obtener respuesta favorable, entonces “habrá que recurrir al método que emplearon aquellos grandes maestros rurales de la Época de Oro de la Escuela Rural, que no fue otro que el aprovechamiento del esfuerzo desplegado por la gente de la comunidad”.

Así, afirma, el maestro contribuye a combatir la “casi total desorganización” de las comunidades rurales, convirtiéndose en personas “aptas para ejercer lo que la ONU llama ‘educación de adultos'”.

Un año después de redactar esta carta para los alumnos de Ayotzinapa, Raúl Isidro Burgos falleció, a los 81 años.

Para entonces, ya nadie lo recordaba con el mote de Fray Burgos”. Para todos, el maestro Raúl Isidro era ya el “Apóstol de la educación rural”.

Epílogo: domingo 26 de abril

Siete meses después del ataque perpetrado por la Policía Municipal de Iguala contra los normalistas de Ayotzinapa, que dejó 43 desaparecidos, más otras seis personas asesinadas, los alumnos de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos marchan por Chilpancingo, acompañados por normalistas del estado de Michoacán y estudiantes de la Universidad Autónoma del Estado de Guerrero, para reclamar la presentación con vida de sus compañeros, y sometimiento a proceso penal de los “responsables políticos” del ataque, entre quienes ubican al exgobernador Ángel Aguirre.

Son un millar de jóvenes que avanzan de forma pacífica del monumento a Nicolás Bravo, en un extremo de la ciudad, hacia el Congreso de Guerrero, en el lado opuesto de Chilpancingo.

La marcha transcurre en paz, sólo se pintan consignas sobre los muros de las tiendas Oxxo, y las oficinas de gobierno que quedan en el camino de los manifestantes.

Al llegar al Congreso de Guerrero –en cuyo interior no se realiza ninguna labor legislativa, por ser domingo–, los estudiantes forman dos camionetas en el acceso principal, y una más en la reja de acceso secundaria.

Estas camionetas –dos de ellas de la empresa de lácteos Lala– son empleadas como arietes para derribar ambas rejas del recinto y, luego, dos de ellas son estrelladas contra el ventanal de acceso al Salón de Sesiones.

Finalmente, el fuego consume los tres vehículos, mientras del cielo caen cartuchos de gas lacrimógeno que, a la distancia, disparan granaderos de la Policía Estatal armados con morteros.

Todos corren y de la manifestación sólo queda el humo negro que brota de los vehículos incendiados en el recinto legislativo, inmueble en el que, este lunes, están citados los diputados guerrerenses para decidir quién ocupará la gubernatura interina del estado.

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