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Tlapa: la lucha por el boicot electoral que dejó una persona muerta
Tlapa: la lucha por el boicot electoral que dejó una persona muerta
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Tlapa: la lucha por el boicot electoral que dejó una persona muerta
08 de junio, 2015
Por: Daniela Pastrana /Enviada
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Durante la jornada electoral del 7 de junio, pobladores de Tlapa retuvieron a policías federales en respuesta a a detención de profesores. Foto: Cuartoscuro
Durante la jornada electoral del 7 de junio, pobladores de Tlapa retuvieron a policías federales en respuesta a a detención de profesores. Foto: Cuartoscuro

[contextly_sidebar id=”WoePAaqI9jNbRzybs2UGqh97StxLgT0C”]Parecía que sería una jornada electoral sin problemas. A las 11 del día, se reportaban algunas casillas que no habían abierto, en la colonia Cuba, en la Zapata y Tlaquitzinapa, la tierra del profesor Juan Tenorio. Después de dos jornadas previas de enfrentamientos –el desalojo del plantón en el Ayuntamiento el lunes y una marcha que fue dispersada a golpes por civiles armados el viernes– en el cuartel del Movimiento Popular Guerrerense, los dirigentes se mostraban cautelosos.

“El asunto del boicot es solo un punto de nuestra lucha. Sabemos que el cambio puede ser a mediano o largo plazo. No vamos a confrontar, haremos trabajo de brigadeo”, explicaba en la mañana Arnulfo Cerón, en una entrevista realizada afuera del local de la Coordinadora de Trabajadores de la Educación del Estado de Guerrero (Ceteg) en la colonia Tepeyac, el corazón del movimiento antielección.

Los profesores a su alrededor gritaban consignas de apoyo a Ayotzinapa. Los dirigentes se dejaron tomar fotos y luego se despidieron. Luego de un recorrido por las casillas, lo más relevante de la jornada era ver a la gente votando afuera del edificio del Ayuntamiento, que apenas hace una semana estaba tomado por el MPG.

La primera señal de lo que cambiaría el día fue la apertura de una radio popular en la frecuencia 93.1, donde el MPG invitaba a la gente a no salir a votar.

Minutos después, una fumarola en el puente del Río Jale, a la entrada de la ciudad, lanzó la alerta: una camioneta pick up Chevrolet se incendiaba en el puente del Río Jale, a la entrada de la ciudad. Testigos contaron que cuatro hombres con el rostro cubierto la detuvieron a mitad del puente, le rociaron gasolina, le prendieron fuego y se fueron corriendo.

Nadie podía decir quiénes eran y nadie atribuyó la autoría de esa acción, pero a unos metros de la camioneta, en un puente peatonal, apareció colgada una manta que decía “Sin sitio Juárez y Sr. del Nicho por morder la mano que le da de comer. Atentamente, Facebook Rebeldía Juvenil Tlapa”, en clara alusión a los taxistas de los sitios Juárez y Señor del Nicho, a los que el MPG acusa de trabajar como grupo de choque en favor del PRI y ser los responsables de la agresión que sufrieron los maestros en la marcha del viernes, en la que fueron heridos el líder magisterial, Juan Tenorio Villegas, y Leoguín Sánchez González, quien sigue grave.

Apenas pasaba del mediodía. La respuesta al incendio de la camioneta llegó menos de una hora después, cuando una treintena de policías federales llegó a la colonia Tepeyac. Los federales desalojaron a los maestros que estaban transmitiendo por radio y se llevaron a nueve personas: Juan Sánchez Gaspar, Pablo Abad Díaz, Ángel Basurto Ortega, Francisco Ortega, Julián Allende Chavelas, Raúl Sierra de Jesús, Herlinda Iturbide, Juan Hernández Pinzón, y Agustín Luna Hernández.

La tranquilidad del domingo terminó. “No atacaron a los maestros, atacaron nuestra colonia, encañonaron niños, se llevaron gente de sus casas”, dijo uno de los vecinos.

Las campanas de la iglesia comenzaron a tocar llamando a los pobladores. El delegado (autoridad comunitaria) de la colonia, Juan Navarro, trató de calmar los ánimos. En una improvisada junta afuera de la delegación, los colonos llegaron a un acuerdo: bloquear las casillas electorales. “Si el problema es su elección, pues vamos a parar su elección”, dijo un hombre furioso.

Cuando los pobladores iban hacia la casilla llegaron de nuevo los federales. Eran las 3 de la tarde. Tres unidades de policías pasaron junto a la gente y cercaron de nuevo el local del Ceteg. Dijeron que iban por una camioneta robada por los maestros y comenzaron a retirar una camioneta con una grúa que llegó por la calle de atrás. Fue un error estratégico. Los oficiales no conocían la colonia, que es un laberinto de calles empinadas, y en el momento de retirarse, la gente les lanzó piedras, los rodeó, los persiguió y al final, les cercó todas las salidas de la colonia. “Tenemos que detener a unos de ellos porque es lo único que tenemos para negociar que nos regresen a los maestros”, admitió otro de los profesores, mientras sus compañeros sacaban de las casas todo lo que sirviera para hacer una barricada.

Después de varios minutos de correteos por las calles, los federales quedaron encapsulados.

Los refuerzos llegaron unos 20 minutos después. Pero de poco sirvió. La gente salió a cortarles el paso. Durante un par de horas, bajo un calor intenso, los federales escucharon todo tipo de reclamos de la gente.

– En la incursión de Chilapa ¿por qué no estuvieron, putos?, gritó un hombre.

– ¿Para qué nos toman fotos? ¿Nos van a poner en el feis? Yo ni tengo y no me voy a ver, soltó una mujer chaparrita.

El oficial que estaba a cargo del operativo, N. Castillejos, según su distintivo, ofreció al delegado de la colonia negociar.

– Queremos que en primer lugar se vayan todos ustedes, y luego que nos traigan aquí a los profesores detenidos. Si ustedes los traen les entregamos a sus compañeros. Pero no los queremos ver en la colonia – dijo al oficial, Juan Navarro.

– Le doy mi palabra de que si nos vamos a salir. Le firmo un documento, si quiere – respondió el oficial.

Pero no se iban, ni terminaban de dar la información sobre el paradero de los maestros detenidos. Enojadas, las mujeres hicieron una cadena de brazos y los fueron replegando calles abajo al ritmo del Himno Nacional.

Calles arriba. Los colonos habían llevado a los policías encapsulados a la capilla. Ahí hubo una discusión entre los integrantes del MPG. Unos pedían paciencia y mantener la civilidad; otros alegaban que no podían confiar en las autoridades.

Ya nos madrearon dos veces esta semana y lo van a volver a hacer. Desármenlos (a los policías retenidos), encuérenlos, y si pueden amárrenlos”, propuso uno de ellos.

Al final, ganó la parte menos radical del movimiento. “¡Hasta de comer les llevaron las señoras!”, se quejaba por la noche un profesor.

Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, llegó para negociar una salida política. Durante el tiempo que mantuvo conversaciones con las autoridades estatales, le dijeron que los iban a liberar, que tenían cargos por delitos federales, que los habían llevado al Distrito Federal y serían trasladados a Chilpancingo y de ahí a Tlapa. Más tarde se sabría que nunca ocurrió eso y que tampoco hubo intenciones nunca de hacer el intercambio.

Al caer la tarde, la desesperación de la gente era palpable y el ambiente en el pueblo se tensó con rumores sobre grupos de choque y un cerco militar (lo que aumentó con el sobrevuelo de un helicóptero de la Marina). En las calles aparecieron rostros cubiertos y palos en las manos.

Poco antes de las 9 de la noche, la mayoría de los periodistas y defensores de derechos humanos que había estado ahí desde el desalojo salió de la colonia para enviar material a sus redacciones y cargar equipo. Los federales entraron 10 minutos después, como si la salida de los observadores hubiera sido una señal.

En el pueblo se apagaron las luces. El picor de los gases se metió a las casas.

“Cuando escucharon que venían sus compañeros, los (federales) que estaban adentro se envalentonaron”, dijo un maestro que estuvo vigilando la entrada.

De pronto, de la capilla salió un disparo que fue a dar sobre Antonio Vivar, un joven del MPG recién egresado de la Universidad Pedagógica de Nacional, que murió horas después en el hospital del ISSSTE.

Después de eso fue el caos. La gente comenzó a dispersarse y a resguardarse en las casas, donde la oscuridad y los ruidos de enfrentamientos se mezclaban con nuevos rumores, nunca confirmados, sobre allanamientos de casas y presencia militar.

A la medianoche, lo único que quedaba en la colonia era el sonido de las llantas de las camionetas de las federales que ardían mientras se incendiaban. Escondidos, los maestros del MPG, el corazón del boicot electoral en Guerrero, renegaban de haber sido tibios con las autoridades: “Quisimos no provocar más enfrentamientos y nos madrearon. Por eso no se puede confiar en estos cabrones”.

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Etiquetas:
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