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Cuba Stone, un libro sobre el día en que Cuba se convirtió en otra Cuba (capítulo gratis)
Cuba Stone, un libro sobre el día en que Cuba se convirtió en otra Cuba (capítulo gratis)
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Cuba Stone, un libro sobre el día en que Cuba se convirtió en otra Cuba (capítulo gratis)
04 de diciembre, 2016
Por: Redacción Animal Político
@arturodaen 

Cuba Stone es el nombre del libro que recoge tres historias diferentes del concierto de la banda británica Rolling Stones en La Habana, Cuba, el pasado 25 de marzo.

Tres crónicas escritas por el periodista argentino Javier Sinay, el guitarrista de Café Tacvba, Joselo, y el periodista y escritor peruano Jeremías Gamboa.

[contextly_sidebar id=”5KkV0Tkv4UxX99GjXPkCFcQIaFvAhamJ”]Los tres viajaron hasta la isla para ser testigos del histórico concierto donde los músicos ingleses tocaron de manera gratuita por primera vez en Cuba, en el marco de su gira “América Latina Olé Tour”.

Animal Político y editorial Tusquets te comparten un capitulo gratis de Cuba Stone, tres crónicas que relatan el día que “Cuba se convirtió en otra Cuba”:

Rocky Saldaña es el primero en la fila para ver el concierto de los Rolling Stones en Cuba. Esta noche, que es la del jueves 24 de marzo de 2016, acampa al costado de la reja de la Ciudad Deportiva de La Habana. Es su tercera noche aquí, cerca de una de las puertas por donde mañana van a pasar cientos de miles de personas. El martes, cuando llegó, Rocky trajo comida y ropa, y quiso montar su carpa, pero los guardias no lo dejaron. Se quedó hasta tarde y se fue. En el segundo día, el miércoles, ocurrió lo mismo. En el tercero, Rocky venció. Se quedó sentado por ahí, observando cómo los ingleses construían el escenario, y con eso se mantuvo bastante entretenido. Tiene veintidós años.

Esas cosas no pasaban antes aquí. Pero esta semana Cuba va a convertirse en otra Cuba.

El mismo día en que Rocky llegó por primera vez con su carpa y fue expulsado, el presidente de los Estados Unidos Barack Obama hacía sus últimos paseos y mantenía las reuniones finales en un viaje histórico con el que un líder yanqui volvía a poner un pie en La Habana, algo que no ocurría desde 1928. Todas las miradas del mundo estaban sobre esa nueva relación un poco susceptible que la revista The Economist definió en su portada con una palabra precisa: «Cubama!».

La isla estaba agitada.

Pero a Rocky, un aspirante a ingresar a la Licenciatura en Música del Instituto Superior de Arte que todos los días toca un bajo BC Rich Warlock negro con la forma de un hacha de guerrero vikingo, la política no le interesa demasiado. Cuando llegó a la Ciudad Deportiva no había nadie: el presidente Raúl Castro estaba recibiendo a Barack Obama en el Gran Teatro de La Habana, y todo el mundo estaba ahí. Con los días, algunos fans fueron llegando al estadio donde el viernes los Stones traerían el gran final de una gran semana. Y Rocky fue haciéndose
amigo de otros que, como él, creían que había que anticiparse al desborde del último momento.

Sin embargo, ahora, en los minutos finales del jueves 24 de marzo, Rocky está sorprendido: esto está casi vacío. En la tierra del son y del mambo, el reggaetón es la nueva onda y los que llenen la Ciudad Deportiva de La Habana sólo serán un puñado breve de fans muy fans. Y luego, por detrás, vendrá una enorme multitud de curiosos. Por que Cuba no es un país rockero.

El rumor de la visita de los Rolling Stones había comenzado a circular algunos meses antes y, en cuanto se enteró, Rocky decidió venir. Ahora deja que la brisa de La Habana le acaricie los rulos castaños, unos tirabuzones que caen más allá de sus hombros. Viste una chaqueta de jean a la que le cortó las mangas y le puso un parche de Black Sabbath. No usa camiseta, y sobre su pecho brilla un collar con un colgante de los Rolling Stones. Tiene un disco con varias canciones de ellos; canciones de las que todo el mundo conoce, como «Angie», «Paint It, Black» y

«(I Can’t Get No) Satisfaction», pero también otras, que sólo los iniciados recuerdan. El colgante es un regalo de su padre, Saúl, un médico que vive en España y que es tuvo de visita en Cuba hasta hace tres días. Rocky tendrá que llamarlo por teléfono mañana, cuando los Stones toquen «Angie». Se lo prometió, porque con él es con quien aprendió a escuchar riffs frenéticos y baladas rasposas en un país en el que la música se hace con cuero, madera y corazón.

Pero Rocky no tiene crédito en el celular. Carga con un teléfono viejo sin conexión a Internet, ni aplicaciones, ni cámara de fotos. Un pequeño trasto que hoy tiene el mismo valor, como herramienta, que un tintero para la pluma. Acaso ni le importe.

* * *

Cuba era el último desafío que le quedaba a la banda de rock más grande del mundo. Los Rolling Stones habían tocado en la República Democrática Alemana en 1990, poco antes de la caída del Muro, y en China en 2006. Cuba, tan cercana y a la vez tan lejana, uno de los últimos cuatro países comunistas que existían, Cuba la rebelde, Cuba la quijotesca, Cuba la ejemplar y la digna, pero también Cuba la aislada, la severa y la atrasada, Cuba, en fin, se había convertido en un territorio larga mente deseado.

Las negociaciones para tocar ahí habían comenzado hacía más de un año y en octubre de 2015, con buenas chances de cerrar trato y antes de comenzar con su América Latina Olé Tour, Mick Jagger se fue de vacaciones a La Habana. El cantante se paseó oculto detrás de un sombrero y unos lentes de sol, fue a la casa del embajador inglés, se hizo presente en un club de música afro-cubana y, cuando la banda que estaba en el escenario ensayó una versión en rumba de «(I Can’t Get No) Satisfaction», él se subió y la terminó.

El problema con los Stones era el dinero: dicen que el concierto en Cuba costó siete millones de dólares. Eso incluyó el traslado de todas las piezas del escenario, aun las torres de sonido. (También, la tontería de llevar cuarenta mil botellas de agua mineral procedente de Islandia
para la banda y su crew.) Siete millones, y nadie pagaría para ver ese show, porque un ticket hubiera costado lo mismo que unos siete
meses de sueldo promedio en la isla.

Entonces apareció una organización dispuesta a financiarlo. Se llamaba Fundashon Bon Intenshon y estaba en Curazao, una isla caribeña autónoma pero asociada al gobierno holandés. El director de la Fundashon Bon Intenshon era un abogado corporativo, un magnate llamado Gregory Elias que todos los años hacía un festival de jazz (adonde ya había llevado a Stevie Wonder y a Alicia Keys), que apoyaba causas artísticas y que esperaba recuperar algo de dinero con una película sobre el recital. Después se sumaron otros sponsors: más fundaciones y algunas marcas de instrumentos. El gobierno de Curazao también fue parte, discutiendo los detalles con los ministros cubanos de Cultura y de Finanzas y Economía.

Cuando todo estuvo listo, los Stones lanzaron un video en el que decían: «Hemos tocado en muchos lugares especiales durante nuestra larga carrera, pero este show en La Habana va a ser un hito para nosotros, y esperamos que también para todos nuestros amigos en Cuba».

Querían romper el récord de asistencia del concierto de la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, que en 2006 había reunido a más de un millón doscientas mil personas y sabían que había dos palabras clave en la isla: «prohibido» y «gratis». El show era gratis. El rock había estado al borde de la prohibición durante mucho tiempo. Y la combinación era irresistible.

En la Cuba que los recibía, el capitalismo subterráneo que desde hacía décadas convivía con el sistema comunista comenzaba a aflorar de diversas formas a la luz del día. Durante la década de 1990, luego de la caída de la Unión Soviética, la isla había tenido que sobrevivir por su cuenta y bajo bloqueo, y entró en lo que se conoció como «período especial»: una era de privaciones, de racionalización de la energía, de restricciones en el agua potable. Se cuenta que sólo la figura de Fidel Castro, omnipresente, adorada y odiada por igual, pudo detener a una multitud que una tarde empezó a lanzarse al mar en miles de balsas.

Los Stones entrarían a un país diferente, donde lo peor ya había pasado y en el que las calles mostraban pequeños restaurantes conocidos como «paladares», que eran emprendimientos particulares permitidos. El acceso a Internet era quizás uno de los mayores problemas, pero
se podía navegar en las plazas y en las esquinas, con tarje tas prepagas. Cuba es un sitio de paradojas. Una de ellas es que parece un destino de turismo hedonista, playero, fiestero. Y, aunque puede ser todo eso, más que nada es un destino de turismo político. Su complejidad y su experiencia histórica, que asoman bajo cada baldosa, sirven como testimonio para el mundo entero.

Por otra parte, también pesaba la impresión que había causado Obama al pueblo cubano. Un presidente gringo negro y carismático no era tan fácil de demonizar como los que habían sido blancos y conservadores. En esos días, Rafael Grillo, editor de El caimán barbudo, una antigua
revista cultural cubana, dijo: «Hay esperanzas de cambio y de renovación, que me hacen acordar a la canción “Wind of Change”, de Scorpions, y a la caída del Muro de Berlín».

Estaba claro que, buscado o no, el show de los Rolling Stones era parte de un proceso político. «Parece que Obama es nuestro telonero», bromeó el jefe de producción de la banda, Dale Skjerseth.

* * *

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