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Descarbonizar a la cuarta economía mundial: Alemania pone el ejemplo hacia energías limpias
Descarbonizar a la cuarta economía mundial: Alemania pone el ejemplo hacia energías limpias
7 minutos de lectura
Descarbonizar a la cuarta economía mundial: Alemania pone el ejemplo hacia energías limpias
04 de marzo, 2017
Por: Juan Mayorga (@JuanPMayorga)
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Alemania avanza a pasos de gigante hacia la descarbonización de su economía, lo cual implica un giro agresivo hacia las energías renovables. El saldo ha sido favorable: el país cuenta actualmente con 30% de renovables en su mezcla energética total, una proeza si se considera que se trata de la cuarta mayor economía del mundo.

[contextly_sidebar id=”oVMyqBjKOjtL66anakyHW6KqfW80RC7q”]El éxito de la Energiewende (como se conoce en alemán a esta transición) le ha valido elogios de actores globales, como el de José Ángel Gurría, secretario general de la OCDE.

“Al decidir cortar sus emisiones de gases de efecto invernadero con energías renovables como base de su suministro en el largo plazo, Alemania ha trazado una vía hacia adelante que, si se reconoce, cambiará el sector de la energía para siempre”, dijo Gurría en mayo de 2014 durante una mesa redonda en Berlín.

En el mismo sentido, Adnan Amin, director general de la Agencia Internacional de Energías Renovables, atribuyó a la transición energética alemana un peso determinante en la transición global.

“La transición energética global ya ha empezado y eso se debe parcialmente al progreso en Alemania”, dijo Amin el año pasado, en un diálogo convocado en Berlín por los ministerios alemanes de Economía y Exteriores.

Sin embargo, la Energiewende ha estado marcada por errores, fracasos y tropiezos. Ha sido más un sinuoso camino de prueba y error que la ruta lineal que viene a la mente cuando escuchamos la palabra transición. No por nada el ministro alemán del Interior, Frank-Walter Steinmeier, lo ha definido como “el proyecto alemán del hombre a la Luna”.

Convencida de que Alemania puede iluminar el camino a la transición mundial, la organización Clean Energy Wire nos llevó el año pasado a un grupo de periodistas a atestiguar este movimiento. Lo que vimos fue impresionante, pero con claroscuros y matices.

Empecemos por las pifias, donde destacan al menos dos: el abuso del carbón como medida provisional mientras se instala más capacidad renovable, así como el gran costo de los subsidios a las energías renovables, los cuales son pagados por los ciudadanos.

La paradoja de la Energiewende

Al tratar de librarse de la energía nuclear y sus riesgos, Alemania ha reemplazado buena parte de la energía antes generada por la fisión de átomos con una intensificación en la explotación de carbón, una fuente mucho más contaminante.

La situación empeora debido a que, ante el agotamiento de las minas de carbón de tipo antracita —el más codiciado como combustible por tener mayor contenido calorífico—, el país se ha volcado a sus vastas reservas de lignito, otro tipo de carbón de menor calidad, que proporciona 50% menos energía que la antracita o carbón duro.

Además de ineficiente, el lignito —conocido como carbón marrón— es bastante más contaminante. Para generar un kilowatt de electricidad, este combustible arroja a la atmósfera 360 gramos de dióxido de carbono, casi 30% más que la gasolina. Esta ineficiencia ha disparado las emisiones de carbono de Alemania.

Dicho de otro modo, la estrategia de sustituir la energía nuclear con carbón mientras se desarrollan las energías renovables ha hecho del país uno más contaminante, al menos momentáneamente. Diversos analistas, como los de la consultora Agora Energiewende, la Universidad de Pennsylvania y medios de comunicación como Forbes, han nombrado a este fenómeno “la paradoja de la Energiewende”.

Ante lo barato del lignito y su gigantesca disponibilidad en Alemania, esta paradoja no apunta a ceder en ningún futuro temprano. Con sus 178 millones de toneladas al año, el país es el más grande productor de lignito, según estimaciones de la Fundación Heinrich Böll, un think tank especializado en políticas públicas y desarrollo sustentable, y estrechamente vinculado al partido político alemán Los Verdes.

El drama del lignito

A 50 kilómetros de la frontera con los Países Bajos, la mina Garzweiler parece una versión alemana y algo reducida del Gran Cañón. Pero en su lecho cruza, en lugar de un río, una banda mecánica que transporta lignito. El lugar podría parecer un accidente geológico, si no contrastara con los valles planos que rodean la región. Estos evidencian que esa aberración en la orografía, esa profunda cicatriz en el paisaje, es obra del hombre.

El complejo Garzweiler cuenta con tres minas a cielo abierto en una superficie de 110 kilómetros cuadrados (casi la delegación Iztapalapa de la Ciudad de México). Emplea a 1 530 personas y extrae anualmente entre 35 y 40 millones de toneladas de este mineral, según datos de la compañía operadora, RWE Power AG. Para dimensionar este tonelaje, se trata del mismo peso de la basura electrónica desechada cada año en el mundo.

“La minería de lignito es una interferencia mayor con la naturaleza”, asegura en las inmediaciones de la mina Jürgen Döschner, un periodista especializado en temas energéticos, quien ha seguido las consecuencias sociales de esta industria.

El lignito de Garzweiler es tratado en un par de plantas que se vislumbran en el horizonte, a unos cuatro kilómetros. Entre ellas sobresale Neurath, la más grande de Alemania según datos de la Unión Europea.

En 2015, un análisis realizado por la consultora climática Sandbag encontró que cuatro de las cinco principales fuentes de emisión de CO2 en la Unión Europea son plantas de lignito de Alemania. Neurath es la segunda de ellas, sólo por detrás de la planta de Belchatow en Polonia. Según la organización británica, es la primera vez que Alemania domina de esta manera esta lista desde 2005.

La mayor parte del lignito alemán es dos terceras partes más intensivo en carbono incluso que el carbón duro, y esto está menoscabando la descarbonización del sector energético no sólo en Alemania, sino también a nivel europeo”, aseguró el año pasado Dave Jones, analista de Sandbag. “La Energiewende sólo puede ser una verdadera historia de éxito internacional si las emisiones de lignito son reducidas substancialmente”, sentenció.

Además del carbono que vierte a la atmósfera, la minería de lignito tiene un impacto demoledor en el ambiente local. Si la remoción masiva de la tierra, la erradicación de la flora y la fauna que la cubre, y la alteración permanente del paisaje no fueran suficientes, Garzweiler también ha modificado la distribución del agua en el subsuelo.

La situación parece difícil de cambiar mientras el lignito sea el combustible más barato en el mercado.

Activistas y académicos alemanes, entre ellos Greenpeace y la Unión para el Medio Ambiente y la Protección de la Naturaleza (BUND, en alemán) han demandado que se fije 2030 como la fecha límite para suspender la producción de energía a partir de lignito. Presionada por cumplir los objetivos de la transición, la canciller Angela Merkel cerró en octubre pasado un acuerdo con los gigantes energéticos del país para iniciar la clausura de plantas y con ello el fin del lignito, aunque la tarea aún luce colosal.

Limpias, pero costosas

El otro gran tropiezo de la Energiewende, el costo del financiamiento a las renovables, tiene distintas aristas. El lado negativo es que se trata de un desembolso masivo: tomará, según un cálculo conservador, 1.1 billones de euros alcanzar la meta de desarrollo de las energías renovables programada para 2050, reveló un estudio publicado en diciembre pasado por Fraunhofer ISE, el instituto de investigación de energía solar más grande de Europa. La cifra equivale a cuatro veces todo el presupuesto de egresos en México para 2016.

Lo que es para muchos más agraviante es que el mantenimiento de los precios de las renovables se logra actualmente mediante una tarifa especial cobrada directamente a los usuarios. Según estimaciones de la consultora Agora Energiewende, un 22.2% del precio que los consumidores pagaron por su electricidad en enero pasado fue generado por el mandato de subsidiar las renovables, una proporción que se prevé siga en aumento el próximo año. Como consecuencia, la cuenta eléctrica ha aumentado unos 18 euros por cada hogar en los últimos 15 años, estima el economista del Instituto Wuppertal, Sascha Samadi.

Es duro, pero este costo será ser compensado por el abaratamiento de las renovales en el largo plazo, escribe el periodista especializado en la transición energética alemana, Craig Morris. Lo que en verdad resultaría incosteable es “no invertir” en renovables, pues mientras estas fuentes limpias pagarán sus costos de inversión en los próximos 20 años, las fósiles sólo se encarecerán más y más, afirma Morris.

Por lo pronto, financiar la transición energética a través de una tarifa extra para los consumidores ha traído mayor transparencia para el mercado, además de que le ha permitido al estado alemán ahorrarse ese enorme gasto.

Además, la ciencia parece haberle dado la razón al modelo de la Energiewende. Distintas investigaciones, entre ellas algunas las realizadas por economistas de la Universidad de Cambridge y el Banco Mundial, han reconocido que los sistemas de “tarifas garantizadas de alimentación” (Feed-in tariffs), como el alemán, han sido los más eficientes a nivel mundial para disminuir los costos y aumentar la cobertura de las renovables.

Pero el largo plazo es nebuloso e inalcanzable para los inversionistas y tomadores de decisiones contemporáneos, quienes prefieren retornos de inversión y victorias políticas inmediatas. Sin apreciar el gran retrato de la transición energética, los consumidores alemanes aumentan la presión al mismo tiempo que aumentan los costos de mantener la energía limpia. Al momento, los legisladores alemanes analizan varios cambios al sistema de subsidios de las renovables para, principalmente, introducir un sistema de explotación por subastas públicas, de manera similar al que se implementa actualmente en México.

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