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Campesinos de Jojutla cosechan varillas entre los escombros del sismo ante la falta de apoyos
Campesinos de Jojutla cosechan varillas entre los escombros del sismo ante la falta de apoyos
5 minutos de lectura
Campesinos de Jojutla cosechan varillas entre los escombros del sismo ante la falta de apoyos
25 de octubre, 2017
Por: Paris Martínez (@paris_martinez)
@liz_pf 

Salvador es un campesino que vive con sus hijos en la frontera entra Jojutla y Tlaquiltenango, Morelos, “en las orillas” de ambos municipios, ahí donde “no llega ni Peña Nieto ni la autoridad, más que cuando quieren votos”.

[contextly_sidebar id=”kd9Kbr1eeUJz01xMpfXy98RVLFaTUfYw”]Tiene 52 años y es campesino, pero desde hace tres semanas, él y sus cinco hijos abandonaron su milpa, y laboran en los escombros que dejó el sismo del 19 de septiembre en el centro de Jojutla, extrayendo a mano las varillas de zonas de derrumbe, que les compran a 1.50 pesos el kilo, porque “no hay trabajo, con el sismo se escaseó”.

Jojutla es el municipio más afectado de Morelos, a raíz del sismo del 19 de septiembre pasado, a grado tal que, un día después del siniestro, esta región fue visitada por el presidente Enrique Peña Nieto, quien aseguró a la población que “tienen mi compromiso hecho ante ustedes de manera pública, de que los apoyos van a fluir para la gente que lo necesita”.

Salvador y sus hijos son una de esas familias “que lo necesita”, pero el apoyo, en realidad, nunca llegó.

“Estamos un poco afectados, por eso andamos aquí: mi casa se dañó un poco, está en pié… nomás truena, sí. Yo reporté, pero ninguna autoridad fue. Protección Civil me dijo que les avisara a ellos, lo hice, pero no. Y así está la casa, tiene puntales, ahora nomás nos queda repararla nosotros mismos, porque a las orillas la autoridad no se arrima, sólo pasan cuando necesitan algo: cuando quieren votos, hasta las últimas casas llegan.”

Como Salvador y su familia, prácticamente en cada edificio en demolición del centro de Jojutla hay al menos una persona, en muchos casos adultos y niños, intentando rescatar trozos de varilla entre los cúmulos de cascajo, cincelando castillos quebrados, para vender el metal en el fierro viejo.

Algunos grupos, más organizados, desprenden la varilla con herramientas eléctricas, pero la mayoría, en solitario, trabaja con ceguetas o, de plano, sin nada, pepenando los pedazos de fierro sueltos.
“Con este terremoto, muchos perdieron su trabajo –explica Salvador–. Por kilo de varilla ganamos un peso y 50 centavos, es peligroso, pero qué nos queda, nomás rifárnosla.”

Las zonas de derrumbe en Jojutla están acordonadas con cinta roja, y en aquellos puntos en donde trabaja maquinaria pesada, demoliendo estructuras dañadas, militares y policías (estatales, federales y municipales) se apostan para impedir el paso a la población. Sin embargo, permiten el paso a estas familias, siempre que porten cascos.

Dentro de la zona de demolición, queda en manos de cada responsable de obra el permitirles algunos minutos entre cada movimiento de la maquinaria, para que trepen rápidamente y recuperen varillas.

“Estamos sacando la varilla, ora sí que porque el ingeniero nos está echando la mano –señala Salvador, quien se mantiene sonriente todo el tiempo, haciendo bromas a cada tanto con sus hijos–. Nos da chance de entrar y sacar un poco de varilla. Llegamos a las 7 de la mañana y nos vamos a las 8 o 9 de la noche, cuando ya no hay luz, pues.”

Salvo uno de sus hijos, de once años, los otros cuatro ya son adultos, y tienen hijos.

“Hay que corretear la papa –dice Salvador, y sonríe–. Tenemos que buscarle entre todos. Mis hijos ya están aparte, pero de todos modos tienen que buscarle.”

Entre todos, en un buen día, logran reunir 800 pesos. Lo que equivale a reunir media tonelada de varilla.

–¿Te da miedo estar aquí? –se pregunta a uno de los hijos de Salvador, mientras descansa en la cumbre de un cúmulo de escombros, de cuatro metros de altura, lo que queda de un edificio de tres plantas de altura.

–No –afirma, y ríe–. Pero allá sí me da miedo –y señala el muro posterior del edificio, que aún se mantiene en pie.

–¿Y ahí no están trabajando?

–Sí –responde, y ríe de nuevo, como el resto de sus hermanos, que están pendientes de la plática.

–¿Cuántos hijos tienes?

–Tengo tres, chiquitos… y también ese de allá es mi hijo –afirma, y señala a uno de sus hermanos, y luego lo reta– ¡Dile quién es tu papá!

Un grito al pie del cúmulo de escombros interrumpe las bromas, el grito de “abajo”, al que los cinco hermanos responden a toda prisa, ya que la maquinaria pesada comenzará a retirar el cascajo, y el operador apenas da tiempo para que todos desciendan, obviamente, a carcajadas.

Brigada 55

David Gutiérrez Hernández es un panadero de Hidalgo, que luego del sismo se trasladó primero a la Ciudad de México, y luego a Morelos, para brindar asistencia “en lo que fuera que se pudiera”. Ahora, está al frente de la Brigada 55, un grupo de ciudadanos que de forma voluntaria operan un centro de acopio y apoyo en Jojutla.

“La maquinaria pesada llegó apenas hace una semana –explica David–. Apenas hace unos días empezaron realmente las labores de demolición por parte de las autoridades.”

Hasta ese momento, explica, las labores de demolición, y de rescate de pertenencias de las familias afectadas, fueron sólo ciudadanas.

“Yo soy panadero, no soy parte de ningún grupo político y, es más, vengo de un lugar que está a siete horas de camino. Entonces, como persona de fuera, veo que como que ha sido desigual el apoyo: hay colonias en las que no hay presencia de maquinaria, como la Cuauhtémoc, y en otras, como la colonia Benito Juárez, están trabajando a toda prisa.”

En la Brigada 55, explica, “hemos estado todos estos días apoyando a las familias de esas zonas no atendidas, en la brigada hay ingenieros civiles, estructuralistas, hay de todo, hasta un panadero, todos voluntarios, y estamos ayudando con la demolición, o ayudándoles a rescatar algunas cosas de sus casas derrumbadas. También hemos trasladado a personas mayores a albergues.”

David explica esto, mientras recorre algunos puntos de demolición, y en un punto se detiene, para hablar con un joven que sólo tiene una pierna, y que se afana en aserrar una varilla, de un castillo derruido.

Luego de platicar un momento con él, el joven sonríe, se dan la mano, y David vuelve.

“Es que una asociación civil nos ayudó a hacerle una prótesis a un voluntario que estuvo trabajando aquí –explica David, contento–, fue totalmente gratuita, y nos dijeron que si detectábamos a más gente a la cual ayudar, los buscáramos, y este chavo lo necesita… ya quedamos que va a pasar a la Brigada, para que los pongamos en contacto. Venimos a ayudar, ¿no?”

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