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A un año de Villas de Salvárcar
A un año de Villas de Salvárcar
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A un año de Villas de Salvárcar
01 de febrero, 2011
Por: Dulce Ramos
@WikiRamos 

Algún día tenía que ocurrir. Más temprano que tarde Ciudad Juárez iba a expeler la rabia, la indignación, la tristeza. El recuerdo de 15 jóvenes baleados a quemarropa hace un año, en la Colonia Villas de Salvárcar, hizo que la sociedad diera un manotazo. Así como no hay cuerpo que resista tanta desgracia, tampoco hay ciudad que lo logre.

El 30 de enero hizo un año que los juarenses comenzaron a quitarse las costras de miedo. El asesinato de 15 estudiantes que según versiones oficiales, fueron confundidos con criminales, desató (y aún desata) el repudio a las estériles soluciones de los gobiernos federal, municipal y estatal. Con 2 mil 377 muertos en 2010 y la memoria de los jóvenes aún fresca, organizaciones civiles, artistas, defensores de derechos humanos y víctimas de la violencia, gritaron su hartazgo en puntos representativos de esta ciudad. La consigna: un ayuno de 24 horas, además de tomar el centro, la línea fronteriza y la colonia donde ocurrió la masacre.

Villas del Portal 1310

El 30 de enero de 2010, en la casa contigua al 1310 de la calle Villas del Portal, Dolores Torres no podía conciliar el sueño. A sus más de 70 años, los ojos invadidos por las cataratas le juegan malas pasadas, pero el oído lo tiene bien despierto.

Su recámara queda justo de espaldas a la sala donde, en la casa vecina, los 15 jóvenes masacrados se divertían con la música en alto. Cuando el barullo paró de súbito, el más agudo de sus sentidos le advirtió que algo estaba por ocurrir.

“Empecé a escuchar los balazos. Ratatatata. Uno tras otro. Y escuchaba a las muchachas gritar ¡Párenle! ¡Por favor, ya párenle!”. El rostro de Dolores, lleno de arrugas, se acartona aún más cuando intenta reprimir la tristeza.

Las  vecinas de Villas de Salvárcar decidieron que en el aniversario de la masacre, el barrio  debía mostrar dignidad. En la biblioteca, enclavada a unas calles, los vecinos ayunaron todo el día. En la casa de la tragedia, sucia y abandonada días antes, un crespón blanco y uno negro pendían de las ventanas.

“La fachada ha estado saliendo en las noticias, y no queremos que se vea deprimente”, explicó una de las mujeres de la cuadra. De aquí y de allá salieron señoras con fotos, flores, veladoras y cartulinas con mensajes. Ahí ocurrió una matanza que cimbró a México y no están dispuestas a que se olvide.

Ni el alumbrado, ni los parques, ni las obras satisfacen a los habitantes de Villas de Salvárcar.

Al centro de la colonia, un parque reluciente, con juegos y campos deportivos se yergue como el signo de una dignidad que, en Juárez, sólo se gana con una cuota de muertos. Al caer la tarde, cuadrillas de trabajadores se apresuran a terminar detalles. “Andan corriendo pa’ cuando vengan a inaugurar”, dicen los vecinos por lo bajo.

Pero las estrategias como ‘Todos somos Juárez’ han traído a la ciudad mucho concreto y pocas soluciones. El lunes pasado, en uno de los parques recién construidos con recursos del programa, siete jóvenes fueron masacrados mientras jugaban futbol. Ciento ochenta balas les dispararon. Los activistas cuentan que el telón de fondo para los cuerpos fue una barda con la frase ‘Vivir mejor’. En el afán por mostrar soluciones, ningún órgano de gobierno reparó en que en el perímetro del parque confluyen colonias con violentos grupos rivales.

En Villas de Salvárcar, fraccionamiento de clase media baja cercano al Aeropuerto, los jóvenes ya no salen. La matanza y el clima de violencia los retiene en sus casas en cuanto cae la noche. Cinco de los 15 masacrados hace un año vivían en la colonia, así que las fiestas y el ambiente se han acabado.

A un año de la desgracia en la colonia había duelo, pesadumbre. Ojos incrédulos y madres que cada mañana miran el sitio donde mataron a su hijo porque no hay otro lugar a donde correr.

Entre los Policías Municipales que cerraron la calle con sus pick ups, Blanca Esthela Camargo anda con la mirada perdida. Sus ojos verdes y el cabello rojizo la distinguen de todas las demás. Llorosa observa las fotos de Horacio, su hijo, y varios mensajes escritos con caligrafía adolescente. “Te extrañaremos muzho”, reza uno. “El rey feo”, dice otro. A pesar del título de nobleza estudiantil, el muchacho era popular en su bachillerato. Ganaba concursos de baile y era encantador con las chicas.

“Las autoridades nos han dicho que fue un error, pero eso a nosotros no nos satisface. Lo único que nos queda es aprender a vivir con los que estamos aquí”. Blanca abandona la casa con la vista en el piso.

‘We will rise again’/No estamos solos

En una árida zona conocida ‘de este lado’ como Anapra y del otro, como Sunland Park, está el rostro más cruel de la frontera juarense. Enclavado al norponiente, en este barrio las constantes son los muertos, la pobreza y la ominosa valla fronteriza.

A Juárez y a El Paso los puede dividir una malla ciclónica, pero las aristas del narcotráfico las unen.  Ahí, en ese Anapra que nada ofrece, la sociedad civil mexicana y estadounidense se encontró para celebrar un acto binacional.

Cada grupo en su lado de la frontera escuchó al otro. Un discurso en inglés, otro en español, pero todos llevaban el mismo mensaje de solidaridad y hartazgo. En cada lado, un centenar de personas blandió mantas con mensajes de paz, globos y banderas multicolores. Si en El Paso se escuchaba el grito ‘We will rise again’ (nos levantaremos de nuevo), en Juárez respondían, a voz en cuello, con un ‘No estamos solos’. El ayuno, que para ese entonces ya llevaba medio día, no les restó energía para pedir una frontera distinta.

De su lado de la valla, el sacerdote estadounidense Guillermo Morton, líder paseño, reconoce que Estados Unidos condena la desgracia mexicana sin voltear a verse el ombligo. La demanda de drogas y el tráfico de armas son asuntos que debe resolver su país, en vez de desgarrarse las vestiduras.

Entre los dos centenares de asistentes no sólo hay fronterizos. Activistas ingleses, canadienses, alemanes y periodistas de Europa y Asia atestiguan el mitin en el que ambas comunidades vomitan todos su dolores. Lo mismo condenan el abuso a los migrantes que los feminicidios, el tráfico de drogas y de armas.

De todos los rostros variopintos, sobresale uno conocido. Emilio Álvarez Icaza, expresidente de la Comisión de Derechos Humanos del DF, es la única personalidad pública presente. ¿Dónde está la Comisión Nacional en este acto? Él también se lo pregunta.

“Deberían de estar aquí. La CNDH tiene una oficina aquí en Juárez, pero tal parece que la única problemática que atiende es la de los migrantes. Han prestado muy poca atención a los abusos a los derechos humanos cometidos por la Policía Federal y el Ejército. Se han convertido en parte del problema”, dice con tono de preocupación.

Al exombudsman también le preocupa el anuncio que el viernes hicieran el Secretario de Gobernación, Francisco Blake Mora, el Gobernador chihuahuense, César Duarte, y el Alcalde juarense, Héctor Murguía. En un cuarto intento por pacificar la ciudad, informaron que en los próximos días habrá una nueva policía con 422 elementos supuestamente certificados.

“Qué pena que el nuevo Gobernador proponga una policía de élite, que no da seguridad, sino miedo. Qué pena que Estados Unidos sólo tenga capacidad para poner rejas y detener migrantes, pero no para detener los tráileres que pasan a México cargados de armas”, dijo. A unos pasos, elementos de la patrulla fronteriza y la policía estadounidense recibieron el mensaje.

Con un sol en pleno, la sociedad civil se expresó por dos horas. Pero las palabras se las llevó el viento helado que soplaba ayer en la frontera. Ningún político estuvo ahí para escucharlos. Incluso, la patrulla de la Policía Municipal que llegó a vigilar el acto, se retiró una hora después. Aunque ni falta hizo.

Cuando no quedó más que decir, el ritmo de unos tambores afroantillanos desató el baile aquí, y allá, y ese fue el único lenguaje. Los dedos se cruzaban por la malla ciclónica para que, completos desconocidos, se tocaran la mano.

Con las palmas, los últimos llevaron el compás del ritmo, cuando de pronto surgió un cántico ‘¡Que baile la migra! ¡que baile la migra!’ Naturalmente, nunca sucedió.

Con Juárez de espaldas

La cita era a las 9:00 de la mañana. A esa hora, un centenar de personas llegó a la mitad de la plaza más emblemática del centro: el monumento a Benito Juárez.

Allí inició la jornada de reflexión y ayuno y de ahí también partió la caravana de autos para celebrar el acto binacional en Anapra; pero también hubo algo más significativo. En un esfuerzo por reapropiarse de la ciudad, se levantaron dos campamentos para pasar ahí la noche. Los ciudadanos quieren Juárez para ellos, no para los narcos. Al caer el sol, con veladoras, los presentes formaron la palabra ‘JUSTICIA’ a los pies de Benito Juárez.

Como una alegoría involuntaria de lo que ocurre en la Ciudad, los activistas quedaron en la parte posterior del monumento. Literal y metafóricamente, Juárez les da la espalda en más de un sentido.

Pero a ellos no les importa. Jóvenes, defensores de derechos humanos y padres que perdieron a sus hijos en Salvárcar se dieron cita y, valientes, tomaron el micrófono. Entre ellas, Luz María Dávila. La mujer bajita, morena y de cabello crespo que, llena de valentía, increpó a Calderón cuando el año pasado llegó a dialogar con los ciudadanos.

“Yo no le puedo decir bienvenido porque no lo es”, le dijo cara a cara en aquella ocasión.  Este 29 de enero, la valentía de Luz María ya no estaba. Apenas pudo articular un discurso. y condenar los programas del Gobierno Federal. “un parque, dos parques, no nos dan ni nos quitan la seguridad”, dijo nerviosa. Minutos antes, ella había sido la encargada de sonar una campana que el movimiento contra los feminicidios ha llevado por todo el país. Ayer la hizo sonar 15 veces, una por cada joven muerto. Dos de ellos, Marcos y José Luis, eran sus hijos.

Las campanadas fueron también por Juan Carlos Medrano. “Él quería ser piloto aviador. Se le truncaron los sueños y, a mí, la vida”, cuenta con lágrimas su madre, Arcelia Medrano. “Las emociones siguen a flor de piel, como si hubiera pasado todo en este momento”.

Arcelia sabe que hay detenidos, pero no sabe si hay un juicio. Nadie del poder judicial se ha acercado a comentarle si el proceso camina. Ella, lo único que quiere es justicia y no duda que, entre los detenidos, haya algún ‘chivo expiatorio’. Para algunos, de hecho, ese ‘chivo’ tiene nombre y apellido.

Israel Arzate Meléndez fue detenido el 3 de febrero de 2010. En la plaza, Guadalupe Meléndez, su madre muestra documentos que dicen que está detenido por posesión de auto robado. La policía lo acusa de haberse conducido una de las dos pick ups que llegaron a rafaguear el 1310 de la calle Villas del Portal, pero en la camioneta no hay ni una sola huella digital que lo indique.

Cerca de los familiares de las víctimas, la mujer asegura que los militares torturaron a su hijo para que aceptara su delito y denuncia que fue presentado tres días después de su arresto. Israel, que vendía discos junto a un supermercado, podría enfrentar cuatro años de prisión.

Entre la indignación, el dolor que aún sigue vivo, y la solemnidad de la jornada de ayuno, una figura alta y delgada, vestida de negro, sobresalía por sus movimientos grandilocuentes.

Con el rostro pintado de blanco, una nariz de bola roja y su cabello rizado, el payaso Yayo cambio el cariz del acto. Música circense lo acompañaba.

“Por si algo sucede, hemos hecho nuestra propia patrulla”, y de sus espaldas sacó un pequeño coche de cartón con la leyenda ‘Patrulla Poesía Ciudadana’. Las carcajadas resonaron.

“¡Sí están vivos!”, festejó el artista cuando pudo cambiar las caras largas.

Y Yayo puso a bailar y a brincar a toda la plaza. Junto con él, los juarenses movieron los brazos de arriba abajo como si volaran en uno de los momentos más conmovedores del sábado. Un día antes, el payaso visitó el Hospital Central como un Patch Adams mexicano y ahí, niños de cinco años, pero también de 60, plasmaron en dibujos su clamor por paz.

Habiendo relajado los ánimos, y aún con la cara pintada, Yayo queda sorprendido por el buen humor de los juarenses. Llevar su acto a colonias donde han ocurrido matanzas, o a parques donde lo pueden matar si a un sicario se le da la gana, requiere valor.

“No se trata de hacer el payaso todo el tiempo. Se trata de usar la creatividad para salvar la vida”, relata el payaso que, también, es un hombre con dos hijas y una esposa.

Con las caras de la gente ya sonrientes (escena rara de encontrar en la ciudad), Yayo lanza un último mensaje.

“Que nos quede a todos muy claro. El humor no es para evadir el miedo ni para distraerse. Es ­­­­–y se da un golpe en el corazón dos veces—para enfrentarlo”. Con la risa, la solidaridad y la protesta, Juárez ha logrado hacer una catarsis.

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