El mundo es un conjunto de posibilidades infinitas y Antonio Ortuño se decidió por la escritura. Desde su infancia, Antonio estuvo rodeado por viejos libreros que se convirtieron en una especie de murallas medievales levantadas dentro de su casa. Libros de Unamuno, Pío Baroja, la generación del 27, las obras completas de Ortega y Gasset, Edgar Allan Poe, Homero, entre otros, se asomaban ante los ojos saltones de aquel niño de sólo 4 años de edad.
Mientras sus amigos jugaban en las calles o en plenas vacaciones, Antonio se refugiaba en los libritos de historia que contaban las hazañas de los griegos y los romanos. En su casa no había televisión, nunca vio caricaturas y esos programas que ven los niños normalmente, pero sí podía presumir que sus padres eran muy buenos lectores.
“Cuando se reúne la gente de mi generación, escritores y amigos, comentan las caricaturas que veían de niños y estoy separado por un abismo porque veía muy poco la televisión. Veía el futbol americano, era realmente lo único me interesaba”.
Su padre Daniel, hijo de españoles, nació en el mineral Real del Monte, Hidalgo. Una familia de mineros lo recogió y lo crió en ese pueblo abundante, donde también convivían ingleses, galeses, franceses e indígenas de la zona. Su madre Elisa, llegó a raíz de la guerra civil española y conoció a Daniel en la ciudad de México, donde los dos fueron devorados por el fuego. En el Distrito Federal nació su hermano mayor y años después emigraron a Guadalajara, la ciudad de Antonio.
A sus 34 años de edad, este escritor es el más mordaz y ácido de los escritores mexicanos. Pareciera que las páginas de sus libros son frases infinitas de insultos, sarcasmo y “mala leche”. El humor y el insulto como postura literaria, se encuentran en sus novelas “El buscador de cabezas” (2006), “Recursos humanos” (2007) y en sus libros de cuentos “El jardín japonés” (2006) y “La Señora Rojo” (2010).
En la vida real, a Antonio Ortuño le gustan los buenos modales, es una persona tranquila y detesta la vida como arte, “salir a la cremería con cara de artista, es absurdo”.
Sin embargo, cuando escribe se convierte en Mr. Hyde, se transforma en otro ser, en su perfecto opuesto. El bien y el mal, las dos caras de una misma moneda. Una bipolaridad personificada. Al Dr. Ortuño, o a su Mr. Hyde, se le escapan las palabras para mentir de forma interesante. No escribe bonito. Escribe de una forma insultante, su lenguaje es agresivo. Dice que no se puede malinterpretar un insulto. Su influencia directa es la ironía de Ibargüengoitia y la eficacia de Borges, sus escritores de cabecera.
Ortuño respeta a los críticos literarios pero no les teme. Sólo le interesa molestar a cierta gente y entretener a otra. En 2010 fue el único mexicano incluido en la edición especial de la revista británica “Granta” que dedicó un número especial a seleccionar a los 22 mejores narradores jóvenes en español.
La prestigiada publicación ha dedicado dos números especiales -en 1979 y en 1993- a seleccionar a los 20 mejores novelistas británicos jóvenes con los que consolidó las carreras de escritores como Martin Amis, Julian Barnes, Kazuo Ishiguro, Salman Rushdie, Ian McEwan, Rose Tremain, Louis de Bernieres, Bruce Chatwin y Philip Kerr.
-Luego que estudiaste comunicación audiovisual en la Universidad de Guadalajara, ¿Por qué no diste ese salto al cine?
Quise ser cineasta en algún momento pero finalmente el cine es una creación colectiva, es un asunto de equipos de trabajo y que tiene mucho que ver con tu capacidad de producir, para negociar y ponerte de acuerdo con la gente. Hay muchos niveles de creación en el cine: el director, el guionista, el actor, el fotógrafo, y todo mundo opina. Descubrí que no tenía ganas de ponerme de acuerdo con 25 personas. Escribí desde muy joven y mucho, compulsivamente. Un día me dí cuenta que tenía 10 mil cuartillas escritas y se fueron nueve mil 912 a la basura.
-Fuiste reportero, editor, jefe de redacción, en diarios como el desaparecido Siglo 21 y Público en Guadalajara, ¿Cómo influyó el periodismo en tu obra como escritor?
Fui periodista muchos años, prácticamente desde que acabé la escuela hasta ahora, y me di cuenta que lo que sé hacer mejor y lo que me gustaba más es escribir y que quería escribir narrativa, porque era lo que mejor me acomodaba. Fue una especie de matrimonio por conveniencia. El periodismo y la literatura son cosas diferentes. Desde luego que hay algo en común que es el lenguaje y la necesidad de comunicar cosas a la gente.
-Compartes la idea del escritor Tomás Eloy Martínez de que la literatura, como el periodismo, son actos de transgresión, maneras de mirar un poco más allá de tus narices…
Los fines son muy distintos. El periodismo es muy riguroso, se trata de informar, de comunicar, de apegarse a lo que el periodista cree lo que es la verdad, según su percepción y la línea editorial en la que trabaja. Mientras que la literatura es un espacio de libertad absoluta. El periodismo te da rigor, escribes para alguien más que no conoces y tienes que explicar, justificar y elegir palabras para mantener la atención de los lectores, eso es muy valioso para la literatura como disciplina de trabajo. Sin embargo, la literatura tiene otros procedimientos, otras herramientas y lo he compartimentado hasta la esquizofrenia. Me parece una abominación ser un escritor periodístico o que anden ahí cuchileando la nota roja para escribir cosas, eso realmente no me interesa.
-¿Trasladas tu personalidad a tus libros?
No, no. A mí no me gusta que la gente se comporte agresiva o desagradable. Considero que la hipocresía social es una necesidad. Es absurdo las buenas maneras en la literatura.
-¿Te costó llegar como a un tono, a un estilo propio? ¿Cómo fue el proceso de aprendizaje?
Tres mil cuartillas tiradas a la basura, jajaja… Fue un proceso largo y sólo se aprende escribiendo. La gente que organiza los programas de literatura y letras sabe perfectamente que eso no te va ser escritor. Me parece que hay mucha charlatanería en las clases de escritura, en los talleres, eso no me interesa y ni me hubiera servido por mi propio carácter para escribir. La gente con la que tengo contacto y que estuvo en talleres no le sirvieron de nada. Los que llegaron a escribir lo hicieron de otra manera, no es como aprender a nadar o andar en bicicleta. Creo que ser escritor es algo que se aprende pero no se enseña.
¿Tuviste alguna influencia o personaje clave que te impulsara a escribir tus novelas y cuentos?
Tardé mucho en mostrarle a la gente mis textos porque no estaba conforme con ellos. No te puedo decir que tuve una especie de tutor, sólo me acompañaron mis lecturas y mi juicio bueno o malo. Trato y sé que es una pretensión absurda o ridícula, pero mis modelos de escritura son Borges, Cioran, Ibargüengoitia, Célin, Evelyn Waugh, Shakespeare, Homero, Patricia Highsmith, y trato de juzgar lo que escribo a la luz de haber leído a todos ellos, que considero son los mejores escritores. Si leo y admiro a Juan Marsé, y luego escribo algo que me parece completamente absurdo e indigno de su obra, lo tiro a la basura.
Steelers, Fugazi y las becas malditas…
Antonio Ortuño viste de negro, es de piel blanca y tiene una barba de candado pulcra. Si se pone un casco, sería un perfecto ala cerrada de los Acereros de Pittsburgh: agresivo, incómodo y que seguramente los contrarios se quejarían de su juego sucio. A sus 12 años tuvo que dejar el americano porque se jodió una rodilla, tiene un tendón hecho nudo.
Este domingo, Antonio puede celebrar otra victoria de sus amados Steelers en el Super Bowl XLV en el Cowboys Stadium. La primera vez que los vio ganar fue en enero de 1980, Pittsburgh superó sin complicaciones 31-19 a unos debutantes y mermados Carneros de los Ángeles.
“A mí me tocó crecer con unos Acereros que eran malísimos, aunque mi primer recuerdo fue cuando ganaron el Supertazón XIV. Después tardaron 16 años en llegar a una final que además perdieron contra Los Vaqueros de Dallas. Afortunadamente ya habían nacido mis hijas cuando ganaron lo dos más recientes. Me siento un fanático comprobado”.
Ortuño dice que le gusta la música sinfónica pero que el rock estruendoso de Fugazi, el punk de The Clash y The Ramones, la sofisticación ruidosa de Velvet Underground y Nick Cave, tiene mucho con la estética irónica y retadora de su literatura. Ortuño le debe más al punk rock que a las becas y talleres literarios.
Inicialmente para escribir sus novelas “El buscador de cabezas” y “Recursos humanos”, Ortuño solicitó becas y ninguna salió seleccionada. Recorrió el camino normal de mandar propuestas para que en un lapso de tiempo terminara de escribir sus novelas, pero al final le cerraron la puerta en sus narices.
“Las becas no llegan uno las tiene que pedir y por lo pronto no he decidido solicitar una beca más. Mis dos novelas no las tenía escritas y ganó gente que no ha publicado y que no va a publicar esas novelas horribles que seguramente escribieron”.
-¿Tienes rencor contra las becas? ¿Son innecesarias?
Para mucha gente han sido útiles y necesarias, lo que no creo que hagan las becas es producir libros interesantes y lo tienen que reconocer los implicados y quienes otorgan las becas. La mayor parte de los trabajos que pasan son cosas que ya estaban escritas. Les dan una especie de premio, de dinero a fondo perdido, como una suerte de premio por ser quienes son y porque consideran que pueden ser buenos escritores o porque son sobrinos de alguien. Creo que la gente que da las becas se debería preocupar porque muchos de los escritores más visibles ahora en la literatura mexicana somos quienes no obtuvimos becas. Pero supongo que no es un valor que les importe a ellos.
– Aparte de escuchar música, ¿Qué te gusta hacer en tus ratos de ocio? ¿Cómo es un día común de Antonio?
Convivo con mi familia y mis amigos. No veo la TV para hacer zapping, ahora me interesan algunas series televisivas, pero no las que les gustan a toda la gente como Lost, ni me interesa ni la voy a ver nunca. Me gusta mucho Breaking bad, la bajo de Internet y la veo. Soy un ciudadano común. Escribía de madrugada, trabajaba como jefe de cierre de un periódico y cerraba edición, llegaba a mi casa y me ponía a escribir y me sirvió muy bien, hasta que adquirí horarios más normales. Ahora tengo una disciplina mas o menos férrea, escribo en la noche hasta que me duermo y en la mañana antes de irme a trabajar corrijo. Uno de los dos fines de semana, los dedico a escribir y corregir. Acabo de terminar una novela que se llama “Ánima”, y me voy a dar un espacio para vivir y leer y sacar mis pendientes.
ANTONIO ORTUÑO EN FRASES…
Cuentos-La Señora Rojo
-Mi madre, secretaria seca y estricta, se esforzaba por hacer llevadera la derrota de haber sido abandonada por el marido con un hijo pequeño y otro imbécil.
-Reconocí desde pequeño que mi padre era la mierda más repulsiva del planeta.
-Nadie me daría la pena máxima por matar una estafadora gorda como tú.
-Mi padre nunca intentó inmiscuirse en política: se limitó a cortar carne en su local y a votar por los candidatos perdedores en cada elección convocada.
-Un hombre de verdad jamás habría agradecido como un cachorro la atención y amistad de un enemigo.
Recursos humanos. Finalista en 2007 del Premio Herralde de Novela
-Me tutea ¿Es estúpida? Tengo debilidad por las mujeres estúpidas.
-Si: era y soy un resentido. Al menos en eso tenía razón aquella chica, a quien nunca me atreví a decirle que su boca no olía bien ni resultaba agradable su sudor.
-Quien sostenga que las putas son románticas no entiende nada de las putas ni del romanticismo.
-Soy sólo otro hambriento venido a más.
-No soy feliz. Nadie puede sostener, honradamente, serlo. No soy feliz porque he hecho depender mi felicidad de la fortuna de mis amoríos con un monstruo.
#YoSoyAnimal
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