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El poema que encabezó la protesta de Obama
El poema que encabezó la protesta de Obama
4 minutos de lectura
El poema que encabezó la protesta de Obama
21 de enero, 2013
Por: Dulce Ramos
@WikiRamos 

Richard Blanco fue el encargado de leer un poema durante la toma de protesta del segundo mandato de Barack Obama. En un evento que tuvo como principal eje la igualdad en Estados Unidos, Blanco se convirtió en el primer hispano, integrante de la comunidad LGBT y el más joven en leer un poema inaugural en este tipo de ceremonias.

Animal Político te deja el poema inaugural de @rblancopoet en Español y la liga para ver el original en inglés:

 

(One today) Un Hoy

Un sol se elevó hoy sobre nosotros, despertando nuestras costas,
asomándose sobre las Montañas Humeantes, saludando a las caras
de los Grandes Lagos, difundiendo una simple verdad,
a través de las Grandes Planicies, desafiante a través de las Montañas Rocosas.
Una luz, despertando las azoteas, bajo cada una, una historia
contada a través de gestos silenciosos que se mueven detrás de las ventanas.

Mi cara, tu cara, millones de caras en los espejos de la mañana,
cada uno bostezando la vida, en crescendo a lo largo del día:
autobuses de color lápiz amarillo, el ritmo de los semáforos,
puestos de fruta: manzanas, limas y naranjas arregladas en un arcoiris
rogándonos elogios. Camionetas plateadas cargadas de gasolina o papel-
ladrillos o leche, rebosantes sobre las autopistas a nuestro lado,
de camino hacia limpiar mesas, hacer cuentas o salvar vidas-
enseñar geometría, o ser cajero en un supermercado, como lo hizo mi madre
durante veinte años, para que yo pudiera escribir este poema.

Todos tan vitales como la luz en la que nos movemos,
aquella luz que también se encuentra en los pizarrones con las lecciones del día:
ecuaciones a resolver, historia a cuestionar, o átomos imaginados,
seguimos soñando el “yo tengo un sueño” ,
o el vocabulario imposible de la tristeza que no explica
los pupitres vacíos de veinte niños marcados ausentes
hoy y siempre. Muchas oraciones, pero una sola luz
respirando color a los vitrales,
vida a las caras de las estatuas de bronce, calor
a los escalones de nuestros museos y los bancos de los parques,
mientras las madres observan a sus hijos que resbalan a través del día.

Un suelo. Nuestro suelo, que nos conecta con cada tallo
de maíz, cada grano de trigo sembrado por sudor
y manos, manos recogiendo carbón o erigiendo molinos de viento
en el desierto y las montañas que nos mantienen calientes, manos
excavando zanjas, redireccionando tuberías y cables, manos
tan desgastadas como las de mi padre cortando caña de azúcar
para que mi hermano y yo pudiéramos comprarnos libros y zapatos.

El polvo de las granjas y los desiertos, ciudades y llanuras
mezclados por un solo viento- nuestro aliento. Respira. Escúchalo
entre el estruendo magnífico de los taxis tocando sus claxon,
de los autobuses transitando en las avenidas, la sinfonía
de los pasos, las guitarras, y los chillidos del metro,
el inesperado pájaro en tu marca de ropa.

Escucha: el chillido de los columpios en el patio, el chiflar de los trenes o
los murmullos que se intercambian en las mesas de los cafés, Escucha: las puertas que nos abrimos los unos a los otros a lo largo del día, el decir: hello | shalom,
buon giorno | Hola | namaste | o buenos días
en el idioma que me enseñó mi madre- en cada uno de los idiomas
emitidos en un mismo viento, llevando así nuestras vidas
sin prejuicios, mientras que estas palabras escapan de mis labios.

Un cielo: desde los Apalaches y Sierras reclamadas por
su majestad, hasta el Mississippi y el Colorado que se abren paso
hacia el mar. Agradece el fruto de nuestras manos:
el acero de nuestros puentes, el terminar un reporte para tu jefe
a tiempo, el coser una nueva herida
o un uniforme, el primer pincelazo de un retrato,
o el último piso de la Torre de la Libertad
cuya punta perfora un cielo que se somete a nuestra capacidad de resistencia.

Un cielo, al que levantamos los ojos a veces
cuando estamos cansados del trabajo; adivinando a diario sobre el clima de
nuestras propias vidas, agradeciendo al amor que nos
ama de regreso, asimilando en ocasiones a una madre
que supo dar, o perdonando a un padre
que no pudo darte lo que querías.

Nos dirigimos a casa: a través del brillo de la lluvia o el peso
de la nieve, o el rubor de la oscuridad, pero siempre en casa,
siempre bajo un mismo cielo, nuestro cielo. Y siempre una luna
como el sonido de un tambor silente pulsando en cada uno de los techos,
en cada ventana, de un país- todos nosotros-
de frente a las estrellas
esperamos- una nueva constelación
que espera a que la “mapeemos”
que espera a que la nombremos- juntos.

 

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