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“La sociedad desconoce los propósitos de la educación”
“La sociedad desconoce los propósitos de la educación”
7 minutos de lectura
“La sociedad desconoce los propósitos de la educación”
08 de marzo, 2013
Por: Dulce Ramos
@WikiRamos 

Por: Alejandra Quiroz Hernández

Recuerdo que, durante la campaña presidencial de 2012, entre las propuestas respecto a la educación había quienes proponían que los niños y jóvenes pasaran más tiempo en la escuela. Quizá sea un buen remedio para padres de familia que deben ausentarse de casa muchas horas para poder mantener a los suyos. Quizá sea una solución para mantener a los alumnos lejos del consumo de sustancias adictivas y otras conductas de riesgo. Podría ser muy útil para los profesores mal pagados que, con unas horas más, tendrían un poco más de solvencia económica.

Lo cierto es que ninguna de las anteriores es una cosa posible si el tiempo que se pasa en la escuela no es de calidad. He sido profesora por dos años, mi mamá lleva 30 años como educadora y mi papá dio clases esporádicamente en el nivel superior. Pertenezco a una familia de docentes  y estamos conscientes de que solamente podemos hacer lo que está a nuestro alcance por lo que nos hemos comprometido en dotar de calidad el tiempo que pasamos en el aula.

Podrá verse como un dejo de rebeldía pero es cierto que en el aula, el profesor puede hacer lo que quiera. Sí, existen programas, lineamientos y normatividades que regulan lo que se debe hacer en el salón de clases pero no dejan de ser eso: pautas. La creatividad, el compromiso y la responsabilidad del profesor son cruciales para transformar todos aquellos documentos en una realidad menos burocrática y más significativa.

Entender el fenómeno educativo

Estudié filosofía en la universidad por el deseo de impartir clases sobre esta disciplina. Una de mis principales inquietudes es la filosofía de la educación. Comenzó al enterarme de que las asignaturas filosóficas, en países como Francia, España o Chile, habían tenido serios recortes de contenido y horas clase. Fue a partir de eso que comencé a indagar de qué se trataba el fenómeno de la educación en perspectiva filosófica.

A través de lecturas y conversaciones, he constatado que la sociedad en general desconoce los propósitos de la educación. No se comprende de cabo a rabo el rol que cada uno de los actores educativos desempeña y, lo que es peor, difícilmente se reconocen como participante activo del mismo.

¿En qué consiste el fenómeno educativo? Este se constituye de directivos, profesores, alumnos, padres de familia y voluntarios. Hablamos de actores educativos porque cada uno de ellos juega un rol determinante en el proceso educativo que, contrario a lo que se piensa, es un desplazamiento de ida y vuelta. Es decir, estamos ya lejos de aquella época en la que el profesor era la autoridad en la materia y llegaba, justamente, a iluminar a aquellos jóvenes carentes de conocimiento. Ya no debemos tomar en cuenta aquella etimología que considera al alumno como el carente de luz. Más bien, habría que considerarse aquella que explica que el alumno es aquel al que se alimenta intelectualmente. Esto constituiría en un movimiento significativo en el proceso de la enseñanza-aprendizaje.

Retomando el tema del fenómeno educativo, todos los actores deberían tener conocimiento de lo que se espera de cada participante según el nivel educativo en el que esté insertado. Maestros, directivos y padres de familia deberían comprender en su totalidad los propósitos de cada uno de los niveles educativos para poder articular un proyecto educativo que redunde en la transformación radical de los estudiantes. Actualmente, la mayoría de los profesores sospechan que esperar de los alumnos conforme pasan de año o sector, pero desconocen los documentos que fundamentan el propósito del preescolar, la primaria y la secundaria.

Deberíamos sostener más reuniones entre profesores de diversos niveles educativos para tener alguna retroalimentación. Quizá habría forma de reconocer los errores que hemos cometido y poner atención a nuestros aciertos. La educación es un proceso continuo con objetivos claros por grado o nivel pero el hecho de que no hayan sido cumplidos en su momento no significa que deban ser abandonados en los siguientes. De hecho, uno de los grandes errores que cometemos como profesores es no retomar temas como redacción, ortografía, razonamiento o cálculo mental porque consideramos que ya se ha logrado en su momento. Esto no nos detiene sino que agiliza la formación de los estudiantes: ¿cómo queremos que un niño escriba sin errores si no practicamos la ortografía?

Los modelos educativos

No necesitamos importar modelos educativos que han funcionado alrededor del mundo. Para obtener los mismos resultados, tendríamos que mudarnos de país o importar ciudadanos que nos exijan estar a la altura. Lo que sí podemos hacer es descubrir qué es lo que ha funcionado. Bastaría observar el caso finlandés, tan popular en estos tiempos, que ha reducido el tiempo de escuela, paga bien a los maestros y exige demasiado a todos los actores educativos.

Lo que deberíamos hacer es adoptar actitudes, modificar la apreciación que se tiene actualmente de los maestros. Más de una vez me ha tocado escuchar a mis alumnos o a sus padres decir: “yo no quiero que estudie tal cosa para terminar de maestro”. Como sociedad, no somos capaces de reconocer la contribución que los maestros hacen a nuestra vida. Puede ser el caso, como el que Gabriela Warkentin comenta en su columna, que los mejores maestros se cuenten con los dedos de las manos pero justo son esos los que transforman nuestra percepción y expectativas de la vida.

En el ámbito de la pedagogía siempre hay algo innovador que podemos implementar pero que no necesariamente comprendemos. Muchas veces los adoptamos como consecuencia de las tendencias económicas que están asociadas a las propuestas educativas. Una de las más claras es la de la educación por competencias. Quisiera que hubiera algún valiente que pudiera pensar en competencia en tanto capacidad para desempeñar una tarea y no en una justa que debe ser ganada a como dé lugar. La nomenclatura utilizada en el ámbito educativo no puede ser polisémica ni divagante. Necesitamos ser claros en las pretensiones educativas para no caer en errores de comprensión o malas interpretaciones de lo que se propone la educación.

Una profesión autogestiva e introspectiva.

Nadie nace sabiendo enseñar y no necesariamente se aprende muy bien. Los conocimientos que tenemos tanto profesionistas convertidos en maestros como profesores de formación normalista muchas veces se quedan anclados. Con esto me refiero a que cuesta mucho trabajo pasar de la teoría a la acción. Sin duda, hemos leído numerosas fuentes pedagógicas y didácticas pero la aplicación dentro de las aulas nos cuesta trabajo. Lo que sea que se nos haya instruido en la Normal o la Universidad, no pasa de ser conocimiento acumulado que no dejamos salir por temor a equivocarnos.

Debemos arriesgarnos y hacer las cosas. No podemos esperar la llegada de recetarios o pócimas que nos permitan hacer una tarea educativa efectiva. Debemos asumir la responsabilidad de nuestro salón de clases y reconocer cuando nos equivocamos. Prácticamente, se trata de tomar en cuenta una frase que nos puede parecer un lugar común pero que pocas veces atendemos: piensa globalmente, actúa localmente. La transformación en la educación radica en las pequeñas acciones colectivas que se realizan a lo largo y ancho del país con miras a dar lo mejor para la comunidad que está a su alcance.

Los profesores deberíamos ser más solidarios unos con otros y compartir aquellas estrategias que nos han funcionado en el salón de clases. Debemos desear el éxito para todos nosotros y nuestros alumnos. La normatividad nos exige implementar el trabajo colaborativo entre los estudiantes pero no hemos tomado la batuta para hacerlo con los compañeros docentes. Hace falta explotar la cantidad de recursos disponibles a nuestro alrededor y ser más generosos entre nosotros. Hoy día es posible crear plataformas, blogs, tumblrs, grupos, foros y otros portales en línea para compartir información, estrategias y experiencias.

Además de responder a la vocación docente, el profesor debe ser capaz de mirarse a sí mismo, de hacer un ejercicio de introspección que ponga en perspectiva la labor que desempeña en el aula. No podemos renunciar a ser evaluados pero tampoco podemos atribuir demasiada importancia a la evaluación externa. Si no somos capaces de revisarnos a nosotros mismos, no importa quien lo haga, nunca conoceremos por cuenta propia el estado en el que nos encontramos.

A partir de la introspección, podríamos detectar nuestras fortalezas y debilidades para así buscar los medios que nos ayuden a ser mejores. Esto implica tomar cursos, leer, visitar otras escuelas, navegar por Internet, aprender otros idiomas, en pocas palabras: hacernos responsables de nuestra labor docente.

La educación no radica en ningún lugar de manera específica. Por lo tanto, no depende de gobiernos, sindicatos ni organizaciones, depende de cada uno de los actores involucrados y su voluntad para comprometerse en el proyecto educativo que nos convoca.

Alejandra Quiroz Hernández

Profesora de secundaria y preparatoria

http://consultoriodeletras.tumblr.com

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