El viaje de Trini
Salió en diciembre pasado del Mar de Bering. Sin prisa, a una velocidad promedio de 8 kilómetros por hora, recorrió sin parar el Océano Pacífico bordeando la costa de Alaska, Canadá y Estados Unidos, hasta llegar a las aguas mexicanas del Golfo de California. Pasó de largo la Laguna Ojo de Liebre, en Baja California Sur, y se adentró en la Laguna de San Ignacio. Ya no necesitó asomarse por Bahía Magdalena. Diez mil kilómetros de nado continuo para llegar al lugar que andaba buscando: aguas templadas y tranquilas para parir.
Es la tercera vez que esta ballena gris se deja ver por la costa californiana en los últimos seis años. Por eso los pangueros del lugar la nombraron Trini. Para Lupita, guía turística de la laguna desde 2003, Trini es inconfundible por las manchas que forman más de 100 kilogramos de piojos y balanos en su cabeza y cuerpo, en una relación simbiótica. Si el próximo año se la vuelve a topar, jura que la reconocería. Y no le cambiará el nombre.
Trini parió un ballenato que midió al nacer 4.5 metros y pesó media tonelada. Permanecerá en la laguna alrededor de un mes, para que su retoño se alimente y crezca lo suficiente y entonces migrar de vuelta al Mar de Bering. De regreso aprovechará para comer y enseñarle a su hijo a hacerlo: como buenos barbados, se hunden en el fondo marino y dragan lo que encuentran a su paso, desde anfípodos y misidáceos, hasta algunos poliquetos. No, las ballenas grises no comen krill.
Trini y su bebé forman parte de las 2 mil 500 ballenas grises que en promedio visitan aguas mexicanas durante los meses de diciembre a abril, desde que se empezó a recuperar su hábitat en los últimos 40 años. Recordemos que esta especie estuvo a punto de ser exterminada por su cacería indiscriminada a mediados del siglo XIX y principios del XX, hasta que la intervención de la Comisión Ballenera Internacional y los esfuerzos de científicos y gobierno mexicanos por proteger las áreas de reproducción revirtieron esa tendencia. Hoy se estima una población de 22 mil individuos, cifra cercana a la que existía antes de su explotación. Es decir, la ballena gris es hoy una especie recuperada.
En la laguna de San Ignacio, ubicada dentro de la Reserva de la Biosfera de El Vizcaíno, el trabajo científico y la participación de los lugareños ha permitido que un promedio de 332 ballenas grises lleguen de visita este año, según el último censo semanal. Por el lado turístico, los pobladores coordinan, vigilan y se benefician de los avistamientos, los cuáles sólo se pueden dar con 16 embarcaciones al mismo tiempo en la zona y dos por ballena, por dos horas máximo. Por el lado de la producción pesquera, trabajan por temporadas (como la del abulón, por ejemplo), para permitir la recuperación de las especies y no entorpecer el ciclo migratorio de las ballenas.
En la parte científica, destaca la investigación realizada desde el 2008 por biólogos marinos de la Universidad Autónoma de Baja California Sur y de la UNAM, como parte del Programa de Investigación de Mamíferos Marinos (PRIMMA-UABCS), el cual es apoyado por la alianza entre la WWF y Telcel. Encabezados por el doctor Jorge Urbán Ramírez, los científicos realizan censos semanales de las ballenas adultas que se encuentran en la laguna (solitarias y con crías), aplican técnicas de foto-identificación, y colocan transmisores por satélite para intentar obtener más datos sobre su migración.
La información obtenida es procesada en el primer laboratorio en campo de mamíferos marinos en la laguna (Laboratorio Kuyimá) y aporta información valiosa sobre la población “coreana” de la ballena gris (la que llega a costas mexicanas es la “californiana”), la cual tiene apenas unos 130 individuos y se encuentra en peligro de extinción. Además de intentar esclarecer la participación e incidencia de ambas poblaciones en el ciclo migratorio, este tipo de investigaciones pretenden contribuir al debate sobre el reclamo de nativos siberianos para que se incremente la cuota de caza de subsistencia aborigen. Actualmente tienen permiso de cazar 650 ballenas grises en 5 años y hasta 120 cada año.
Mientras la Comisión Ballenera Internacional evalúa los número alegres y decide si procede el reclamo de los nativos siberianos, el hijo de Trini tendrá la oportunidad de recorrer el Atlántico Norte los próximos 70 años, edad promedio de una ballena gris. Dentro de 7 meses, hecho un juvenil, emprenderá su vida en solitario como todos los de su especie, hasta que alcance los 13 metros de largo y las 30 toneladas de peso, y tenga la madurez sexual de sus 6 años para empezar a aparearse. Entonces podrá recorrer el camino de su madre y tal vez arribar a la Laguna de San Ignacio, para ocupar su lugar en uno de los espectáculos marinos más fabulosos que un ser humano puede atestiguar.
#YoSoyAnimal
¡Agrega uno!