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“El PAN dejó de ser el partido de la ética”: Vázquez Mota
“El PAN dejó de ser el partido de la ética”: Vázquez Mota
9 minutos de lectura
“El PAN dejó de ser el partido de la ética”: Vázquez Mota
18 de noviembre, 2013
Por: Dulce Ramos
@WikiRamos 
Josefina Vázquez Mota, coordinadora de la bancada de Acción Nacional de la Cámara de Diputados y exsecretaria de Educación.
Josefina Vázquez Mota, coordinadora de la bancada de Acción Nacional de la Cámara de Diputados y exsecretaria de Educación.

Josefina Vázquez Mota, ex candidata presidencial por el PAN, publicó este lunes 18 de noviembre un texto en el blog de su sitio de internet en el que, a pesar de criticar al gobierno del PRI por no haber cambiado en 12 años de ausencia en Los Pinos, reconoce que en el PAN sí hubo un cambio: “comenzamos a emular al partido de siempre, ese que jamás cambiará”.

[contextly_sidebar id=”eeeb4bf821b07af7a094f4e7712e374c”]En un texto, titulado “La hora de reconstruir al PAN” y que gira en torno a temas como la consolidación de un liderazgo fuerte a la cabeza del partido, que no tolere atropellos y corrupción, Vázquez Mota afirma que “no es posible renunciar a ser una oposición real, digna y con agenda sustantiva para México que construye acuerdos porque así conviene a millones de mexicanos y no sólo por satisfacer intereses de un grupo o particulares“.

Animal Político te presenta el texto íntegro de la ex candidata presidencial:

La hora de reconstruir el PAN

Estoy orgullosa de mi Partido, de su esencia democrática, de su propósito ciudadano. Estoy orgullosa de decenas de mujeres, jóvenes y hombres, que ayer y ahora fieles a los principios y convicciones más profundas actúan sin descanso y particularmente sin rendición.

Por años escuché las voces recias de líderes y militantes, voces de orgullo y de propuesta, voces que se escuchaban fuerte por la dignidad y honor de quien las expresaba; voces de denuncia al autoritarismo, la corrupción, la impunidad y las prácticas antidemocráticas. El PAN que primero conocí me generaba orgullo y dignidad y fue a ese partido al que quise representar en mi carrera por la presidencia.

Escribo estas líneas primero para agradecer a quienes desde la contienda interna creyeron en un México mejor y posible; después a quienes ya como candidata me acompañaron con absoluta entrega, trabajo, pasión y compromiso.

Reconozco aciertos y errores en el quehacer de la campaña. Las lecciones de entonces me acompañan hoy para lograr con mayor fuerza y determinación trabajar día con día para ser una mejor persona, una panista a la altura de nuestros verdaderos militantes y, en especial, de las convicciones y principios que nos sustentan, y que hoy con urgencia nos convocan.

Puedo también decir frente a esas voces y acciones que me inspiraron en el pasado y me comprometen hoy, que en mi paso por una desafiante y retadora campaña presidencial y segura de que mis contendientes debieron haber revisado a profundidad mi vida entera, no encontraron un solo elemento de corrupción o acusación alguna. No obstante el dolor de la derrota, puedo mirar de frente a mi familia, a los panistas y a los ciudadanos.

Muchas de las lecciones debo asumirlas en lo personal y otras deben asumirse por la institución y liderazgos que en un ejercicio autocrítico tendrán su propia valoración y deberán también responder frente a la historia, frente a los panistas y frente a México. Mis errores son míos y los asumo; las fallas del paso del PAN por la presidencia deben ser asumidas por el partido para comenzar el proceso de reconstrucción y la recuperación de la confianza de la ciudadanía.

La soledad vivida en muchos tramos de la contienda se vieron recompensados por la entrega sin condiciones y el amor por México, con el que miles y miles de panistas se sumaron; con millones de votos de ciudadanos que siguen creyendo en nuestro partido como la mejor opción.

Por esos jóvenes que se sumaron sin descanso, por las mujeres que fueron el corazón día con día, por los militantes de Acción Nacional, por los hombres que estuvieron a la altura de lo que nos exigía cada momento, por los mexicanos en el exterior cuyo voto nos favoreció al final de la contienda y en especial, por los niños que hicieron la verdadera diferencia, hoy debemos hablar y debemos actuar con urgencia.

Tuve el privilegio y la responsabilidad de caminar México en repetidas ocasiones. En los procesos más recientes lo hice por Tamaulipas, Baja California, Coahuila, Aguascalientes, Chihuahua, Durango, Veracruz, Puebla, Tlaxcala, Quintana Roo, Sinaloa, Zacatecas, entre otros. Escuché una vez más las voces de los panistas y de los ciudadanos.

En esas ocasiones, muchas voces se quebraban no por el embate y el poder corruptor de nuestros adversarios políticos, sino por la traición de los propios, por la impotencia y frustración frente a actos de corrupción e intereses de grupo que eran burdos y día a día minaban la esperanza y el orgullo. Se sabía y reconocía ampliamente que detrás de cada pérdida electoral había una historia de divisiones internas, o de actuaciones de algunos liderazgos que avergonzaban a gran número de militantes y ciudadanos. La frustración e impotencia por la impunidad con que operaban eran abrumadoras.

Soy una mujer que de las filas ciudadanas y por la generosidad de un grupo de panistas crucé el puente que me llevó al mundo de la política, de ser y hacer política. La política vivida y ejercida con honor y compromiso sigue siendo el camino más poderoso para colaborar a hacer posible los sueños, anhelos y exigencias legítimas de millones de mexicanos. Esa es la política que yo conozco y es la política que me propongo avanzar.

Cuando hacer política se reduce a negociar sin importar los costos para obtener cualquier propósito –por importante que éste sea–, entonces todo se pervierte y ésta se reduce a sobornar y corromper. Así comienza la ruta de la desesperanza, la violencia, la regresión democrática y la pérdida de libertades y oportunidades. La realidad se convierte en un terrible destino, un destino que ahoga a México.

Hoy, a un año de inaugurado el gobierno actual, hemos podido comprobar que nuestros adversarios políticos nunca cambiaron, que no sabían –como repetidamente afirmaron– “cómo hacerlo”. Ahora es evidente que los rostros jóvenes de algunos de ellos no alcanzaron para ocultar los dinosaurios y las maneras ancestrales de hacer política. Todo ello ha generado en muchos mexicanos decepción y desconfianza, en otros miedo y angustia; en otros más, la sola confirmación de que siguen siendo los mismos pero en una versión más ambiciosa. La corrupción con que se han aprobado leyes recientes habla por sí misma.

Los priistas no cambiaron: son los mismos. Pero cuando nos vemos hacia adentro, los panistas no podemos ignorar una realidad que lastima y que nos ha provocado pérdidas electorales, pérdida de credibilidad y de confianza, pérdidas de militantes que no se reafiliaron por decepción y hartazgo. Tenemos que reconocer que nosotros sí cambiamos: dejamos de ser el partido de la ética y la seriedad y comenzamos a emular al partido de siempre, ese que jamás cambiará.

Cuando la corrupción y el poder e intereses de ciertos grupos se impusieron a los principios, al interés de miles de ciudadanos y al interés superior que es México, entonces los “otros” encontraron en sus contrapartes el camino para hacer de la política el soborno y la rendición. Dentro de la propia casa del PAN a nivel municipal, estatal, y desde la propia dirigencia, en diversos momentos, se consintieron atropellos y también se protegieron.

Hoy estamos frente a uno de los momentos más urgentes y decisivos en la historia del partido y también de México. Nos encontramos frente a un México en riesgo de regresión democrática, de pérdida de libertades, de un manejo económico que nos remonta a los años 70. Estamos presenciando y padeciendo la negociación de la ley como camino para lograr propósitos de unos cuantos, para allanar el camino de la corrupción, pero ahora disfrazada de legalidad. Estas son realidades que lastiman y que nuestro partido no puede seguir solapando porque, además de que violan nuestra esencia, amenazan la viabilidad de nuestro país y de millones de mexicanos que no merecen volver a la era de crisis e inestabilidad. Frente a un México en riesgo, no hay tiempo ni espacio para dejar de actuar; es tiempo de hacer lo correcto.

No es posible renunciar a ser una oposición real, digna y con agenda sustantiva para México, que construye acuerdos porque así conviene a millones de mexicanos y no sólo por satisfacer intereses de grupo o particulares. El PAN tiene que ser una oposición que, con firmeza y sin complicidad, sea la voz de la ciudadanía; la alternativa sería tanto como renunciar a nuestra esencia y también a un presente y futuro de libertades, renunciar a la exigencia en el cumplimiento de la ley y de la estabilidad. La amenaza a la viabilidad de las familias mexicanas es real. El PAN tiene que ser una oposición que diga sí a lo que realmente salvaguarda y promueve con dignidad y responsabilidad un mejor futuro para los mexicanos y rechazar con energía, con argumentos sólidos y propuestas, todo aquello que esté del lado de la opacidad y que signifique regresión o amenazas para los ciudadanos. Esa y no otra es la esencia del PAN que es imperativo rescatar.

Ante cualquier duda, serán los principios quienes darán la luz y la fuerza para actuar. No es tiempo de venganzas ni de más autodestrucción y encono. Sólo hay tiempo para reconstruir al PAN como una institución sólida, con militantes orgullosos de su historia pero, particularmente, del futuro. Los panistas tenemos que recuperar la confianza de la ciudadanía y convencerla de que somos capaces de hacer posible construir un país moderno sin corrupción y con excepcional desempeño económico. Ese es nuestro mandato.

En el PAN nunca ha habido espacio para las visiones mesiánicas y es claro que las grupales y corruptas deben dejar el partido. La reconstrucción del partido requiere esfuerzo, valor y compromiso; llevará tiempo y habrá reacciones de oposición particularmente de aquellos que perderán prebendas y beneficios. Aún así, es tiempo de actuar y de construir un propósito común.

Estoy orgullosa de mi Partido, de su esencia democrática, de su propósito ciudadano. Estoy orgullosa de decenas de mujeres, jóvenes y hombres, que ayer y ahora, fieles a los principios y convicciones más profundas, actúan sin descanso y, particularmente, sin rendición.

El partido requiere reconstrucción y un liderazgo fuerte, pero cada uno de nosotros debe elegir su trinchera. Sin liderazgo fuerte el gobierno quedara sin contrapeso alguno, lo que, como hemos podido atestiguar, será la fuente de la ruina de millones de mexicanos que, con su esfuerzo, han generado un negocio, un pequeño ahorro y una vida digna. Con un liderazgo fuerte y legítimo, cada uno de nosotros, cada quien en su trinchera, podremos contribuir a que el PAN no sólo recupere su vitalidad, sino que se convierta en una fuerza formidable, capaz de regresar triunfante al poder. Las condiciones están dadas, ahora toca a nosotros hacer nuestra parte.

Una Patria ordenada exige panistas ordenados, con un ejercicio del poder apegado a las leyes y a la ética, exige disciplina y trabajo, no lealtades de nómina y menos complicidades. Una patria generosa, demanda panistas generosos, solidarios, subsidiarios, capaces de construir y formar nuevos liderazgos, de retomar nuestras convicciones liberales y abrir las puertas del partido especialmente a los jóvenes. Sólo con panistas libres de corrupción, libres del mandato de una nómina, libres por la fuerza de nuestras convicciones podremos con orden y generosidad construir el PAN del futuro que estoy segura nos está aguardando.

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