Necesidad de nuevas tierras detona conflicto agrario entre damnificados de La Montaña
Unión de Las Peras es uno de los muchos poblados resquebrajados, en septiembre pasado, por las lluvias que azotaron Guerrero. Al menos, 27 grietas surcan este caserío, que se extiende pendiente abajo, por la ladera de un cerro, las cuales provocaron 27 deslaves que se llevaron todas las tierras de cultivo, derrumbaron ocho casas hasta los cimientos, mientras que el resto de las viviendas se mantiene en pie, aunque soportadas apenas por terrones que se van desmoronando poco a poco.
La conclusión de los geólogos que evaluaron las condiciones del poblado, enviados por las autoridades, es que ninguno de sus 300 moradores puede volver a sus casas, por lo que desde hace más de cuatro meses permanecen refugiados en un campamento provisional, levantado en la punta del cerro cuyas laderas consideraban su hogar.
A diferencia de otras poblaciones de región conocida como La Montaña, en este tiempo transcurrido desde las lluvias a Unión de Las Peras sí ha llegado apoyo oficial: el campamento donde se refugian sus habitantes está conformado por cabañas de madera, reforzadas con láminas; hay un baño “ecológico”, con escusado y una regadera, así como un comedor de la Cruzada contra el Hambre, erigidos por la Secretaría de Desarrollo Social, del gobierno federal; además, algunas personas que perdieron su casa han comenzado a construir una nueva, con el cemento, los tabiques y la varilla que les han enviado las autoridades… pero, aún con todo esto, explica Abel Bruno Arriaga, comisario del poblado, Unión de Las Peras no es un reflejo de que la crisis haya pasado, sino que, por el contrario, “la cosa se agrava”.
A los damnificados de esta localidad, por ejemplo, el gobierno estatal les ha enviado material para construcción, sí, pero lo hizo sin antes dotarlos de un nuevo terreno, que cuente con condiciones mínimas de seguridad, al cual puedan mudar su poblado.

Casas construidas con apoyo oficial, en los mismos terrenos barridos por las lluvias en septiembre pasado.
Por esta razón, las nuevas viviendas que se levantan con los apoyos oficiales, en algunos casos son erigidas en los mismos terrenos que en septiembre fueron barridos por los deslaves, y que ha sido calificados como inhabitables por la misma autoridad, mientras que otras comenzaron a construirse en terrenos que poblados adyacentes reclaman como propios.
Así, explica Abel Bruno, además de la crisis humanitaria provocada por las lluvias, hoy los damnificados de Unión de Las Peras enfrentan un “conflicto de orden agrario” con sus vecinos, por el cual las viviendas que se empezaron a construir en los terrenos disputados se mantienen inconclusas.
La otra opción, abunda, era construir sus nuevas casas en un terreno que pertenece a Unión de Las Peras, en el cual, sin embargo, hay alrededor de mil árboles, los cuales debían ser talados, “pero de por sí estamos sufriendo derrumbes, como para volvemos a tumbar árboles”, razón por la cual esta alternativa quedó descartada.
“Nosotros responsabilizamos a los tres niveles de gobierno de esta situación –protesta el representante del poblado–, porque realmente no están haciendo nada (…) Ahora que estamos en esta situación, surgen problemas agrarios que no nos esperábamos, de buena fe construimos en territorio que consideramos que es nuestro, pero ahora otros pueblos nos lo están disputando. Nuestra intención no es confrontarnos, nosotros somos un pueblo pacífico, pero también somos un pueblo que va a defender sus derechos y no estamos dispuestos a ceder nuestro territorio.”
Por otra parte, narra doña Ofelia Arriaga, una anciana que crió en este pueblo a sus hijos y nietos, los habitantes de esta localidad, en la que se cultivaba maíz, ciruela, manzana, pera y durazno, y en el que cada familia contaba con animales de corral, lo mismo cerdos, que chivos y gallinas, han visto radicalmente transtornada su dieta tradicional, conformada por “comida natural”, y desde hace más de cuatro meses se alimentan sólo con huevo, leche y frijoles en polvo, soya procesada, harina de maíz industrializada, atún enlatado y botes de chilorio.
“Nosotros no estamos acostumbrados a esa comida en polvo –se lamenta doña Ofelia–, la verdad, no lo sabemos comer (…) no nos gusta.” Y la incomodidad de llevar esta nueva dieta, señala, puede soportarla un adulto, pero en estos cuatro meses transcurridos desde las lluvias, a causa de estos alimentos “los niños se enferman”.
Pequeñas le quedan las manos a esta anciana, para quitarse las lágrimas del rostro cuando trae a su mente el sufrimiento de todos sus vecinos.
“Nos da tristeza dejar nuestro pueblo –musita–, lloramos: cómo es posible que abandonemos nuestro pueblo, donde crecieron nuestros hijos.”
La costumbre de este pueblo, recuerda, era regalar fruta a quienes lo visitaban, pero ahora de los campos de cultivo no queda nada y el poblado mismo parece perdérsele a esta mujer que, por más que intenta, no logra encontrar las antiguas veredas por las que solía recorrerlo.
“No estamos contentos de ir a otro pueblo, porque no es igual, yo tengo mucha tristeza, sí estoy triste de dejar este pueblo (…) Lloramos todos, lloran los señores principales del pueblo (los ancianos), porque aquí crecieron, aquí dejaron muchos recuerdos y por eso no se quieren ir.”
Todos dejan algo: los ancianos, los recuerdos de toda una vida; los adultos, los hogares que lograron dar a sus familias, luego de migrar a Estados Unidos; y los niños dejan su primaria y su preescolar, instalaciones recién inauguradas, y con las cuales “estaban muy contentos”.
Hoy, los niños y niñas de Unión de Las Peras estudian en una carpa de lona, instalada sobre un terraplén, excavado en la ladera del cerro, mientras que, debajo, otro terraplén ya está siendo preparado para la erección de una vivienda, y abajo otro, y otro más, esto aún cuando a los costados, a no más de cinco metros de cada lado, la tierra sigue deslavándose.
Este martes 4 de febrero, alrededor de mil personas, provenientes de 13 municipios de La Montaña, afectados por las lluvias de septiembre pasado, descendieron desde sus respectivos pueblos, para demandar el inmediato auxilio de las autoridades para remontar la crisis humanitaria en la que viven.
Los inconformes marchan a las salidas carreteras de Tlapa, hacia Puebla y hacia Chilpancingo, en demanda de ayuda
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