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Mark Stevenson, reportero que reveló presuntas ejecuciones en Tlatlaya, gana el Premio Moors Cabot
Mark Stevenson, reportero que reveló presuntas ejecuciones en Tlatlaya, gana el Premio Moors Cabot
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Mark Stevenson, reportero que reveló presuntas ejecuciones en Tlatlaya, gana el Premio Moors Cabot
14 de octubre, 2015
Por: Thomas Michael Buckley // El Daily Post
@periodistagonzo 

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Mark Stevenson, reportero que reveló presuntas ejecuciones en Tlatlaya, gana el Premio Moors Cabot. Foto: Thomas Michael Buckley
Mark Stevenson, reportero que reveló presuntas ejecuciones en Tlatlaya, gana el Premio Moors Cabot. Foto: Thomas Michael Buckley

[contextly_sidebar id=”xWpUp6P7YeGV0mEPQNVnKynMKmXt4ZnF”]El 12 de agosto pasado la escuela de periodismo de la Universidad de Columbia anunció a los ganadores de su premio Maria Moors Cabot. Mark Stevenson, reportero de Associated Press, radicado en la Ciudad de México, estuvo entre los galardonados por un reportaje que reveló que elementos del ejército mexicano habrían ejecutado a presuntos miembros del crimen organizado durante un evento que la autoridad presentó como un “enfrentamiento”, en el que casualmente las fuerzas castrenses habrían liquidado a 22 personas sin sufrir una sola baja.

El reportero de Associated Press (AP) Mark Stevenson dice: “sólo estaba haciendo mi trabajo”, en junio de 2014, cuando viajó a una zona remota del estado de México, que forma parte de un traicionero corredor de las drogas que llega hasta la conflictiva zona de Iguala, Guerrero.

La oficina en la ciudad de México de la AP había visto un boletín de prensa del Ejército que describía un tiroteo de soldados con pistoleros de un cártel de las drogas, ocurrido el 30 de junio, el cual se había saldado con 22 “pandilleros” muertos, y sólo un soldado herido. Según el boletín, los soldados habían disparado mientras se acercaban a una bodega ubicada en una zona remota cercana al pueblo de Tlatlaya.

“Esto es arriesgado”, recuerda haber pensado Stevenson antes de decidir hacer el viaje para investigar el caso.

Stevenson recuerda ver a pistoleros de algún cártel mientras avanzaban sobre el valle del Río Balsas. La escena que encontró en la bodega no parecía ajustarse a la versión oficial de lo ocurrido. Así lo describió la agencia de noticias en un cable, en julio de 2015:

“Reporteros de AP que visitaron la escena (tres días después del suceso) encontraron poca evidencia de un prolongado tiroteo. Orificios de bala en las paredes mostraban el mismo patrón: uno o dos orificios de bala cercanos entre ellos, rodeados por sangre salpicada, que daban la apariencia de que quienes sufrieron esas heridas estaban contra la pared y recibieron los disparos a la altura del pecho”.

El reporteo de Stevenson y las entrevistas con sobrevivientes fueron acompañadas de una investigación periodística adicional que, en conjunto, obligó a las autoridades a reexaminar el caso. Actualmente, las autoridades admiten que ocho de las víctimas podrían haber sido ejecutadas, mientras que una investigación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) sugiere que hasta 12 de los muertos podrían haber sido ejecutados.

Para octubre de 2014, ocho militares habían sido detenidos (cinco de ellos han sido liberados hasta ahora por falta de evidencias) y eventualmente varios policías estatales fueron arrestados, acusados de torturar a testigos.

Poco a poco la historia ganó cada vez mayor atención internacional, poniendo presión a la administración del presidente Enrique Peña Nieto para lidiar con un complicado historial en materia de derechos humanos y, al mismo tiempo, generando aplausos para Stevenson.

En Agosto de 2015, la prestigiada escuela de periodismo de la Universidad de Columbia anunció que entregaría a Stevenson el premio Maria Moors Cabot, que reconoce la excelencia en coberturas periodísticas en América Latina y el Caribe.

Sobre el reportaje del caso Tlatlaya, la Universidad dijo que la historia de Stevenson “trituró el encubrimiento inicial del gobierno sobre las ejecuciones”.

Stevenson recibirá el reconocimiento este miércoles en la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York, junto a los otros cuatro galardonados de este año.

El Daily Post tuvo la oportunidad de platicar con Stevenson sobre el caso Tatlaya y su experiencia de 22 años trabajando como periodista en México, 18 de los cuales ha estado en la sede de  AP en la Ciudad de México.

¿Qué te impulsó a ir a Tlatlaya?

La historia parecía arriesgada pero valía la pena echarle un vistazo… Teníamos dudas de que en un tiroteo murieran 22 pistoleros y solo un soldado resultara herido. Y, básicamente, fuimos porque pudimos. Además es una verdad simple, es más fácil ir a un asunto de esos para periodistas extranjeros… Los periodistas mexicanos encuentran más difícil meterse a estas historias, ya sea porque no tienen autorización para ir, porque les da miedo lo que pueda pasarles o de las consecuencias, por la razón que sea.

Una vez ahí, las evidencias forenses parecían no coincidir con la historia oficial… seguimos observando y armamos la historia.

El comité del premio dijo que “te habías aventurado en una de las áreas más remotas y peligrosas de México, pisando con seguridad en una región en la que otros no lo intentarían”. ¿Cuáles son los procedimientos operativos normales de AP respecto de las coberturas en zonas de riesgo?  

Seguimos algunos de los procedimientos de seguridad más antiguos y de sentido común: contacto permanente con los editores, compartirles planes de viaje, incluyendo rutas, asegurarnos de que sepan dónde estamos y qué vehículo conducimos. Identifricarse como reportero con todas las personas con las que te topas, nunca tratar de pasar como algo más que un periodista, y detenerte religiosamente para hablar con gente local y preguntarles si es seguro que continúes. No conducir de noche y si no sabes hacia donde ir, esperar media hora a ver si vienen más autos por la ruta que quieres tomar. Si nadie viene por la ruta que quieres seguir, no la sigas. No aceptamos paseos a ciegas con bolsas cubriendo nuestras cabezas. Y utilizamos aplicaciones de GPS para ubicarnos, las cuales están disponibles en la mayoría de los teléfonos celulares.

¿Cuáles son los retos específicos de escribir sobre México para una audiencia estadounidense o internacional?

El mayor reto es hacer las historias atractivas e interesantes para esas audiencias y, después, romper con el patrón de historias que simplifican la “Violencia en México”, para explicar que la violencia es diferente dependiendo del caso que se trate, o que a veces marca una evolución en la situación del país. La mayoría de los medios tiende a limitarse a reportar el número de muertos, pero en algunos casos –como Tlatlaya, Tanhuato y Apatzingán– nosotros siempre intentamos ir más a fondo.

¿Hay historias o temas específicos que creas que merecen especial atención (por ejemplo, la política de inmigración de Estados Unidos, la guerra contra las drogas o las relaciones bilaterales en general)?

Hay, sorprendentemente, tendencias de historias que se vuelven de gran interés para el público de Estados Unidos, y luego se desvanecen durante años, antes de reaparecer. La migración fue un gran tema en 2006, y luego se desvaneció en gran medida hasta 2012. Luego resurgió en 2014. El aumento en el interés en ese tema se debe generalmente a un incremento en la migración, a un debate sobre la reforma migratoria o a un caso particularmente notable de muertes de migrantes o de crímenes cometidos por inmigrantes.

La guerra contra las drogas se cubre con bastante regularidad pero, de nuevo, el interés llegará a lo más alto cuando las cifras de muertos sean particularmente elevadas o se cometan asesinatos masivos cerca de la frontera con Estados Unidos. En esos casos, es importante comunicar el aspecto humano que acompaña a la cifra de muertos, el desplazamiento que provoca, y la respuesta de la comunidad. Por ejemplo, la historia de las autodefensas y de las policías comunitarias de 2013 y 2014 en Michoacán fue importante, porque rompió el modelo del simple conteo de cuerpos.

De cierta forma, las relaciones bilaterales se han vuelto mucho menos interesantes de lo que eran en la década de 1990, debido a que las disputas públicas que caracterizaron esos años ya no se producen públicamente. La relación se ha “institucionalizado” en tal medida que ahora existen canales privados para resolver la mayoría de las disputas. Sin embargo, el suministro de material de guerra y policiaco de Estados Unidos hacia México se ha incrementado enormemente, y los efectos de esa relación comercial deben ser investigados más profundamente.

¿Qué ha cambiado en 22 años, desde que comenzaste a reportar en México? ¿Te parece que los lectores son más sofisticados?

La diferencia más grande que he visto en más de 22 años es el enorme crecimiento, la sofisticación, la profesionalidad y la capacidad de la prensa mexicana. Los periodistas locales, literalmente, hacen un trabajo más a fondo que la prensa extranjera en la mayoría de los casos. Hay muy pocas historias que no cubran ahora, y cuando no lo hacen por lo general es debido a un problema de seguridad o algún tipo de “punto ciego” cultural que puedan enfrentar.

¿Hay un tema en particular que sea de especial interés para ti? Has desarrollado una afinidad por historias sobre arqueología a lo largo de los años. ¿Cómo se aborda ese tipo de temas (es decir, pareciera ser necesaria una combinación de educación histórica y antropológica)?

Los reportajes de arqueología o historia son importantes porque proporcionan una manera de contextualizar los acontecimientos actuales. Sorprendentemente, las verdades que nos dan la arqueología y la historia son realmente la mejor manera de combatir los mitos y estereotipos acerca de México. Con esas verdades podemos mostrar a la gente que gran parte de lo que creían sobre este país nunca fue cierto o era en realidad mucho más complejo de lo que pensaban. La gente también se relaciona muy fácilmente con esos temas; los lectores de todo el mundo están naturalmente interesados en la historia. Antropología es esencialmente lo que los periodistas hacen – escriben un primer borrador de la antropología cultural, sin los largos períodos de estudio de un etnógrafo.

¿Tienes una historia favorita que hayas cubierto, o un personaje favorito al que hayas entrevistado?

Mi historia favorita en México fue en la que describí a Memín Pinguín, un personaje de dibujos animados que proyectaba un enorme racismo. Los medios locales no cubrieron ese tema porque era una especie de ‘punto ciego’ cultural. Era algo con lo que habían crecido y veían como inofensivo. Antes de esa historia en México se había dicho muy poco sobre los mexicanos de ascendencia africana. Ahora hay un debate considerable sobre ellos y su herencia.

¿Por qué decidiste venir a México?

En la década de 1980 era un pacifista ‘Sandalista’ (PJ O’Rourke acuñó el témino ‘Sandalista’ para referirse a ciudadanos estadounidenses que eran activistas, trabajadores de la iglesia o de los medios de comunicación y que se identificaban con la izquierda, y que, además, trabajaron para enfrentar la política exterior de Estados Unidos en la época de las revoluciones sociales en Centroamérica) y pasé por México varias veces en mi camino hacia Centroamérica. Para ser honesto, encontré a México más fascinante que América Central.

Un día, en Palenque (Chiapas), me llamó mucho la atención la imagen onírica de dos indígenas lacandones con su atuendo completo que reparaban la transmisión de un Chevrolet modelo 50. En 1989, llegué a Laredo (Texas) con la intención de seguir hasta la Ciudad de México, pero no me permitieron continuar en mi carro. Así que lo dejé en la frontera.

Stevenson ha estado en México desde entonces. Asistió a la UNAM y tomó clases de posgrado en lingüística aplicada antes de encontrar trabajo escribiendo guías de trabajo para los cursos de inglés del programa de Telesecundaria de la Secretaría de Educación Pública.

En 1993, Stevenson fue contratado como reportero de finanzas para ell diario The News, antes de encontrar trabajo en la revista Insight. Fue contratado por Associated Press en 1997.

Esta entrevista fue publicada originalmente en El Daily Post

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