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Entre sicarios y autodefensas: la peligrosa vida de los sacerdotes en Michoacán
Entre sicarios y autodefensas: la peligrosa vida de los sacerdotes en Michoacán
7 minutos de lectura
Entre sicarios y autodefensas: la peligrosa vida de los sacerdotes en Michoacán
16 de febrero, 2016
Por: Manu Ureste (@ManuVPC)
@ManuVPC 
Grupos de autodefensas patrullan en Churumuco de Morelos, en el estado de Michoacán. //Foto: Cuartoscuro
Grupos de autodefensas patrullan en La Ruana, en el estado de Michoacán, en una imagen de archivo. //Foto: Cuartoscuro

[contextly_sidebar id=”mpxUBHWNmfEZCPO8RMzLrawT2NHd8pwa”]“Mire padre, si no se va del pueblo lo vamos a apedrear y lo vamos a colgar”.

El sacerdote José Luis Segura, de 60 años de edad, habla con un ritmo de plática lento, sereno, y no altera el tono de voz ni siquiera cuando narra la última amenaza de muerte que recuerda. Fue en marzo del 2014, cuando los familiares de un líder asesinado de autodefensas –grupos de civiles que se alzaron en armas en el estado de Michoacán para combatir por sus medios a los cárteles de la droga- se presentaron en su parroquia para reclamarle por lo que dijo en una entrevista.

“Estas personas se enojaron mucho conmigo porque denuncié que su familiar había sido integrante del cártel de Los Caballeros Templarios. Y por eso vinieron a advertirme de que me iban a correr del pueblo”, relata desapasionado el clérigo, como si lo que cuenta fuera un capítulo más de su trabajo en La Ruana, una pedanía del municipio Buenavista Tomatlán que pertenece a la Diócesis de Apatzingán, en la llamada Tierra Caliente.

52 sacerdotes asesinados; 6 en diócesis de Apatzingán

No obstante, José Luis Segura no siempre tuvo ese temple ante las amenazas, cuenta en una entrevista con Animal Político en el contexto de la visita del papa Francisco este martes 16 de febrero a Morelia, capital michoacana.

De hecho, antes de que el anterior obispo de la entidad, Miguel Patiño Velázquez, lo destinara en febrero de 2014 a La Ruana, en pleno estallido del enfrentamiento entre autodefensas y sicarios de Los Caballeros Templarios, el sacerdote pasó 20 años de su vida en escritorios, oficinas y dando clases de filosofía a jóvenes seminaristas.

Muy lejos de los riesgos que implica ser un cura comprometido con las causas sociales en México; país en el que según informó el pasado mes de enero la Unidad de Investigación del Centro Católico Multimedial (CCM), 52 personas vinculadas a la Iglesia, en su mayoría párrocos, han sido asesinadas en los últimos 25 años, de los cuales seis sacerdotes pertenecían a la Diócesis de Apatzingán, una de las más golpeadas por la violencia. (Aquí puedes leer el informe íntegro del Centro Católico Multimedial).

“Mi vida cambió radicalmente en La Ruana -resalta el sacerdote-. De ser un sacerdote que hacía un trabajo más de rutina dando clases y administrando liturgias religiosas, pasé a ser un sacerdote en una zona de guerra sitiada por los criminales, donde tenía que ayudar a la gente a buscar alimentos, y tenía que consolar a los heridos y visitar a las gentes más traumadas por esta guerra”.

Además de ayudar a la gente en la “guerra”, Segura explica que lo más difícil llegó después, cuando se puso en mitad del fuego cruzado entre los propios autodefensas, cuando los líderes Hipólito Mora y Luis Antonio Torres, alias El Americano, se enfrentaron a balazos en diciembre de 2014, dando como resultado la muerte del hijo de Mora y de otras 10 personas.

“Otro cambio radical en mi vida fue cuando sacaron a Hipólito Mora de La Ruana (quien fue detenido por las autoridades y posteriormente liberado) y los del Americano se apoderaron de la zona”, subraya el sacerdote, quien denuncia públicamente a Luis Antonio Torres como un “infiltrado” en las autodefensas que trajo de vuelta a exintegrantes de Los Caballeros Templarios para formar otro cártel, La Tercera Hermandad, o Los H3, grupo que en la actualidad controla el pueblo.

“Con El Americano regresaron los templarios pero con otro nombre. Y ahora se quieren vengar de todas las personas que los habían expulsado y que trataron mal a sus familiares”, expone el sacerdote, quien admite que en el bando de Hipólito Mora también se cometieron excesos como “apoderarse” de propiedades de los templarios y sus familias, y “tratar mal a las gentes contrarias”.

“Cuando sacaron a Hipólito y desorganizaron a su grupo, a mí me tomaron ojeriza Los H3 porque yo tenía que defender a toda la gente de La Ruana, independientemente de que fueran partidarios de un grupo o de otro”, agrega el sacerdote, quien desde ese entonces cuenta que vive “un calvario” de amenazas y de misas boicoteadas por “malandros” que tiran balazos afuera de la parroquia, o que apedrean su oficina y amenazan con golpizas a los fieles para que no vayan a la iglesia.

“Los del H3 ponen alrededor de la parroquia muchas camionetas con gente armada. Normalmente son chamacos que están tomando toda la noche, haciendo bronca e intimidando a la gente”, dice el sacerdote, quien no obstante admite que la situación en los últimos meses “se ha ido calmando” en La Ruana.

“La última molestia fue este 24 de diciembre pasado –apunta-, cuando casi no dejaron que se celebrara la misa de Nochebuena de tantos balazos que tiraron alrededor del templo”. 

“Si me amenazan no le puedo pedir al obispo que me mande a un grupo de seminaristas a defenderme”

Cuando se le cuestiona si toma medidas especiales de seguridad, como por ejemplo otras parroquias de Yucatán y Tabasco que ante la inseguridad están equipando los recintos religiosos con cámaras de videovigilancia, o si ha buscado protección en las autodefensas de Hipólito Mora, el párroco lanza un suspiro.

“Para qué hago teatros –dice resignado-. Sería inútil tomar medidas de seguridad porque si me quisieran matar lo podrían hacer en cualquier parte. Por eso ando siempre solo, para no poner en peligro la vida de nadie”.

-¿Pero la Iglesia Católica no le ofrece protección? –se le insiste-.

-¿Y qué protección me pueden dar? –contesta el cura con una pregunta-. Si la gente aquí tiene armas y viene y me amenazan, no voy a ir con el señor obispo para que me mande a un montón de seminaristas como si fuera un grupo armado –Segura lanza ahora una carcajada al otro lado del hilo telefónico-. Más bien lo que hay que hacer es exigir a las autoridades que luchen para que la legalidad sea la que impere y no la violencia ni la brutalidad.

Tras reflexionar unos segundos lo que va añadir a continuación, el párroco lanza un aviso a navegantes:

-Y por nuestra parte, los sacerdotes tenemos que usar siempre los medios correctos para luchar. Es decir, no se puede de ninguna manera aceptar dinero de esas personas que son criminales, ni se les debe hacer servicios especiales ni darles trato preferencial. No se debe tampoco socializar con ellos, porque entonces estaríamos aprobando lo que hacen y lo que son.

Sobre qué le diría al Papa Francisco durante su visita a Michoacán, José Luis Segura dice que, como el resto de la comunidad de La Ruana, le daría la bienvenida, aunque le pediría un favor.

“Si el Papa dijera alguna palabra sobre la indefensión, la injusticia, el abuso, la criminalidad y la complicidad con los criminales y la corrupción que existe en el gobierno, nos ayudaría mucho a todos en Michoacán y a las víctimas en México en general –subraya el párroco-. Porque sabemos que si el Papa dice algo de esto, se va a escuchar en todas partes. Y entonces el gobierno, como sea, tendrá que reaccionar”.

“El único oficio que nos queda es el de sepultureros de unos y otros”

Miguel López es el párroco de Tepalcatepec, otro de los municipios de la Diócesis de Apatzingán más golpeados por la violencia de Los Caballeros Templarios en los últimos dos años.

Con una voz ronca, profunda, y una oratoria fluida y repleta de recursos –lo mismo cita con precisión pasajes del Evangelio que frases de teólogos alemanes-, López explica que los curas de la región de Apatzingán aún se encuentran en mitad de una encrucijada, entre la víctima y el victimario.

“El único oficio que nos queda es el de ser sepultureros, porque hasta la mano se vuelve diestra para enterrar a unos y a otros”, dice con solemnidad, casi como si estuviera recitando un poema trágico.

“Y aunque la situación ahora es de relativa calma, se nota que lo que viene no es la primavera, sino otra vez el invierno –advierte enigmático a continuación, casi en un tono profético-. Entonces, uno como sacerdote lo único que puede hacer es acompañar a la gente. Porque uno quisiera para la máquina que asesina. ¿Pero cómo detener a esa máquina que se ha vuelto autónoma y que obra en la noche, como Judas? –se pregunta, retórico-. ¿Cómo detener una máquina que pare armas que siembran muerte? Pues no tenemos más recurso que hacer lo que dice el Evangelio, que es llorar con los que lloran, y gritar ‘Ya basta’”.

Respecto a la seguridad de los religiosos, Miguel López asegura que es muy consciente de los riesgos que implica denunciar a los criminales en la región de municipios que abarca Apatzingán, donde desde 1985 suman seis sacerdotes asesinados de 55 que integran la Diócesis. El último fue Víctor Manuel Diosdado, “un muchacho de apenas 35 años” que era párroco en San José de Chila, quien en un principio fue reportado muerto tras un accidente de tráfico rumbo a Caguato, pero del que Andrés Larios, vicario en el municipio de Coalcomán, dijo en una entrevista con el programa Punto de Partida de la periodista Denise Maerker que se sospecha que fue secuestrado por el crimen organizado y posteriormente abandonado en una carretera.

A pesar de esto, López recurre de nuevo a la oratoria para sentenciar que su única seguridad es su fe en Jesucristo.

“La seguridad personal de nosotros es la seguridad que nos da ser cristianos. Es decir, estamos en manos de Dios. Y no tenemos más armas que un corazón y el Evangelio”, concluye el sacerdote.

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