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Estar encerrado fue lo mejor: jóvenes infractores se rehabilitan con trabajo y estudio
Estar encerrado fue lo mejor: jóvenes infractores se rehabilitan con trabajo y estudio
18 minutos de lectura
Estar encerrado fue lo mejor: jóvenes infractores se rehabilitan con trabajo y estudio
01 de marzo, 2016
Por: Lizbeth Padilla
@liz_pf 

[contextly_sidebar id=”NlMigYOYf9edP2JMBc2ZGrVcGdmCCwGD”]Al actual Centro de tratamiento para adolescentes Mexicali le decían “La granja” por ahí de los años sesentas cuando las familias acostumbraban dejar ahí a “los muchachos ingobernables”. Así la llamaban porque así hacían trabajos propios del campo y tenían animalitos.

Hoy “La granja” se ha convertido en un centro de tratamiento para adolescentes, donde se encargan del cuidado de los muchachos que han recibido alguna medida en privación de la libertad por orden del juez.

El municipio de Mexicali en Baja California es un lugar que ha puesto en marcha el nuevo sistema de justicia para adolescentes. Actualmente cuentan con 77 adolescentes internos, 55 con medida y 22 en proceso. En libertad asistida son 140 casos a los que dan supervisión.

Aquí su experiencia y sus historias.

Se le hizo fácil

La mamá de Horacio llamó a la patrulla, había encontrado los objetos de su último robo y los tiró a la basura. Horacio enfureció, le rompió los televisores y las puertas. Arremetió con la barra de la cocina sin control.

No era la primera vez que era detenido y por ese último robo recibió ocho meses por el incumplimiento de su sentencia. Tiene 17 años y lleva cinco meses en la comunidad de tratamiento y en unas semanas saldrá libre con beneficios.

Su primer consumo de droga y su primer asalto sucedieron cuando tenía 14. Conseguir droga no fue difícil porque los amigos de su edad la distribuían. Primero probó la marihuana y no le gustó, prefirió el clonazepam y el alcohol.

Un Oxxo fue su primer objetivo, lo asaltó solo y armado, se le hizo fácil y como no pasó nada, pensó que nunca lo iban a agarrar, bajo esa premisa comenzó a asaltar diario, solo o acompañado. Si iba drogado se cubría la cara y en sus cinco sentidos no tenía problemas en que le vieran el rostro. Le quitaba sus cosas a las personas que estaban dentro de la tienda y a los cajeros, le iba mejor cuando conseguía los cortes de caja que guardan en un cajón.

—¿Asaltamos un Oxxo? Le preguntó Julián a Horacio y Enrique.

Horacio no estaba muy convencido, compró unas papitas, miró cómo estaba todo y dijo que no.

Cuando salieron repentinamente cambiaron de opinión. Horacio se quedó en la puerta con su cuchillo en la mano. Aprovechó para quitarle la cartera a un cajero y escapó.

A las cuatro cuadras apareció una patrulla y corrieron. Horacio alcanzó a esconderse debajo de un auto, pero el dueño del coche lo miraba y comenzó a llamar a la patrulla.

Sólo a él lo pescó la policía. Lo agarraron entre varios policías y le querían pegar, luego amenazaron con “darle toques” si no les decía dónde estaban sus compañeros. Horacio prefirió callar. Entre los elementos de la policía había una mujer que lo protegió, lo subió a la unidad y lo llevó hasta la comandancia.

Estuvo día y medio detenido y pensó que saldría pronto hasta que le avisaron que se quedaría detenido.

No recuerda haber tratado con un abogado defensor y del juez no se acuerda mucho porque cuando hablaron estaba bajo los influjos de las drogas. Fue trasladado a la Comunidad de tratamiento en Mexicali donde estuvo dos meses y medio, luego, obtuvo su libertad condicional.

Le prometió a su mamá que se portaría bien y lo intentó hasta que volvió a la calle, a drogarse y a asaltar, pensaba que no lo iban a volver a capturar y al mismo tiempo no quería volver a estar en cautiverio, al final le valió. Empezó a llegar tarde o a veces a no llegar, comenzaron las peleas y su madre comenzó a preocuparse.

Antes que se cumplieran sus primeros tres meses en libertad lo aprehendieron unos oficiales después de un asalto, lo golpearon y lo llevaron al Ministerio Público, luego lo soltaron. Su mamá no entendía, hubiera preferido que lo detuvieran más tiempo pero no fue así.

Volvieron a casa y pasaron una semana entre problemas y tensiones hasta que su madre encontró los objetos robados en un asalto y los tiró a la basura.

Horacio enfureció y empezó a romper todo a su paso, su mamá llamó a la patrulla.

Lleva cinco meses en la comunidad y se le han hecho eternos. Ahora decidió volver a la escuela y en ese tiempo terminó tercero de secundaria y sólo debe dos materias.

Horacio extraña la calle pero siente que está mejor en la comunidad de tratamiento, “estoy mejor aquí porque si hubiera estado afuera ya habría pasado otra cosa peor, pudieron haberme matado, no sé…”. La rutina de la comunidad le ha venido bien. Sale al patio y juega, va a la escuela y a las pláticas, los sábados participa con el grupo religioso.

Entre sus planes futuros está estudiar la prepa e irse a la universidad. Su madre ha preparado un nuevo espacio para su llegada, se mudó de vecindario para que Horacio no vuelva con las viejas amistades.

De las comunidades de tratamiento Horacio opina que: “si no hubiera de estos (sitios) todavía estarían afuera y habría más robos, a la vez yo creo que sirve porque estudian aquí, entran a cursos y a cosas que pueden seguir allá afuera”.

Pero entre sus compañeros escucha que cuando salgan “van a seguir igual, que van a salir y hacer lo mismo, yo digo que allá ellos si quieren volver a lo mismo y les da lo mismo estar aquí que allá”.

Horacio piensa que se merece estar adentro por todo lo que hizo y afirma: “pero ya no quiero estar aquí”.

Trabajar para reinsertar

El director del Centro de tratamiento para adolescentes Mexicali, Carlos Mario López Sauceda explica que los muchachos pasan un momento difícil por la edad, por la familia y porque al mismo tiempo empiezan a conocer las calles y las drogas.

Es por eso que “los menores cuando infringen una norma o una ley, requieren de una atención especial, por eso es que nosotros estamos trabajando en ese sentido de que el muchacho cambie su conducta, que es lo principal”.

Lee: 9 de cada 10 menores infractores esperan sentencia en la cárcel: Informe

López Sauceda define el entorno familiar o social de un adolescente que infringe la ley de la siguiente manera: “Hay de todo, pero el común denominador es un joven de un estrato social medio-bajo en el cual hay una disfunción familiar, entonces esto viene a que el muchacho incurra en drogas y es el momento exacto en que empieza a delinquir”.

La nueva ley de justicia para adolescentes privilegia a los menores infractores con la libertad para su reincorporación a la sociedad en el menor tiempo posible, por ello se procura trabajar con las familias y las colonias donde existe un índice de criminalidad alto.

Al interior de la comunidad de tratamiento en Mexicali el objetivo es que el adolescente cambie su conducta a través de diferentes talleres y actividades, explica su director: “actividades de educación y psicológicas en donde puede haber terapias grupales o terapias individuales”. También explica que trabajan de manera conjunta con las autoridades para que cuando el adolescente regrese a su entorno tenga oportunidades de trabajo.

Pese a los esfuerzos, cuando los adolescentes cumplen las medidas que han sido dictadas por el juez y al ser puestos en libertad, explica el director: “llegan de nuevo a su entorno, vuelven a las amistades, vuelven a reincidir en la droga, entonces seguramente vuelven a delinquir, es por eso que si atacamos esa parte del entorno yo creo que va a ser muy benéfico para la sociedad”.

Al cumplir sus medidas en libertad el centro de tratamiento provee de supervisión y cuando esta concluye el adolescente “queda totalmente liberado”, “podríamos decir que en ese momento es cuando ya es reinsertado a la sociedad” concluye López Sauceda.

Huir no es libertad, la historia de Gasper

Gasper está sentado en la oficina del Juzgado de Primera Instancia Especializado en Justicia Para Adolescentes, vino pedaleando su bici desde su casa para pasar lista. No se presentó para firmar la última vez que le tocaba porque se quedó dormido, trabaja de noche en un antro.

“Reglas son reglas y si yo me eché un compromiso, no quiero que la justicia piense que quiero burlarme de ellos. Quiero llevar todo bien”.

Gasper conoce la calle desde pequeño. A los 12 años se independizó cuando huyó de Sinaloa para irse a Mexicali con una tía. Su padre le pegaba a su mamá, tras una pelea él decidió dejar su casa.

“Los problemas sé a dónde nos llevan, a esto… aunque muchos se salvan, muchos no se salvan, no está fácil la calle” dice Gasper porque tiene dos rosones de bala en las piernas y la marca de un machetazo en el cuello.

Su experiencia con la calle ha sido vasta a sus 17 años: “En la calle aprendes pura violencia, empiezas en las pandillas y ahí conoces mucha gente más fuerte. ¿Quieres más trabajo?, ¿quieres estar arriba del que está abajo?, pues eso te lleva a las adicciones, a tener problemas con la justicia, te olvidas de ti mismo, te metes en otros problemas, puedes correr el riesgo que te maten o te metan en prisión o puedes correr el riesgo de siempre estar subiendo. ¿Por qué?, porque no puedes estar donde tú quieres estar”.

Lee: ¿Estás seguro que tú no fuiste?: las fallas en la impartición de justicia para adolescentes

Ahora trabaja en un antro por las noches cinco días a la semana, mantiene su trabajo como parte de una medida alternativa por el delito de robo con violencia por el que fue juzgado.

“Yo sólo me entregué, yo no tenía culpa. Simplemente con la intención de huir asumes el delito y la vida me ha enseñado que huir no es libertad”.

Todo empezó con una noche de fiesta. Era viernes por la noche y Gasper y sus amigos fueron a un antro, ahí bebieron hasta que el lugar cerró, luego tomaron un taxi. Al llegar a su casa, escuchó como sus amigos asaltaban al chófer, al que bajaron de la unidad. Uno se fue en el auto y dos más corrieron para escapar.

Gasper no corrió. “¿Por qué voy a correr si yo no hice nada?”, pensó.

El taxista corría por la calle cuando entraron dos unidades de la policía por la calle.

—Él es uno de ellos —señaló el taxista a Gasper.

—¡Pero si yo no te hice nada!

—¡Pero tú sabes! Tú andabas con ellos, no me pagaron y se llevaron mi taxi.

—¿Pero qué te hice? —preguntó insistente.

Intervino entonces el oficial:

—No trates de hacer nada porque va ser peor.

—Estás para cuidarme, no para dañarme, o ¿qué clase de justicia tenemos? —increpó Gasper que aunque no tenía culpa, sentía miedo.

Lo subieron a la patrulla y le pidieron que los llevara hasta donde estuviera el taxi que se habían llevado.

Estuvo hasta el sábado por la tarde en la comandancia que lo trasladaron a la correccional, ahí estuvo hasta el lunes, cuando salió libre.

Tres años después volvieron por él con la misma historia del taxi. Lo señalaba un policía como culpable del robo del taxi aquella noche. Gasper nunca vio a la persona ofendida o al demandante.

Pasó dos meses dos semanas en la comunidad de tratamiento e intentaba relajarse mientras las preguntas lo atacaban. “¿cómo podía estar aquí? Es injusto. Soy una persona que no sabe tanto, pero sabe un poquito, ¿cómo es posible que esté aquí?”

Pronto llegó una abogada a notificarle que su caso se presentaría ante el juez.

Gasper piensa que amigos no hay pero que el juez lo trató como uno. “Me hizo entender con sus palabras. Estoy en medio de un delito que yo no cometí y él me demostró por qué debería cumplir, soy la persona que se presentó, soy la persona que están deteniendo, ante la justicia yo soy el culpable”.

Estuvo dos meses, dos semanas en la comunidad de tratamiento y logró salir con beneficios. Tenía que elegir entre estudiar y trabajar y lleva un año cuatro meses trabajando.

“Tuve dos años para pensar, para entender que no es un juego, estar encerrado es puro tiempo perdido.”

Me mató a mi viejo

María es la madre de Abraham y cuenta esta historia.

María sabe que el primer consumo de droga de su hijo sucedió a los 12 años y fue con marihuana. Pasó con sus amigos, lo sacaban de la escuela y le regalaban la droga para engancharlo a que consumiera cada vez más.

Ese año no pasó nada bueno. Abraham conoció a Raquel en la colonia por una amiga y bien chiquillos decidieron iniciar una vida juntos porque estaba embarazada.

Sólo tenía 13 y la estatura de un adulto cuando dejó la escuela y se puso a trabajar. Vivían con una hermana de Raquel, pero María quería que vinieran a su casa a vivir para que los apoyaran, pero no quisieron.

Abraham tenía un problema con las drogas y su joven esposa decidió internarlo, no sin antes prometerle que no le avisaría a sus padres. Su madre, María, pegaba carteles con su foto para ver si alguien le decía algo sobre el destino de su hijo. Su último recurso fue pegar una cartel afuera de la casa donde sabía vivía su hijo para que su nuera se le moviera el corazón.

Las cosas se ponían peor. Abraham desaparecía por semanas y luego aparecía sorpresivamente.

Ese día llegó en un carro azul marino y no venía solo.

Entró a la casa y se dio un baño.

—¿Vas a volver? —preguntó María.

—Sí, nomás que tráeme la ropa, me voy a cambiar. Dile a papá que si me presta la camisa azul marino —Abraham ordenó.

—No, aquí cada quien tiene su ropa planchada —trató de poner orden doña María.

Abraham entró al cuarto de su padre.

—Papi ¿me prestas tu camisa?

El papá asintió.

—¿El pantalón también?

Abraham se puso el cinturón porque al pantalón le sobraba una cuarta para quedarle.

—Se ve bien feo —le dijo su madre.

—No importa, con el cinto —contestó—. Papá ¿me das perfume?

Abraham se perfumó, besó a cada uno de sus padres y salió pronto de casa.

—¿Cuándo vienes? —intentó de nuevo su madre sin respuesta.

Sus padres lo miraron irse, subirse al auto, encenderlo con furia y banquetear. María miró al cielo y pensó “que dios lo cuide”.

Eran las nueve y habían pasado 15 minutos desde que Abraham había salido cuando volvió. María pensó que había vuelto por la mochila y que se iba a ir lejos y si pasaba eso, quién sabe cuándo lo volverían a ver.

Entró a la casa, fue directo hacia su padre y le dio un balazo al corazón.

María comenzó a gritar por ayuda y esperó a la ambulancia.

Su esposo no dejaba de mirarla, ya nunca pudo emitir voz alguna.

Llegó la ambulancia y María se subió contra toda orden a la ambulancia, no permitió que nadie la separara de su marido.

Su marido perdió la vida en el camino. María no dejaba de llorar.

Dicen que el arma se la dio el que lo traía vendiendo droga, pero María no quiere saber del tema.

Abraham tampoco no dice nada, tampoco habla del tema. De ese día sólo recuerda que veía obscuro y gris, “como bultos”. Su madre piensa que venía bajo los influjos de alguna droga.

No saben si participó en alguno de los ritos de iniciación donde las pandillas piden como prueba que se asesine a algún miembro de la familia pero María piensa que mataron a su marido porque les estorbaba. Cuando Abraham desaparecía sus padres siempre salían a buscarlo.

Les hablaban a cada rato de Río Nuevo para que fueran a buscarlo y alguna vez tuvieron que ir hasta San Luis Río Colorado a rescatarlo después de que fuera capturado por pasarse un alto con un auto robado. Para que no fuera entregado a las autoridades y trasladado a Hermosillo, les dieron una hora para volver a casa y casi sufren un accidente en el camino.

Ya habían recibido una fuerte advertencia de las autoridades sobre su comportamiento: “Ya llegó a su casa y den gracias a dios porque a la otra lo van a recoger en una bolsa negra para que la echen al hoyo”.

Abraham es como una tumba y nunca dice nada. En el juicio el juez le hizo preguntas y nunca respondió a nada. Le dieron una sentencia de 10 años y prometieron quitarle cinco. Ya lleva tres en la Comunidad de tratamiento en Mexicali, así que nada más le quedan dos.

María no está lista para que Abraham quede en libertad. “Tengo mucho miedo” dice mientras piensa en sus otras dos hijas, la mayor que tiene 25 y la menor que está por cumplir 15.

Ella se pregunta cómo se irá a portar Abraham cuando salga, “porque en la comunidad es una cosa y ya que salga pues va a ser otra cosa”. María le dice que se tiene que poner a trabajar y dedicarle tiempo y ejemplo a su hijo.

Le da miedo que vuelva a la calle porque ahí todo se les hace fácil. Cree que necesita algún tipo de supervisión, checarlo en su trabajo y darle una terapia tal vez.

María visita a Abraham en la comunidad de tratamiento una vez a la semana y eso le representa un gasto de 500 pesos. Un taxi les puede costar de 50 a 100 pesos, lo demás se va en los gastos para artículos de aseo personal y jabón o suavizante. Piensa que el tiempo de visita es muy cortito y siempre se va con el sol encima.

 

De drogas y de chicas

Todo empezó por un problema de chicas.

Irene es pálida y su pelo es negro aunque siempre lo trae pintado de diferentes colores, es alta y flaca, siempre usa lentes obscuros y le encantan las drogas, por eso anda con Joel.

Joel es uno de los dealers de la colonia, parece muy serio pero le gusta la fiesta. Lleva el pelo largo y se distingue por las expansiones que lleva en las orejas.

Joel le vende drogas a Martín. Martín también andaba con Irene hasta que Joel se la bajó.

Se encontraron en la calle como un enfrentamiento entre vaqueros del viejo Oeste, de un lado Joel y dos amigos y del otro Miguel, Manuel y Martín.

Se armaron de palabras y luego vinieron las amenazas, los ánimos se encendieron y se fueron unos contra otros. Manuel pensó que terminarían con ellos y fue el primero en iniciar la batalla y le pidió su cuchillo a Miguel.

Manuel se lanzó sobre Joel pensando en defenderse porque no quería mostrarse intimidado. Joel tropezó y Manuel ya no recuerda nada desde ese momento, su mente se puso en blanco pero mató a Joel con 26 cuchilladas.

Después todo lo miró por flashazos: recuerda huir, la calle, caminar, avanzar recargado sobre una pared, su brazo con sangre y no detenerse. Llegaron a casa de Martín e intentaron entrar pero nadie abrió, así que se brincaron por la parte de atrás pero eso no los salvó, la policía estaba por llegar.

El papá de Martín permitió que la policía entrara a detenerlos y entregó el cuchillo. Después los llevaron a todos a la comandancia.

Comenzaron los interrogatorios y las cachetadas también. Miguel y Manuel, menores de edad, permanecieron juntos mientras a Martín, que era mayor de edad, lo interrogaban en un cuarto separado, no saben qué tanto le hicieron pero podían escuchar sus gritos. Cuando salió de la habitación era escoltado por seis hombres y su rostro se mostraba pálido y asustado. Esa fue la última vez que lo vieron.

Cuando llegó el turno de Miguel y Manuel les preguntaron cosas que los ubicaban en otro lugar y drogándose. Los oficiales insistían en que ellos traían droga mientras ellos lo negaban. Luego le alcanzaron un papel a Manuel y le pidieron que lo firmara, el trató de leer y recibió un golpe en la cabeza, le exigieron que no leyera y entonces firmó, no quería llevarles la contraria.

Pasaron el día en la PGJ y al día siguiente fueron trasladados con el juez. Aquellos momentos fueron de gran incertidumbre para Manuel porque realmente no sabía lo que había pasado y quería que alguien le contara.

Fue un homicidio en una riña, le dijeron. 26 cuchilladas.

Su abogado defensor les dijo que pensaran bien las cosas y que analizaran su situación.

Manuel tiene 17 años y le dieron una sentencia de cuatro años, lleva sólo uno. Ahora se siente mejor consigo mismo y trabaja en conceptos como la autoestima, la familia y en su proceso de readaptación a la sociedad.

Se quedó en el segundo semestre de la preparatoria y continúa con sus estudios en la comunidad de tratamiento, también hace ejercicio.

Manuel está dispuesto a cambiar quiere volver a su casa y hacer cosas simples como bañarse en su casa y dormir en su cama. Cuando salga se inscribirá en la universidad, quiere ser dentista.

Ser juez y parte

Ser juez no es nada fácil y eso lo sabe el Juez Álvaro Castilla. Seguramente son los jueces los que tienen bajo su mirada la gestación completa de los procesos de justicia que viven los adolescentes actualmente.

Saben qué delitos son los que se comenten con más frecuencia y cómo sucedieron. Conocen si hubo violaciones a los derechos de los adolescentes en las detenciones o cuando declaran. Reconocen el buen trabajo del Ministerio Público o las fallas e incompetencias del mismo. Al final se encuentran con un expediente, una investigación, una conducta tipificada como delito y la historia de un joven que lo ha llevado a estar sentado frente a él esperando la respuesta sobre su circunstancia.

No es fácil y el Juez Álvaro Castillo lo acepta mientras recuerda que tuvo que dictar libertad a favor de un adolescente en un caso de secuestro porque el Ministerio Público no hizo su trabajo adecuadamente, hubo violaciones en el proceso y la evidencia fue indebidamente procesada. Ante una serie de inconveniencias en el proceso (o sin ellas), debe ser muy difícil ser el ejecutor de la justicia.

Para Álvaro Castillo un juez debe ser “una persona muy objetiva, muy sensata, muy tranquila y ecuánime” y explica: “hay situaciones en las que de cualquier expresión que haga el juzgador, ya sea asentir o disentir alguna situación por experiencias personales pueda causarle alguna emoción, ya estaría inclinándose hacia algún sentido. Desde luego como personas, los servidores públicos tenemos sentimientos, entonces es muy difícil analizar casos donde se privó de la vida a un niño, en donde se violentó sexualmente a un niño y más sobre todo si el juzgador tiene hijos, aún así no debe involucrar sus sentimientos con el juzgamiento, y así volver a las causas que se hayan dado, las condiciones del delito analizar y resolverlas  conforme al hecho”.

Casos como cuando le toca dictar libertad a favor de jóvenes que han sido acusados por homicidio u otro tipo de delitos siempre procura aclararles que su libertad la han obtenido por “insuficiencia probatoria”, porque “si es inocente o no sólo él o dios lo saben”.

El trabajo a favor de la justicia nunca ha sido sencillo si en alguna de sus partes acontecen violaciones de las que alguien debe responsabilizarse.

Álvaro Castilla como juez ha optado por el diálogo y procura hablar con los adolescentes a los que ha juzgado. De la misma forma es como los adolescentes están presentes en sus audiencias y presencian el desarrollo de la exposición de las pruebas. De esta forma entienden la trascendencia del hecho que realizaron y el daño que causaron cuando esto ha sido acreditado.

El Juez Castilla les dicta medida y les explica las razones de ella a fin que ellos tengan claridad y comprensión de sus sentencias.

La ley de justicia para adolescentes arrancó en Mexicali en el 2007, “nuestro reto es que cada vez haya menos jóvenes delincuentes, que cada vez haya menos usuarios del sistema, que haya menos familias que sufran por tener un hijo involucrado en un delito” enumera Castilla y expresa que “el reto también es que la sociedad que sepa cómo se está administrando la justicia”.

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