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Los perros me enseñaron a ser humano
Los perros me enseñaron a ser humano
2 minutos de lectura
Los perros me enseñaron a ser humano
01 de julio, 2016
Por: Lizbeth Padilla
@liz_pf 

Por Pauls Toutonghi /The New York Times español

Una tarde lluviosa de noviembre hace más de diez años, llegué a casa del trabajo y me encontré con un inmenso camión de mudanza estacionado en la entrada del garaje y, detrás de él, una patrulla. Mi primer pensamiento fue rápido, claro e instintivo: ¿nos están embargando?

Había vivido en una pequeña casa rentada en Middlebury, Vermont, con mi esposa, durante la mayor parte del año anterior. No había sido un año fácil. Peleábamos sin cesar y las peleas se convertían en batallas campales que duraban hasta bien entrada la noche.

Sin embargo, aquella mañana me había ido sin sospechar nada. Sin duda, no estaba preparado para la escena que encontraría más tarde, al ver la cabecera de madera de mi cama atravesar la puerta, en manos de mi suegro.

“¿Qué pasa?”, pregunté. “¿Qué haces?”.

Ni siquiera me volteó a ver en su trayecto al camión.

“Señor”, dijo el policía, que apareció de la nada justo a mi lado. “Vamos a necesitar que se aleje del domicilio”.

Tendrían que pasar nueve años más para que yo dejara de beber, por lo que esa noche, la noche en que mi esposa me dejó, culpé a todos y a todo de mi desventura, excepto a mí mismo.

Me alejé de la casa y del tristísimo combo del camión de mudanzas, el policía y mi suegro, y fui directamente al bar más cercano, donde les conté a todos mi historia mientras bebía cerveza Budweiser tibia un tarro tras otro. No me arrepentía de nada. No sentía vergüenza.

Apenas recuerdo haber llegado dando tumbos de regreso a casa. Lo que recuerdo es lo que encontré cuando estuve ahí.

Esperándome en la puerta, hambrientos y desconcertados, estaban Glasgow y Seismic, nuestros dos perros San Bernardo. En una caja de cartón volcada al otro lado de la puerta, encontré una carta.

Mi esposa explicaba que no podía llevarse a los perros con ella. Se iría a casa de sus padres para tratar de poner su vida en orden de nuevo y no había lugar para dos animales de 70 kilos. No obstante, esperaba que yo cumpliera mis obligaciones con nuestras mascotas.

Los perros me miraron. Yo los miré.

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Etiquetas:
divorcio
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