¿Dónde iniciaron los depósitos de fierro viejo? Así se hace dinero con lo que otros desechan
David Torres tenía 15 años cuando empezó a trabajar con Luis Maldonado, un hombre apodado ‘el Bayo’, conocido en la colonia Maravillas, municipio de Nezahualcóyotl, en el Estado de México, porque fue el primero en abrir un depósito de fierro viejo.
Diversos testimonios indican que ‘el Bayo’ daba empleo a mucha gente y con él, entre las décadas de los 60 y 70, nació una generación de ‘fierreros’: personas dedicadas a recorrer la Ciudad de México y su zona conurbada en busca de objetos en desuso, que luego venden en la cadena del reciclaje informal para mantener a sus familias.
“Él nos dijo: ‘¡Trabajen, váyanse a la calle!’. Y como todo, al principio nos robaba porque no conocíamos, no sabíamos, llegábamos y entregábamos todo parejo. Todo es fierro para quien no sabe. Hasta que, con el tiempo, uno va aprendiendo que se debe separar y ya se cobra todo según lo que sea”, dice David, quien hoy tiene 55 años y está a cargo de un depósito en Nezahualcóyotl, municipio con más de un millón de habitantes.
A lo largo del corredor donde se ubican estos establecimientos, el ambiente se compone del ruido estruendoso de fierros cayendo unos sobre otros, del sonido de las camionetas que los transportan y de la grabación que las caracteriza: “¡Seee cooompran colchoooones…!”.
Casi en cada avenida de Nezahualcóyotl hay un depósito de fierro viejo e hileras de vehículos con torres de colchones encima. Otros cargan refrigeradores, estufas o lavadoras. En resumen, mucho metal que los ‘fierreros’ cuidan como un tesoro, porque —debido a la dificultad para encontrar empleo por su falta de estudios— constituye su única fuente de ingresos.
El Instituto Nacional de Recicladores (Inare) señala que, de los 33 millones de toneladas de residuos sólidos que se reciclan en el país cada año, 8% corresponde a fierro viejo.
A ‘destripar’ el colchón
Los depósitos abren temprano, entre las seis y las siete de la mañana. “A esa hora se sacan los camiones, se barre, se separa lo que se puede separar, hasta las 11 o 12 del día que empiezan a llegar las camionetas”, explica David.
En su depósito hay colchones viejos que serán ‘destripados’, es decir, abiertos para extraerles los resortes metálicos.
En una de las esquinas del lugar también se observa una pila de hornos de microondas que serán desbaratados y, en otros puntos, calentadores de agua, bicicletas viejas, piezas de herrería y tubos de varios grosores y tamaños.
Hay casas en donde la única condición que nos ponen es no me raye el piso y las paredes, pero lléveselo.[/animalp-quote-highlight]
Todo eso será llevado en un camión hacia las fundidoras, las cuales establecen el precio al que se compra el kilo de fierro viejo. Éste puede ir de los 70 centavos a los 3.50 pesos, mientras el kilo de aluminio ronda los 2.50 pesos y el de cobre llega a los 60 pesos.
Antes de iniciar el camino hacia la fundición, se abren las puertas del lugar para que las personas en busca de una puerta u otro objeto puedan pasar a comprar. “Aquí hay para todos”, dice David.
“Nos expandimos al DF”
La parte más pesada del día, aquella que exige más tiempo y atención a los encargados de los depósitos, es recibir a las camionetas que llegan cargadas de objetos. Por lo general, esta labor comienza por la tarde e implica descargar, pesar y pagar.
Pero no todo lo que llega a esta zona es llevado a los depósitos. De acuerdo con testimonios, muchos ‘fierreros’ seleccionan lo que todavía puede usarse —como refrigeradores o lavadoras— y lo venden aparte. Según David, para ellos es una situación de ganar-ganar, porque la gente les regala muchos de esos objetos durante sus recorridos por la capital.
“Son cosas que a ellos (los antiguos dueños) les estorban y nos dicen: ‘Si se lo lleva, se lo regalo’. Hay casas en donde la única condición que nos ponen es ‘no me raye el piso y las paredes, pero lléveselo’. Es cuando a uno le sale bien porque lo puede revender”, dice.
Raúl Arenas, de 30 años, también se dedica a tratar de hacer dinero a partir de lo que otros tiran. Afuera de su casa, ocupa la banqueta y la mitad del arroyo vehicular para alinear televisores viejos, a los que extrae cables, piezas metálicas y las tarjetas electrónicas.
Él tiene dos años como ‘fierrero’ y asegura que gana lo suficiente para subsistir, pero también ha notado que esto cada vez es más difícil por la cantidad de personas que están entrando al negocio.
“Toda la gente empezó a trabajar en el fierro. Nos acabamos la colonia y nos fuimos expandiendo al DF”, dice un hombre que lo acompaña.
“Ya somos muchos”, coincide David, testigo de cómo esta actividad ha crecido en Nezahualcóyotl, un municipio considerado ciudad dormitorio, porque gran parte de sus habitantes diariamente debe trasladarse a otras localidades para trabajar. Para quienes se quedan, las opciones para generar ingresos son pocas, y la mayoría —como ocurre con los ‘fierreros’— está en la economía informal.
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