[contextly_sidebar id=”zHubuiXsldcTOnv5dzNTBFYSgnQGKBce”]En México, la tortilla de maíz no es la dueña absoluta de los tacos. Al norte, más allá de lo que alguna vez fue territorio mesoamericano, la tortilla de harina es ama y señora de las mesas de hogares, restaurantes y puestos callejeros.
Nada como una tortilla de harina recién salida del comal, lista para recibir un poquito de arroz, frijoles, mantequilla y pedazos de langosta que se prepara en Puerto Nuevo, Baja California; o frita y rellena de machaca para dar vida a las famosas chimichangas de Mexicali; o enrollada para envolver frijoles, arroz, queso y carne y transformarse en un burrito de Ciudad Juárez, Chihuahua.
Aunque hoy en día el consumo de tortilla de harina en el norte del país es común, durante siglos fue un lujo, una práctica relacionada con los europeos y las clases acomodadas.
El trigo llegó a la tierra del maíz entre 1521 y 1523, de la mano de Juan Garrido, un esclavo de raza negra que fue liberado y se embarcó como soldado de Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez para participar en la conquista de México, Puerto Rico y Florida.
Cuando este grano llegó a México, su consumo estuvo prácticamente reservado para los españoles y los mestizos acomodados. Entre más al norte del país había más trigo que maíz… ¿Quieres saber más? Entra a Animal Gourmet.