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“La hago de detective para buscar a mi esposo policía”: Las historias de la Caminata por la Paz
“La hago de detective para buscar a mi esposo policía”: Las historias de la Caminata por la Paz
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“La hago de detective para buscar a mi esposo policía”: Las historias de la Caminata por la Paz
25 de enero, 2020
Por: Manu Ureste
@ManuVPC 

Sandra Jazmín Luna ya lo ha intentado todo. Ha ido a los Ministerios Públicos, a la Policía Federal, a hospitales, a los depósitos de cadáveres, a fosas clandestinas. Todo. Incluso, a sus 32 años, y pese a que jamás imaginó que tendría que llegar hasta ese punto, también ha tenido que hacerla de detective para adentrarse en las profundidades de Tecámac, el municipio conurbado del Estado de México, donde un 13 de marzo de 2018 desapareció su esposo, Juan Serafín Hernández.

“Él tenía ya cinco años trabajando como Policía Federal, en la unidad de escoltas. Y un día, de la noche a la mañana, me lo arrebataron”, lamenta Sandra, que entre sus manos sostiene una lona con la fotografía de su pareja, un hombre de 34 años, de complexión atlética, ojos color café, un metro sesenta de altura, y dos tatuajes en los hombros.

Ahora, un año y medio después de aquel día, Sandra camina despacio y en silencio junto a cientos de personas en la Caminata por la Paz y la Justicia que, como ella, también portan lonas, mantas, fotografías, y playeras con los nombres de los familiares que, en algunos casos, sufrieron desapariciones forzadas a manos de las mismas fuerzas policiacas que debían protegerlos.

Pero, Sandra dice que el hecho de que su esposo sea policía federal no la hace sentirse una extraña en la caminata. Al contrario, subraya, “los familiares de los policías también somos víctimas de la violencia”, y por ello marcha y grita las mismas consignas que el resto. Con la misma rabia y el mismo dolor.

“Que mi esposo sea policía no significa que lo busquen más que al resto, o que lo hagan más rápido. A la Policía Federal le da igual, para ellos es solo un desaparecido más”, dice enojada la madre de tres hijas de 13, 12 y de 8 años, que reprocha a la corporación policiaca que le “cerrara las puertas” cuando acudió a ellos para pedirles ayuda en su caso, motivo por el que tuvo que armarse de valor y coraje para hacer su propia investigación a pie de calle recorriendo Tecámac, uno de los municipios del Estado de México más golpeados por la violencia.

“Las investigaciones no me han dado resultado, por eso yo lo estoy buscando sin las autoridades, aunque luego se enteran y me regañan. Me dicen que es muy peligroso andar por ahí investigando sola. Pero si ellos no hacen nada, ¿qué puedo hacer? -pregunta y mira la fotografía de su esposo vestido de saco y corbata-. Solo me queda hacer de detective y buscarlo por mi cuenta -se responde-, porque mis hijas y yo lo necesitamos mucho”.

“Hermanos de dolor”

A pocos metros de distancia, en la vanguardia de la caminata donde, como en la primera jornada del jueves, los hermanos Lebarón, especialmente Adrián, se desgañitan gritando consignas como “No más violencia” o “Pedir justicia no es un show”, se encuentra Rubén Alonso Gómez, de 35 años.

Tocado con un sombrero beige de ala ancha para cubrirse de los rayos del sol del mediodía, Rubén camina junto a María Salvadora Coronado, con quien comparte pláticas, silencios, y una enorme lona con los nombres y fotografías de nueve personas desaparecidas. Entre ellas, su hermana Marazuba Teresa Gómez Montes, también agente federal adscrita a la unidad antisecuestro, que desapareció en Durango el 29 de noviembre de 2010 cuando apenas tenía 24 años.

“Por supuesto, las corporaciones que nos dan protección también son víctimas, porque nadie está exento de la violencia”, apunta Rubén.

Antes de entrar a la unidad antisecuestros, su hermana se acababa de licenciar en Derecho. Ella, como muchos otros jóvenes, formó parte de la nueva horneada de agentes tras la convocatoria lanzada por el entonces presidente Felipe Calderón para dotar a las corporaciones de seguridad de “gente nueva, limpia y libre de corrupción”.

Corrían años complicados: la guerra contra el narco y todo lo que eso implicaba. Pero en aquel momento, dice Rubén, no vieron como una mala decisión que Marazuba, cuya foto en la manta describe a una joven guapa, de grandes ojos negros y tez morena, dedicara su vida a una profesión de tan alto riesgo y en un contexto tan complejo para México.

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“En ese momento no nos dimos cuenta. Creo que cuando la violencia no te afecta de manera directa, piensas que todo va a estar bien, que a ti no te va a pasar nada”.

Pero, el mal día llegó: Marazuba desapareció junto a otros compañeros de la Unidad Antisecuestros de Durango, quienes planeaban implementar un nuevo programa de seguridad para la entidad. Y diez años después, no hay pruebas, ni una explicación de los hechos, ni cuerpos, ni pistas, nada.

Por eso, explica Rubén, lleva una década marchando junto a Javier Sicilia y los hermanos Lebarón, a quienes saluda y abraza como “hermanos de dolor y de la tragedia”.

Y es por eso también, hace hincapié, que participa en esta caminata junto a tantas otras personas anónimas afectadas por la violencia. Para generar conciencia entre los mexicanos de que hoy les ha tocado a ellos marchar para exigir justicia, pero mañana nadie está exento de la violencia y de la impunidad que la protege.

María Salvadora Coronado, de 50 años, también pide esa unidad de los mexicanos ante la barbarie. Aunque lamenta que la búsqueda de un ser querido, en su caso Mauricio Aguilar Leroux, su esposo desaparecido en mayo de 2011 en Córdoba, Veracruz, la ha llevado a tener que soportar un doble desgaste: el de la incertidumbre de no saber nada de su pareja, y el de afrontar los estigmas y las etiquetas que le coloca la gente con comentarios del tipo: “Seguro que tu esposo algo andaba” o “algo habrá hecho”.

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Pero aquí, en la Caminata por la Paz, María asegura que se siente segura. Querida, incluso. Apapachada.

“Cuando camino junto a estas personas, siento que ya son como mi propia familia. Con ellos no hay prejuicio ni estigmas. Hablamos, caminamos, nos abrazamos, cantamos, lloramos…”, dice la mujer, mientras de la Caminata emergen ahora unas voces femeninas, agudas, que cantan ‘El amor eterno’ de Juan Gabriel.

“Solo estas personas entienden lo que siento -concluye María observando la fotografía de su esposo-. Porque ellos padecen mi mismo dolor”.

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