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La paz de los señores que hacen la guerra
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Náufraga reincidente de internet, bloguera empedernida, defensora de los animales, aficionada a la fotografía y... Continuar Leyendo
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La paz de los señores que hacen la guerra

No podemos seguir hablando de paz sólo desde la perspectiva de quienes han declarado las guerras y han llevado las armas. Necesitamos una paz construida desde la educación, los feminismos y que considere al 50 % de la población del planeta y a los demás seres que viven en él.
17 de septiembre, 2024
Por: Claudia Calvin

Dedicado a las participantes del Tercer Encuentro de Rectoras.

Igualdad/Caminos para la construcción de paz.

 

Hace unos días fui invitada a participar en una de las mesas de trabajo en el marco del Tercer encuentro de rectoras en México, que tuvo lugar en el Claustro de Sor Juana y cuyo tema central fue: “Igualdad. Caminos para la construcción de la paz”. Comparto algunas de las ideas que presenté en la sesión y que son relevantes para pensar el mundo en el que estamos viviendo.

***

Cuando hablamos de paz, normalmente pensamos en las negociaciones que tienen lugar después de un conflicto bélico o una guerra interna, y los referentes suelen ser Kant, Hobbes, Spinoza.

La paz, tal como se define en muchas esferas internacionales y académicas, se ha reducido a la ausencia de guerra o de conflictos armados. Pero ¿es eso realmente paz? Para nosotras, aquí y ahora, la paz no puede limitarse sólo a lo que no es. No es suficiente hablar de paz como el no conflicto cuando, en realidad, vivimos en un mundo lleno de tensiones estructurales y silencios impuestos. No podemos hablar de ella como la no violencia…. cuando sigue siendo la violencia el concepto y la realidad que la estructura.

Hay otra manera de definir y visualizar la paz y es la mirada que aportan las feministas a esta realidad. Las mujeres hasta hace no muchos años han empezado a participar en los procesos de paz y se dice que cuando ellas participan las posibilidades de que sea más duradera aumenta en un 35 %. Es “curiosa” esta gran omisión histórica cuando el cuerpo de las mujeres ha sido considerado y tratado como parte del campo de batalla en guerras que ellas no han provocado.

Teóricas como  Cynthia Cockburn señalaron que  la paz no se trata solo de añadir mujeres a la mesa de negociación, sino de desmantelar las estructuras patriarcales que perpetúan la violencia. Para ella el  militarismo y las guerras son una extensión de la masculinidad hegemónica y sin un cambio profundo en esas estructuras, la paz nunca será verdaderamente duradera.

¿Cómo sería una paz construida desde las experiencias de quienes sostienen la vida y no solo de quienes han causado los conflictos?

Betty Reardon, una de las pioneras en la educación para la paz, argumentaba que la paz solo puede existir cuando hay justicia de género y respeto por los derechos humanos. Fue una impulsora del cambio interno de las personas como inicio de la transformación. “La defensa de los cambios en nosotras/os mismas/os y en el conjunto de nuestras relaciones sigue siendo la esencia de la Educación para la Paz contemporánea. La conciencia de nosotras/os mismas/os es una capacidad que sirve en todos los aspectos de nuestras vidas; es esencial para aquellas/os que buscan transformar nuestro propio pensamiento, nuestras visiones del mundo, nuestros marcos de referencia, ya que afectan a todos los aspectos de nuestras vidas personales, sociales y políticas”.

Carol Cohn, por su parte, nos invita a repensar la seguridad desde una perspectiva de género. Para Cohn, la seguridad feminista no solo se centra en los intereses del Estado, sino en la vida y los cuerpos de las mujeres, que históricamente han sido ignorados en los debates sobre paz y seguridad.

¿Cómo sería la paz si las decisiones no se tomaran solo pensando en los intereses del poder y el control, sino en la seguridad y dignidad de todas las personas, en especial quienes se encuentran en condiciones de vulnerabilidad?

En un mundo hiperconectado no podemos hablar de la construcción de la paz sin abordar el impacto de la tecnología. El tecnofeminismo, como señala Judy Wajcman, desafía la noción de que la tecnología es neutral. Las tecnologías actuales han sido diseñadas dentro de estructuras patriarcales que perpetúan desigualdades, pero también ofrecen un potencial transformador cuando esto se comprende y se toman las decisiones necesarias.

El tecnofeminismo aboga por el uso de la tecnología como una herramienta de igualdad y empoderamiento y no como un espacio de exclusión y violencia. Esto tanto para los espacio digitales como para su uso como herramienta. En plataformas digitales, hemos visto cómo las mujeres enfrentan acoso, abuso y violencia, pero estas mismas plataformas pueden ser un espacio de diálogo y construcción de una paz más incluyente si se transforman desde una perspectiva de género.

¿Podemos imaginar una paz donde la tecnología se utilice para cerrar las brechas de género y construir puentes en lugar de perpetuar las desigualdades?

El ecofeminismo ofrece otra perspectiva sobre la paz. Como bien señala Sylvia Walby, no puede haber paz si no se considera la interseccionalidad de los diferentes sistemas de desigualdad. El ecofeminismo extiende esta visión, argumentando que la paz debe ser holística, abarcando no solo a los humanos, sino también a los animales y al planeta. El patriarcado, que históricamente ha explotado a las mujeres, también ha hecho lo mismo con la naturaleza y los seres más vulnerables, como los animales y de manera particular a las hembras de todas las especies. Desde esta perspectiva, la paz no solo es un acuerdo entre seres humanos, sino un estado de equilibrio y respeto hacia todas las formas de vida.

¿Cómo podemos construir una paz sostenible si seguimos explotando a las formas más vulnerables de vida, tanto humanas como no humanas?

Para las feministas, la paz no es un sustantivo, no es un estado estático que se alcanza de una vez y para siempre. La paz es un proceso continuo de transformación social que requiere justicia, igualdad e inclusión. Es un camino en el que debemos involucrar a las mujeres y a los grupos en situación de marginalidad y vulnerabilidad si queremos que sea duradero.

¿Qué tipo de paz estamos enseñando en las universidades, en la sociedad, en los medios, en las familias, en las escuelas? ¿Estamos educando a las futuras generaciones para que perpetúen la paz de quienes hacen la guerra o para que construyan una paz que represente a todas las personas, sin importar su género, clase o especie?

El mundo necesita hoy que pensemos la realidad y sus posibles soluciones desde distintas perspectivas. La paz también. No podemos seguir hablando de paz sólo desde la perspectiva de quienes han declarado las guerras y han llevado las armas. Necesitamos una paz construida desde la educación, los feminismos y que considere al 50 % de la población del planeta y a los demás seres que viven en él. Urge una paz que cuestione las estructuras patriarcales y que incluya a todas las voces, especialmente las de las mujeres y todas las realidades.

¿Estamos dispuestas y dispuestos a construir una paz que no excluya a nadie y que tenga en cuenta la justicia social, ambiental y tecnológica?

Un debate así plantea muchas preguntas e infinidad de respuestas. Un debate así requiere de diálogo. Un debate así requiere de libertad para poder expresar las diferencias y de un contexto democrático, respetuoso, plural, abierto, diverso e incluyente.

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Imagen BBC
La vida de los hibakusha, sobrevivientes de las bombas atómicas que vivieron con miedo y ganaron el premio Nobel de la Paz
9 minutos de lectura

Para muchos habitantes de Hiroshima y Nagasaki sobrevivir a las bombas fue solo el comienzo de una vida en la que combatieron dolores físicos pero también profundas heridas emocionales.

11 de octubre, 2024
Por: BBC News Mundo
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Las bombas de Hiroshima y Nagasaki terminaron con la vida de miles de personas en un instante. Para los sobrevivientes fue solo el comienzo de años de dolorosas heridas, enfermedades, miedo, sentimiento de culpa y discriminación.

La organización Nihon Hidankyo, que agrupa a los hibakusha o sobrevivientes de las bombas atómicas que Estados Unidos lanzó sobre las ciudades japonesas en 1945, ganó el Premio Nobel de la Paz este año.

El movimiento representa a los 174.080 sobrevivientes de los bombardeos atómicos que residen en Japón, Corea y otras partes del mundo.

No existen cifras definitivas de cuántas personas murieron a causa de los bombardeos del 6 y el 9 de agosto de 1945,.

Los cálculos más conservadores estiman que cinco meses después de los ataques unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades.

Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000.

Escombros de edificios en Hiroshima.
Getty Images
Hiroshima quedó arrasada tras la explosión de la bomba.

El mundo ha conocido el relato del horror gracias a los sobrevivientes, a quienes se les conoce como hibakusha, que en japonés significa “persona afectada por la bomba atómica”.

Sus testimonios no solo dan cuenta de lo que vieron, sino de los traumas que aún llevan dentro.

“Hay muchos hibakusha que son narradores sociales, pero no son capaces de contarle su propia historia a sus hijos”, le dice a BBC Mundo Yuka Kamite, profesora de Psicología en la Universidad de Hiroshima, quien ha estudiado la salud mental de los hibakusha.

Una dura batalla

Se calcula que hoy aún viven unos 140.000 hibakusha, que rondan los 80 años de edad.

¿Cómo ha sido la vida de los hibakusha y por qué sobrevivir a la bomba fue solo una parte de la dura batalla que han dado para llevar una vida digna?

Miedo

Los hibakusha que recibieron el impacto de la bomba sufrieron quemaduras y heridas que marcaron sus cuerpos y sus rostros.

Una sobreviviente con quemaduras en la cara
Getty Images
Muchos sobrevivientes sufrieron quemaduras y de los efectos de la radiación.

Aquellos que estuvieron expuestos a mayores dosis de radiación, aunque a primera vista parecían ilesos, luego mostraron síntomas como pérdida del pelo, sangrado y diarrea.

Luego se reportó un aumento en enfermedades como el cáncer y la leucemia.

“Todavía siento miedo de que se me puedan manifestar las consecuencias de la radioactividad y morir en cualquier momento”, le dice a BBC Mundo Yasuaki Yamashita, un sobreviviente de Nagasaki que tenía 6 años el día de la explosión y que hoy, a sus 81 años, vive en México.

Ese miedo los llevó a una vida de estrés, confusión, incertidumbre y ansiedad. Incluso vivían con temor de pasarle los efectos de la radiación a sus hijos.

“Los efectos de la radiación son invisibles, eso los hizo sentirse inestables e intranquilos, sin saber qué iba a pasar con su futuro”, le dice a BBC Mundo Hibiki Yamaguchi, investigador en el Centro para la Abolición de Armas Nucleares de la Universidad de Nagasaki.

Dos sobrevivientes con heridas
Getty Images
Las bombas causaron heridas físicas y psicológicas.

El miedo marcó para siempre la salud mental y emocional de muchos hibakusha.

Luli van der Does, profesora en el Centro para la paz de la Universidad de Hiroshima que ha estudiado los efectos de la bomba en los sobrevivientes, menciona algunos ejemplos de cómo el miedo se quedó grabado en sus mentes.

“Algunos no pueden comer pescado seco porque les recuerda el olor de los cuerpos quemados”, le dice van der Does a BBC Mundo.

“Otros se tuvieron que ir de Hiroshima y nunca volvieron a visitar su ciudad, otros dicen que no pueden comer pepinos, porque ante la falta de medicinas tras la bomba era lo único que podían usar para curar sus heridas”.

Yasuaki Yamashita en una foto de cuando era pequeño a la izquierda y una foto reciente
Cortesía/Marcos González
Yasuaki Yamashita tenía 6 años cuando explotó la bomba en Nagasaki. Hoy, a sus 81 años, vive en México.

“En casos más severos, dicen que no pueden cruzar puentes ni ver ríos, porque comienzan a recordar los cadáveres que veían flotando tras la explosión”.

El miedo les afectó su salud emocional pero, además, los lanzó a una realidad que hizo aún más difícil su lucha por llevar una vida soportable después de la bomba.

Discriminación

Las heridas físicas, el temor a que los efectos de la radiación pudieran ser contagiosos y los traumas psicológicos de los hibakusha llevaron a que muchos comenzaran a ser discriminados por su condición.

“La gente temía que los sobrevivientes tuvieran una enfermedad contagiosa”, recuerda Yamashita.

“Decían: ‘Hay que separarlos, no hay que casarse con ellos, no hay que tener amistad con ellos’”.

El temor a la discriminación llevó a que muchos ocultaran su condición de hibakusha o se negaran a hablar de ello.

“Aquellos que tenían queloides [crecimiento excesivo del tejido de una cicatriz] en el cuerpo usaban mangas largas para cubrir sus cicatrices, incluso en pleno verano”, dice la profesora Kamite.

Una persona muestra sus cicatrices abultadas
Getty Images
Los sobrevivientes ocultaban sus cicatrices queloides por miedo a la discriminación.

También se les hacía difícil conseguir y conservar sus trabajos. Así lo recuerda Yasuaki Yamashita:

“Cuando salí de la preparatoria comencé a trabajar y casi al mismo tiempo comencé a sufrir los efectos de la radiación.

Empecé a perder la sangre, evacuaba sangre, vomitaba sangre, entonces no podía trabajar.

Si conseguía un trabajo, venía esa enfermedad y tenía que renunciar, así duré como dos años.

Mucha gente me decía que yo era un flojo, que no quería trabajar, pero no era eso, era que simplemente no podía trabajar. Yo necesitaba trabajar, pero no podía”.

Para las mujeres la situación muchas veces era aún más difícil.

En esa época casarse era muy importante para las mujeres japonesas.

Setsuko Thurlow
Getty Images
Setsuko Thurlow recuerda que cuando era joven, poder casarse era muy importante para las mujeres japonesas.

“Era casi la única cosa que una mujer esperaba”, recuerda Setsuko Thurlow, sobreviviente de Hiroshima, quien en julio compartió sus recuerdos durante un evento en línea para conmemorar el 75 aniversario de las bombas.

“Con esas cicatrices queloides, esas mujeres perdían la fe y la esperanza en la vida”, dijo Thurlow, quien en 2017 recibió en nombre de los sobrevivientes el Premio Nobel de Paz que se le otorgó a la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, por su sigla en inglés).

Keiko Ogura, otra sobreviviente de Hiroshima, recuerda que vivió esa discriminación en carne propia. Así lo contó en conversación con BBC Mundo:

“Tenía 8 años, era solo una niña pequeña en la escuela elemental, pero sabíamos que no debíamos decir que habíamos estado en la ciudad ese día. Si decíamos algo relacionado con la radiación, no nos podríamos casar.

No decíamos que éramos sobrevivientes. Teníamos un certificado de sobrevivientes y al mostrarlo en el hospital podíamos recibir tratamiento médico que ayudaba a pagar el gobierno. Sin embargo, la gente nos decía ‘no muestres eso’.

Keiko Ogura
Getty Images
A Keiko Ogura le enseñaban que no debía decir que era una sobreviviente de la bomba.

Al principio yo no le prestaba atención, sentíamos que todos compartíamos el mismo destino, pero cuando ya era una mujer en edad de casarme, a los 18 o 20 años, los hombres jóvenes de fuera de la ciudad me preguntaban “Keiko, ¿dónde estabas al momento de la bomba?Por mi parte no hay problema, pero a mis padres les preocupa”.

Sé que muchas otras personas también tuvieron esa experiencia”.

La profesora Van der Does cuenta que cuando llegaba el momento de casarse, algunas personas contrataban detectives para investigar si la pareja había estado en Hiroshima al momento de la bomba.

Otros, por su parte, sintieron esa discriminación de una manera más sutil o indirecta, y los puso en una posición vulnerable ante la sociedad. Una “discriminación silenciosa”, como la llama la profesora Van der Does.

Yoshiro Yamawaki con una camisa a cuadros.
Cortesía Yoshiro Yamawaki
Yoshiro Yamawaki lamenta no haber podido estudiar una carrera porque tras la muerte de su padre tuvo que dedicarse a trabajar.

“No sabes exactamente qué tipo de discriminación estás sufriendo, pero simplemente la sientes en tus interacciones sociales, o al darte cuenta de que a lo largo de tu vida has recibido un trato injusto”, explica.

Yoshiro Yamawaki, sobreviviente de Nagasaki, es uno de esos casos de discriminación silenciosa.

“La bomba mató a mi padre, mi madre tenía siete hijos y no podía hacerse cargo de ellos. Por eso, tuve que dedicarme a trabajar, sin poder ir a la universidad, creo que eso fue una forma de discriminación”, dice Yamawaki en conversación con BBC Mundo.

Según explica Van der Does, es difícil conocer el daño psicológico y emocional que sufrieron los hibakusha porque muchos murieron sin ser capaces de hablar de ello.

Keiko Ogura con 8 años.
Cortesía Keiko Ogura
Keiko Ogura tenía 8 años cuando estalló la bomba en Hiroshima.

“Hay muchos que no han admitido ser hibakusha por el miedo a la discriminación”, dice la investigadora.

En una reciente encuesta que Van der Does realizó entre 1.652 hibakusha de Hiroshima y Nagasaki, encontró que el 31% de ellos ha sufrido varios tipos de trato discriminatorio a lo largo de su vida.

Esa discriminación en ocasiones se dio entre los mismos hibakusha.

“Los hibakusha conocían mejor que nadie lo que les ocurría, por eso muchas veces se discriminaban entre ellos”, dice Hibiki Yamaguchi, de la Universidad de Nagasaki.

Setsuko Thurlow hablando desde la tribuna de los premios Nobel
Getty Images
En 2017 Thurlow asistió a la ceremonia del Premio Nobel representando a las víctimas de los bombardeos.

Según Van der Does, esa discriminación era fruto del miedo y de la desesperación por vivir. “Estaban luchando por sobrevivir, tenían que competir entre ellos por lograr algún tipo de ayuda”, dice la profesora.

Culpa

Al miedo y a la discriminación con que cargaban los hibakusha muchas veces se les sumó un sentimiento de culpa por haber escapado con vida o haber sido incapaces de ayudar a quienes pedían auxilio.

Ese sentimiento de culpa de los sobrevivientes les causó sufrimiento a largo plazo, explica la psicóloga Kamite.

Hiroshima destruida tras la bomba
Getty Images
Muchos hibakusha desarrollaron un sentimiento de culpa por no haber podido ayudar a las personas heridas.

Así lo recuerda la sobreviviente Keiko Ogura:

“Yo, al igual que el 90% de los sobrevivientes, tuve un sentimiento de culpa porque vi morir a familiares y amigos. Después de la explosión vimos gente bajo los edificios derrumbados pidiendo ayuda, pero no podíamos ayudarlos, estaban atrapados. Las madres trataban de sacarlos pero era muy difícil.

Luego, el fuego se esparció tan rápido que no tuvieron más opción que irse del lugar.

Eso los hizo preguntarse: ¿por qué no pude cumplir con el deber de ayudar a mis hijos hasta el último momento?

Tras la explosión, dos personas muy heridas se me acercaron y solo decían ‘agua, agua’. Yo les di de beber y luego murieron frente a mí. En ese momento no lo entendía, era solo una niña de 8 años, pero comencé a culparme porque sentía que los había matado. Sentía que si no les hubiera dado agua, ellos no estarían muertos. Me sentí así durante más de 10 años”.

Yasuaki Yamashita hablando en un foro
Getty Images
Algunos hibakusha cuentan su historia en eventos públicos, pero otros prefieren permanecer en silencio.

Según los expertos, la dificultad que muchos sobrevivientes tienen para hablar de su experiencia les ha afectado sus vidas.

“El velo de silencio sobre estos temas funcionó para ocultar las transgresiones ocasionadas por las secuelas atómicas”, dice Kamite.

Contra el silencio

Algunos hibakusha, sin embargo, han combatido ese silencio y comparten sus historias con los medios o como parte de campañas en contra de la proliferación de armas nucleares.

“Algunos están motivados por la ira, otros por un sentido de misión social, y otros pueden estar motivados por la respuesta al trauma”, dice Kamite.

Takashi Morita sostiene unas flores en la mano
Getty Images
Algunos hibakusha se convirtieron en activistas en contra de las armas nucleares.

La profesora, sin embargo, advierte que son solo unos pocos quienes participan en estas actividades sociales y que es probable que muchos hibakusha hayan sido una “mayoría silenciosa”.

Van der Does, por su parte, explica que con el tiempo los hibakusha lograron construir un sentido de comunidad que los ayudó a ganar aceptación en la sociedad.

“Se convirtieron en líderes en la lucha por el desarme nuclear”, dice la profesora. “Pasaron de ser víctimas a creadores de un mundo nuevo”.

Línea gris
BBC
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