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Educación ciudadana: perspectivas latinoamericanas
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Mexicanos Primero es una iniciativa ciudadana integrada por activistas con diversas experiencias, formaciones e historias,... Continuar Leyendo
4 minutos de lectura

Educación ciudadana: perspectivas latinoamericanas

¿Es democrática la escuela? ¿Hay espacios para que las y los estudiantes tomen decisiones sobre su proceso educativo? ¿Existen mecanismos para escuchar las propuestas de niñas, niños y jóvenes?
29 de noviembre, 2024
Por: Laura Ramírez

Cuando hablamos de educar, surge una gran variedad de temas pertinentes para que las personas puedan desarrollar sus habilidades plenamente. Nadie discute el papel de la escuela para trasmitir contenidos académicos, es decir, aquellos relacionados con lo cognitivo: la lectoescritura, las operaciones aritméticas, el método científico, por ejemplo. Se complica un poco la mirada cuando se piensa en qué otros contenidos tenemos que aprender las personas. Hay voces que -con justa razón- claman por educación financiera, educación para la sustentabilidad, educación sexual, habilidades tecnológicas, entre muchas otras posibilidades.

Cada vez queda más claro que las habilidades cognitivas son importantes para el mundo actual, pero también surge con fuerza una reflexión sobre el papel de la escuela para desarrollar habilidades emocionales, habilidades sociales, que la escuela sea un espacio para la educación ciudadana y que contribuya a la formación de las personas para desenvolverse y aportar a las sociedades democráticas.

En ese contexto, el pasado 18 de noviembre se realizó en Quito, Ecuador, el Foro Regional: “Retos y Oportunidades de los Jóvenes en la Educación”, un espacio organizado por la Red Latinoamericana por la Educación REDUCA y por el Ministerio de Educación de Ecuador, en el que se reflexionó sobre la importancia de la educación para la juventud y sobre todo, contó con la presencia de jóvenes que aportaron su visión de cómo lograr una escuela más incluyente y pertinente.

En este marco, Mexicanos Primero -organización fundadora y representante de REDUCA en México-, participó en una conversación con la representante de la Organización de Estados Iberoamericanos en Ecuador y una estudiante de secundaria sobre el papel de la escuela pública en la educación ciudadana.

La primera reflexión que surgió es que hay una tarea pendiente para cambiar la mentalidad de la sociedad en cuanto a cómo se ve la democracia en la educación. Hay un debate enraizado sobre si la democracia debe enmarcarse en una materia o si es transversal en el espacio escolar, pero no hay todavía una conclusión profunda sobre la organización escolar. ¿Es democrática la escuela? ¿Hay espacios para que las y los estudiantes tomen decisiones sobre su proceso educativo? ¿Existen mecanismos para escuchar las propuestas de niñas, niños y jóvenes? La respuesta a estas preguntas es que falta camino por recorrer.

Si pensamos en que el derecho a aprender se compone por tres dimensiones: estar, aprender y participar, queda en evidencia que difícilmente se podrá garantizar ese derecho si la escuela no abre verdaderos espacios de participación para las y los estudiantes, desde el preescolar y hasta la educación superior. A participar se aprende participando y no podemos pretender tener ciudadanos democráticos si en la escuela no se pueden ejercer las competencias para ello. Es verdad, las NNJ antes de los 18 años no votan, pero no por ello deben quedar fuera de las decisiones que les competen; la participación está garantizada en varias leyes nacionales y convenios internacionales firmados por todos los países de la región, entonces ¿por qué la escuela queda fuera de esto?

¿Cómo podemos caminar en la región hacia entornos más democráticos? El tema es amplio y complejo porque implica repensar la escuela y cambiar muchas formas de operar; en este foro se plantearon algunos puntos que pueden ser relevantes:

  1. Una escuela que ve la participación de sus estudiantes como algo valioso para tomar decisiones conjuntas sobre el aprendizaje y el clima escolar; esto implica formación docente y espacios participativos desde la primera infancia con el principio de autonomía progresiva: es decir permitiendo que las niñas y niños tomen decisiones de acuerdo a su edad y nivel de desarrollo y aumentando las posibilidades gradualmente.
  2. Una escuela que aprovecha las metodologías innovadoras para el aprendizaje: la región está incluyendo en sus marcos curriculares nuevas formas de aprender en el aula, el aprendizaje basado en proyectos o la investigación – acción son ejemplos de ello y abren posibilidades para que las NNJ puedan decidir qué quieren aprender y cómo quieren y necesitan hacerlo. Las prácticas en el aula están cambiando y es una oportunidad valiosa para incluir las perspectivas de las y los estudiantes y contribuir a que tengan un papel más activo en su proceso de aprendizaje.
  3. Ver a las NNJ como agentes de cambio: esto implica escucharles, incluir sus visiones en las decisiones escolares y también en otros espacios sociales; entender que ellas y ellos pueden plantear soluciones valiosas para los temas que nos aquejan como el cambio climático y la violencia escolar y que su voz esté presente en diferentes espacios de política pública y toma de decisiones.

Hay coincidencia en América Latina sobre la importancia de que la escuela sea un espacio más democrático, se requiere entonces empezar a pensar en cómo lograrlo y para ello es imprescindible cambiar la mirada: incluir a las NNJ en las decisiones de cómo es la escuela que necesitamos; salir de las prácticas adultocentristas, generar espacios dentro y fuera de la escuela verdaderamente participativos. El reto es grande pero la recompensa de formar ciudadanos más participativos será clave para superar los retos que las sociedades latinoamericanas enfrentan en la actualidad.

* Laura Ramírez (@Laurami0316) es directora de Fortalecimiento de comunidades educativas.

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Imagen BBC
Revolución Mexicana: conoce a Adela Velarde, la mujer que dio nombre a las “adelitas”
7 minutos de lectura

En la historia de Adela Velarde, que posiblemente inspiró el corrido más famoso de la revolución mexicana y dio nombre a las “adelitas”, se entreteje la memoria y la leyenda.

20 de noviembre, 2024
Por: BBC News Mundo
0
Toda revolución necesita un héroe y una musa.

Adela Velarde Pérez fue las dos cosas.

Pero, como sucede con todos los mitos identitarios, en la historia de esta mujer que posiblemente inspiró el corrido más famoso de la revolución mexicana y dio nombre a las “adelitas”, se entreteje la memoria y la leyenda.

La imagen de Adela Velarde, jovencísima, de ojos grandes, mirando intensamente a la cámara bajo su enorme sombrero, agarrando una bandera mexicana en una mano y una espada en la otra, su diminuto cuerpo cruzado por un cinturón de balas, encarna la esencia de un espíritu nacional, de una identidad mexicana valiente y revolucionaria.

Ella representa a las miles de mujeres anónimas que se unieron a la Revolución mexicana (1910-1920) a las que se conoce como “adelitas”, y que consiguieron derrocar la dictadura de Porfirio Díaz.

El corrido de “La Adelita”, quizás el más famoso de toda la época de la revolución, se cantaba obsesivamente en los frentes y hoy se sigue escuchando, popularizado por cantantes como Jorge Negrete o Amparo Ochoa. Sin embargo, la historia de la “Adelita” original sigue siendo en parte un misterio.

Qué sabemos de la “Adelita” real

Se sabe que nació en el estado de Chihuahua, probablemente en Ciudad Juárez, en el año 1900, en el seno de una familia acomodada.

Adela Velarde Pérez.
Wikimedia Commons
Adela Velarde Pérez.

Según la biografía que el gobierno de México tiene sobre ella, fue nieta del destacado general juarista Rafael Velarde, que luchó contra las tropas francesas.

Siendo aún adolescente se unió a las filas de la revolución, apoyando a la Asociación Mexicana de la Cruz Blanca en labores de enfermería.

Formó parte de la División del Norte del Ejército Constitucionalista, y posteriormente se incorporó al Cuerpo de Ejército del Noreste.

El 22 de febrero de 1941, Velarde fue reconocida como “Veterana de la Revolución” por la Secretaría de Defensa Nacional mexicana y, según el Museo de la Mujer, fue nombrada miembro de la Legión de Honor Mexicana en 1962.

Al acabar la revolución trabajó en Ciudad de México como mecanógrafa en la administración de Correos. En 1965 se reencontró con un coronel que había conocido en sus años de lucha, Alfredo Villegas, con quien se casó en 1965.

Poco después, la pareja se mudó a Estados Unidos, donde vivió hasta su muerte en 1971, debido a un cáncer de ovario. Sus restos yacen en el cementerio de San Felipe, en Del Río, Texas.

Hombres y mujeres junto a un pozo en la Revolución Mexicana.
Getty Images
El trabajo de las mujeres fue esencial en la Revolución Mexicana.

Estas es, practicamente, casi la única información contrastada que se tiene de ella.

A partir de ahí, casi todo son relatos, más o menos fabulados, inspirados por el romanticismo de su personaje.

El mito la retrata como una muchacha valiente y bella, cuyos ideales revolucionarios la convirtieron en un ejemplo para otras mujeres que se unieron al alzamiento, a las que hoy se conoce como “adelitas” y que desempeñaron un papel fundamental en las guerrillas.

Las “adelitas”

Pocos han descrito el papel de las “adelitas” de una forma más hermosa que la escritora Elena Poniatowska en su libro “Las indómitas”.

“Yo te doy agua. Yo llevo las ollas y las cazuelas para hacerte tu comida. Yo te despiojo. Yo te lío tu petate. Yo te lavo tu ropa. Yo junto la leña para hacer lumbre. Yo te aceito tu fusil. Yo te prendo tu cigarrito, y si no hay tabaco, te hago uno de macuche, aquí tengo hojas de maíz. Yo cargo tu Mauser y tus cartuchos. Yo cuido de que no se moje la pólvora. Yo te hago casa en el campo de batalla. Yo soy tu colchón de tripas. Yo tengo a tu hijo en la trinchera”.

Una portad de
Getty Images
El papel de las mujeres en la Revolución Mexicana traspasó fronteras.

Sin ellas, afirma la autora mexicana, no habría habido revolución. Muchas fueron llevadas por sus hombres, esposos, padres o hijos, al combate como apoyo. Otras fueron obligadas a participar por la fuerza y, aunque la mayoría ejercía apoyos básicos y de enfermería, algunas llegaron a tener cargos importantes.

Después de haber dado sangre, sudor y lágrimas en la batalla, con el fin de la guerra la mayor parte de estas mujeres regresaron a los antiguos roles que la sociedad les deparaba, y sus hisotrias de olvidaron.

Solo un puñado de nombres de “adelitas” han sobrevivido al anonimato de la Historia, entre ellos el de Adela Velarde, en gran parte gracias al corrido que lleva su nombre.

Mujeres con cestas.
Getty Images
Tras la revolución, gran parte de las mujeres volvieron a sus roles tradicionales.

La versión más edulcorada de la historia de esta famosa canción, que se convirtió en símbolo de la revolución y responsable de que medio mundo hispanohablante no pueda escuchar la palabra “Adelita” sin tararear “se fuera con otro…”, la narra el historiador mexicano José Alberto Galindo.

La leyenda

Galindo es el autor del libro “Un cielo lleno de metrallas: La verdadera historia de la Adelita”, en el que relata la siguiente historia:

Velarde entró en el ejército revolucionario como enfermera, por lo que fue repudiada por su familia, que consideraba, como otras de su época, que las mujeres solo podían abandonar el hogar de su familia para casarse.

Al poco de unirse a la revolución, la joven conoció a Antonio Gil Del Río Armenta, sargento del ejército de Pancho Villa, y ambos mantuvieron un tórrido romance.

De acuerdo con algunos relatos no corroborados, ambos tuvieron un hijo, que más tarde moriría en la Segunda Guerra Mundial.

La historia de amor tuvo también un final trágico.

Revolucionarios mexicanos caminando.
Getty Images
Fueron muchas las mujeres que acompañaron y lucharon con las tropas revolucionarias.

El sargento fue alcanzado por una bala en la ciudadad de Gómez Palacio, y murió en los brazos de su amada. Sin embargo, antes de fallecer, le pidió a su enamorada que mirara dentro de su petate, donde Velarde encontró un papel con la letra de la canción que se convertiría en un himno nacional revolucionario. Ella había sido su musa y sería su último amor.

¿Demasiado perfecto? Pues hay más.

Según Galindo, la letra de la canción no estaba completa, por lo que Gil Del Río Armenta le cantó allí mismo, y con su aliento postrero, la última estrofa, que Adelita apuntó en el papel de su puño y letra.

Algunas versiones dicen que esta última estrofa dictada al borde de la muerte fue la que dice: “Si acaso yo muero en campaña /y mi cadáver lo van a sepultar, /Adelita por Dios te lo ruego /que con tus ojos me vayas a llorar”.

Sin embargo, en una entrevista con el diario “Excélsior” en 1948, la propia Velarde confirmó que fue ella quien inspiró al compositor, aunque el corrido original solo contaba con tres estrofas:

“Popular entre la tropa era Adelita, /la mujer que el sargento idolatraba, /porque a más de ser valiente era bonita /que hasta el mismo coronel la respetaba.

Y si Adelita se fuera con otro/ la seguiría por tierra y por mar; /si por mar, en un buque de guerra /si por tierra, en un tren militar.

Si Adelita quisiera ser mi esposa, /si Adelita fuera mi mujer, /le compraría su vestido de seda /para llevarla a bailar al cuartel”.

Mujeres vestidas de
Getty Images
Las “adelitas” siguen desfilado en cada aniversario de la revolución mexicana.

El historiador Galindo afirma, además, que el “coronel” que menciona la canción es, para rizar más el rizo, hombre con el que finalmente se casó Adela Velarde en 1965, Alfredo Villegas.

Sin embargo, existen diferentes versiones sobre el origen de la canción que, según la Secretaría de Defensa Nacional (SDN) mexicana, fue difundida por la División del Norte entre 1914 y 1915.

Según el libro “Las Fuerzas Armadas en la Revolución Mexicana”, editado por la SDN en 2013, algunos atribuyen su autoría al joven capitán Elías Cortázar Ramírez, otros a un tal Ángel Viderique.

Otra interpretación afirma que se trata de una canción anónima que el general Domingo Arrieta y sus tropas escucharon en el estado de Sinaloa, y otra más que el mismo general Arrieta se la encomendó a un maestro de su banda militar, Julián S. Reyes, para que la escribiera y la instrumentara.

Pero en la creación de los mitos el relato es importante, y una buena historia de amor trágico siempre será más potente que un anodino encargo.

Línea gris.
BBC

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