La charrería, declarada patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco, ha sido para mí un símbolo de orgullo y cariño. Es un recuerdo vivo de momentos compartidos con mi abuela y ahora con mi madre, mientras vemos películas del cine de oro mexicano. Sin embargo, con el tiempo, comienzo a mirarla desde otra perspectiva: una tradición que encierra contradicciones éticas al utilizar animales como herramientas en prácticas que perpetúan dinámicas de explotación. Hoy invito a redescubrir la charrería desde una mirada crítica, reflexionando sobre su legado y el trato hacia los animales.
La charrería, reconocida en 2016 por la Unesco como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, es una tradición ecuestre, espejo de la historia colonial. Originalmente practicada por hacendados y trabajadores rurales, fue un medio para perfeccionar habilidades relacionadas con el manejo del ganado y un ejercicio de liberación y progreso para los campesinos. 1 Con el tiempo, evolucionó en un espectáculo competitivo que simboliza el orgullo nacional mexicano, y destaca valores como el respeto por el campo, el trabajo y la tradición.
Dentro de las suertes charras, el “paso de la muerte” es una de las más emblemáticas. En esta prueba, el jinete debe pasar de un caballo manso a uno bronco a todo galope, sin utilizar silla ni riendas. Los caballos son dirigidos mediante señales auditivas, olfativas y, sobre todo, táctiles, como los frenos en su cara y hocico, las espuelas en sus costados y las cuartas o varas para impulsarlos a avanzar.
En un principio, al no ser específico, pareciera no existir violencia; sin embargo, como se pregunta Ana Cristina Ramírez Barreto en su texto El juego del valor. Varones, mujeres y bestias en la charrería, ¿qué haría yo si fuera caballo?, luego de entender la práctica como ella la explica:
En la interacción con el/la jinete, los caballos tienen la expectativa de anticiparse a una señal intensa o un castigo, evadiéndolo, defendiéndose o cumpliendo con prontitud peticiones cada vez más sutiles. Si esta expectativa es sistemáticamente frustrada, si no hay coherencia en las señales que se le dan y la suspensión inmediata de la presión cuando ha cumplido la orden, lo que tenemos generalmente es un caballo confundido, sin interés por aprender, quebrado en su espíritu, a veces resentido e incluso peligroso para los humanos que se le acerquen.
Esta práctica, además, refleja un imaginario tradicional vinculado a la masculinidad. Desde la vestimenta hasta las narrativas heroicas que envuelven al charro, la charrería perpetúa valores asociados a un sistema patriarcal donde el control, la destreza física y la dominancia sobre los animales simbolizan virilidad, temeridad, dominio y autoridad. Estas características la convierten en un símbolo de un México rural idealizado, pero también en un terreno fértil para reflexionar sobre los valores que aún defendemos como sociedad.
El concepto de patrimonio cultural, según la Unesco, se refiere al legado que heredamos del pasado, vivimos en el presente y transmitiremos a las generaciones futuras. Bajo esta definición, el patrimonio debe entenderse como una fuente de vida e inspiración, un puente entre lo que fue y lo que será. Sin embargo, este ideal se enfrenta a tensiones cuando las prácticas reconocidas como patrimonio perpetúan formas de explotación o maltrato, como ocurre en la charrería con el uso de animales no humanos.
Dejar de ver el patrimonio cultural desde un enfoque estático y glorificante invita a analizar no sólo el valor emocional de las tradiciones, sino también sus implicaciones éticas y sociales. La charrería, al centrarse en la destreza humana sobre los animales, puede interpretarse como una expresión de dominancia que contradice los valores de respeto y equidad que intentamos construir en la actualidad.
Aunque es innegable que la charrería simboliza una identidad nacional y genera un sentido de pertenencia, es necesario reflexionar si las prácticas que implican el sufrimiento animal deben seguir siendo parte de lo que transmitimos a las futuras generaciones. Si los conocimientos heredados son un caudal de sabiduría, ¿no sería nuestra responsabilidad revisarlos críticamente para asegurar que evolucionen en armonía con los valores contemporáneos?
La relación entre los humanos y los demás animales dentro de la charrería genera sentimientos encontrados. Para quienes crecimos con esta tradición, representa un vínculo con nuestras memorias familiares, recuerdos de infancia y momentos de admiración; sin embargo, el conocimiento sobre el estrés y la explotación que sufren los animales en estas prácticas reconfigura esa relación, llevándonos a cuestionar lo que celebramos y perpetuamos.
Con profundo respeto, el ejemplo del trabajo infantil puede ofrecernos una gran analogía. Hubo un tiempo en que se consideró necesario e incluso honorable que niñas y niños contribuyeran al sustento familiar con largas jornadas laborales. Aunque esto era aceptado socialmente, la reflexión ética transformó la percepción de esa práctica, llevándola a ser rechazada en la mayoría de los contextos. De manera similar, podemos cuestionar si es ético continuar usando a los animales como herramientas en tradiciones culturales, cuando ya reconocemos su capacidad de sentir dolor, miedo y angustia.
La propuesta no es borrar la charrería ni sus memorias asociadas, sino transformarla: cuestionar colectivamente si estos actos deben ser preservados como prácticas vivas o resignificadas en archivos simbólicos que respetan la dignidad animal. Es un desafío que no se resuelve con prohibiciones, sino con una comprensión que transforma la memoria a partir de valorar tanto la historia como el respeto hacia todas las formas de vida.
Redescubrir la charrería desde una perspectiva crítica no significa rechazarla, sino entenderla en toda su complejidad. Las memorias que despierta, como las de aquellas tardes viendo películas del cine de oro con mi abuela, forman parte del cariño y del orgullo que muchas personas sienten por esta tradición, pero la charrería también nos plantea un dilema ético ineludible: ¿cómo equilibrar el respeto hacia los animales con la preservación de nuestras tradiciones?
Hoy somos una generación que hereda un caudal de conocimientos y costumbres que agradecemos y valoramos. Pero también tenemos la responsabilidad de decidir qué queremos transmitir al futuro. Si en el pasado aprendimos que las personas no deben ser herramientas de trabajo forzado, ahora entendemos que los animales tampoco deben serlo. Este cambio no se trata de un rechazo al pasado, sino de un acto de amor hacia lo que somos y lo que seremos.
La charrería puede transformarse en un símbolo de evolución, donde lo que amamos deja de ser una práctica viva para convertirse en una memoria compartida, en un archivo que nos conecta con nuestras historias sin perpetuar el sufrimiento. No se trata de destruir, sino de construir un legado en el que la tradición y la ética convivan.
* César Luciano Jiménez Chimal es estudiante de la carrera de Desarrollo y Gestión Interculturales en la UNAM, con enfoque en patrimonio cultural. Cursó una especialidad en artes plásticas y visuales en el Centro de Educación Artística Diego Rivera, donde desarrolló un interés por el uso del arte como herramienta de cambio social, alejándose de las narrativas institucionales del patrimonio. Jean Azcatl Pineda es licenciado en Geografía por la UNAM y especialista en geografía de los animales y estudios críticos del patrimonio y turismo. Actualmente es estudiante de la maestría en Geografía en la máxima casa de estudios.
Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad exclusiva de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM. Todo comentario, réplica o crítica es bienvenido.
1 Sanz, N. y Muñoz, I. (2018). Libro blanco del patrimonio cultural Unesco en la Ciudad de México.
El origen de los incendios es desconocido y está bajo investigación, informaron las autoridades del condado. Miles de personas han sido evacuadas y autoridades advirtieron que las cifras de muertos irremediablemente van a aumentar.
Con ninguno de los fuegos bajo control y nuevos sumándose a medida que pasan las horas, los incendios más destructivos de la historia de Los Ángeles parecen no tener fin.
En la tarde de este jueves empezó a arder otra zona del noroeste de la ciudad, cerca de las exclusivas áreas residenciales de Calabasas y Hidden Hills.
Y con ello, son ya seis los focos que cientos de bomberos combaten desde que se encendió la primera llama en la mañana del martes en Pacific Palisades.
Los evacuados llegan casi a los 200 mil y las edificaciones dañadas superan los 9 mil.
Hasta la tarde de este jueves se habían reportado seis muertes, pero las autoridades ya advirtieron que las cifras irremediablemente van a aumentar.
“En un momento dado, podremos hacer una búsqueda más exhaustiva de las áreas afectadas — algunas parecen haber sido alcanzadas por una bomba—. Podremos traer K-9 (perros de búsqueda y rescate) que nos ayuden a descubrir, con suerte, no demasiados muertos”, dijo el alguacil del condado de Los Ángeles, Robert Luna, en una rueda de prensa el jueves en la mañana.
“Rezamos por ello (para que no sean demasiados). Esto es una crisis y no sabemos qué nos puede deparar, aunque estamos preparados para todo”, añadió.
“Así que sean pacientes con nosotros cuando nos preguntes sobre la cifra de muertos”, siguió. “Hoy por hoy, francamente no lo sabemos”.
El alguacil Luna también informó que habían detenido “a más de 20 personas” tratando de saquear casas evacuadas.
Para evitar ese tipo de situación, adelantó que impondrían el toque de queda entre las seis de la tarde y las seis de la mañana alrededor de las zonas afectadas por los incendios de Palisades y Eaton.
Qué provocó los fuegos sigue estando bajo investigación, dijo en esa misma conferencia el jefe de bomberos del condado de Los Ángeles, Anthony Marrone, repitiendo el mensaje del día anterior.
“En cuanto tengamos un indicio se lo comunicaremos a los medios”, zanjó.
Mientras, los meteorólogos advierten que nuevos vientos de Santa Ana podrían seguir complicando la situación sobre el terreno.
Estos incendios serán unos de los más costosos en la historia de Estados Unidos, adelantan los expertos.
Tal como están las cosas, el banco de inversión estadounidense JP Morgan estima que las pérdidas económicas ascenderán a alrededor de US$50.000 millones, una cifra que se ha más que duplicado desde una estimación inicial del miércoles.
Los incendios en curso están llevando la capacidad de los servicios de emergencia al límite.
Y es que, aunque la temporada de incendios del sur de California solía empezar en mayo y acabar en octubre, hoy es ya “un problema perenne”, tal como subrayó el gobernador Gavin Newsom este martes.
“No hay temporada de incendios. Lo es todo el año”.
A los bomberos de la ciudad se les han sumado otros de los condados vecinos, y las autoridades de California han pedido ayuda más allá del estado. Nevada, Oregón y Washington ya han respondido al llamado.
En algunos lugares los bomberos se quedaron sin agua el miércoles por la alta demanda para apagar los fuegos.
La alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, se defendió de las críticas por estar de viaje en África cuando la ciudad empezó a arder.
En el oeste de Los Ángeles, además de la enorme destrucción que ha sufrido la zona de Pacific Palisades, la vecina Malibú ha visto como cientos de casas frente al océano han sido destruidas por el fuego, así como numerosas tiendas y restaurantes.
Las primeras llamas de esta oleada de incendios sin precedentes se registraron en la mañana del martes en Pacific Palisades, un área residencial de familias de clase alta y salpicada de mansiones en el oeste de Los Ángeles, y en pocas horas ya se había quemado cientos de hectáreas.
Este fuego ya es considerado el más destructivo de la historia de Los Ángeles por la gran cantidad de construcciones afectadas.
“Parece un infierno”, le dijo a Los Angeles Times Lori Libonati, uno de los miles de residentes obligados a evacuar el barrio, antes de tener que abandonar la zona.
A última hora de la tarde del martes, a unos 40 kilómetros hacia el interior, otro fuego se inició en Altadena, un municipio del norte de Los Ángeles. Las autoridades se están refiriendo a ese incendio como Eaton.
En las siguientes horas se les sumó otro incendio al norte de Palisades, al que nombraron Woodley, y un cuarto en esa misma dirección, cerca del municipio de Santa Clarita, bautizado como Hurst.
Y en la noche del miércoles se desató el incendio en las colinas de Hollywood.
El jueves se alertó del inicio de otros incendios a los largo del condado de Los Ángeles.
El proceso de evacuación en Pacific Palisades, barrio en el que viven numerosas celebridades, empezó siendo caótico, debido a las características de la zona residencial, sin suficientes rutas de acceso.
La principal vía de entrada y salida se vio colapsada, entre vecinos que huían por miedo a ser alcanzados por las llamas y bomberos que querían acceder a ella.
Y las autoridades tuvieron que usar maquinaria pesada para retirar los vehículos que bloqueban el acceso a los camiones cisterna.
“A las 10:45 de la mañana observaba unas llamas en las montañas de Santa Mónica y, en una hora, Sunset Boulevard estaba paralizado. Dos horas después, hubo un ataque de pánico masivo, con todos los vecinos tratando de evacuar a la vez”, cuenta la periodista de la BBC Lucy Sheriff, quien vive en el área.
“Vi a un padre con su hija de 10 años, con el uniforme escolar, corriendo por la calle para tratar de ponerse a salvo y escuché una mujer mayor pidiendo ayuda para subir al auto y marcharse, pero nadie quiso o pudo ayudarla”, prosigue.
“Nunca recibí un mensaje para la evacuación ni una alerta de incendio, tampoco mi pareja. Me enteré por los vecinos, y el proceso de evacuación fue extremadamente frenético”.
Se evacuaron escuelas y centros de salud, y se habilitaron albergues para recibir a los desalojados.
Los incendios se registran apenas dos semanas después de que otro, al que llamaron Franklin, consumiera cientos de hectáreas durante nueve días en la Malibú.
Los meteorólogos han advertido que estas son las peores condiciones para un incendio en más de una década no solo en Los Ángeles, sino en todo el sur de California.
“Son los vientos más destructivos que hemos visto en décadas”, le dijo a la BBC Ariel Cohen, meteorólogo a cargo del Servicio Meteorológico Nacional en Los Ángeles.
“Estamos hablando de vientos de entre 128 y 160 km/h, que han ayudado a que el fuego se propague”, subrayó.
“El escenario es catastrófico”.
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