Con el país haciendo frente a la pandemia de COVID-19, un aspecto en el que hay que mantener la atención durante y después del confinamiento son los posibles efectos psicológicos negativos que pueden desarrollarse en la población. Si bien la etapa de aislamiento ha resultado efectiva para evitar la expansión del virus, también puede ser, en algunos casos, una fuente de estrés.
En 2003, la ciudad de Toronto en Canadá fue golpeada por el SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome por sus siglas en inglés), provocando que cerca de 14,000 personas tuvieran que estar en aislamiento en sus casas. Un estudio sobre el impacto psicológico de esa experiencia mostró que el aburrimiento y la frustración eran las manifestaciones más frecuentes seguidas por la molestia, la soledad y el temor1.
La más reciente publicación del Departamento de Psicología de King’s College del Reino Unido2, en el que se realizó una detallada revisión de investigaciones sobre los impactos psicológicos durante periodos de aislamiento, detalla que en su mayoría los efectos son negativos y pueden incluir el desarrollo de síntomas de estrés post-traumático, ansiedad, depresión, confusión y enojo.
Es muy probable que varios de los efectos nombrados ya los están viviendo en mayor o menor nivel las niñas, niños y jóvenes, para quienes la experiencia de aislamiento ha resultado compleja por la incertidumbre, la separación física, lo nuevo de la situación y el brusco cambio en los hábitos de convivencia que esto ha conllevado, pues diametralmente sus dinámicas de relacionarse y sus rutinas se han transformado.
Conforme han avanzado las semanas de aislamiento se ha vuelto recurrente escuchar: “extraño a mis amigos”, “ya quiero regresar a la escuela”, “¿cuándo podré ir a jugar con…?”, “¿cuándo volveremos al parque?”; en ocasiones estos cuestionamientos van acompañados de rabietas, llantos o gritos.
El enfrentarse a una situación como esta ha generado un ambiente de preocupación, miedo e incertidumbre entre niñas y niños y las manifestaciones naturales de ello se empiezan a observar a través de la angustia, la irritabilidad, el nerviosismo y la poca concentración e insomnio. Cabe señalar que también se presentan en los adultos.
El aislamiento ha aumentado el estrés y la ansiedad en chicos y grandes, y como para muchos ha sido y es difícil manejarlos, es importante implementar acciones para atender, controlar y disminuir sus efectos.
Algunas de las acciones para proteger la salud mental de las niñas, niños y jóvenes que pueden ponerse en marcha durante este periodo de aislamiento y en el eventual regreso a clases son:
La salud mental es sinónimo de bienestar emocional y es un elemento indispensable para el desarrollo de un óptimo aprendizaje, por ello, el reto clave recaerá en las formas de comunicar (nos), escuchar (nos) y acompañar (nos) en cada una de las etapas de este proceso.
Este momento de asilamiento puede ser la oportunidad para las familias de ayudar a cuidar la salud socioemocional de las niñas, niños y jóvenes; que aprendan sobre sí mismos, el autocontrol, la conciencia social, las habilidades de relación y la perseverancia ante las dificultades, y de esta manera, cuando finalice esta etapa, puedan llegar a la escuela listos para aprender.
* Pilar Gómez (@magove7) es coordinadora de Alianzas en Mexicanos Primero.
1 Reynolds, D. L., Garay, J. R., Deamond, S. L., Moran, M. K., Gold, W., & Styra, R. (2008). Understanding, compliance and psychological impact of the SARS quarantine experience. Epidemiology and infection, 136(7), 997–1007.
2 Brooks S., Webster R., Smith L. et al. (2020). The psychological impact of quarantine and how to reduce it: rapid reviwe of the evidence. The Lancet, 395 (10227), 912-920.
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