En México, el derecho a aprender de niñas, niños y jóvenes no se cumple. Cada niña, cada niño y cada joven tiene el derecho de llegar en tiempo y forma a la escuela, permanecer en ella, aprender lo que quiere y necesita, y participar en su proceso de aprendizaje; el Estado está obligado a hacer cumplir ese derecho.
Esto se traduce en que cada estudiante no solo debe ir a la escuela a repetir contenidos académicos, sino que pueda desarrollar todas sus habilidades individuales y sociales. La escuela debe ser el espacio donde niñas y niños se desarrollen, donde convivan, estén protegidos, se sientan seguros, sean felices y aprendan desde lectoescritura y matemáticas, hasta el autocuidado, cuidar a los demás y convertirse en ciudadanos democráticos que aporten a su país.
Y para que puedan ejercer ese derecho desde su nacimiento y a lo largo de toda su trayectoria -independientemente de su lugar de nacimiento o su condición económica- es primordial que cada docente ejerza también su propio derecho a aprender y acompañar a las familias para que participen activamente en el proceso de aprendizaje de sus hijas, hijos, nietas y nietos, así como activar a toda la sociedad para que colabore, defienda y exija.
Pero en la realidad, ese derecho no se cumple. Hay un número todavía no cuantificado de abandono escolar que va desde los 5 millones identificados por una encuesta de INEGI, los 3 millones mencionados por la Secretaría de Gobernación o los 500 mil recientemente reconocidos por la SEP de estudiantes que no volvieron a las aulas en este ciclo escolar que inició, luego de año y medio de clases a distancia. Dichos estudiantes se suman a los que ya han abandonado el sistema en años anteriores. Existen alumnos y alumnas que dejan la escuela para trabajar y obtener recursos, por embarazos adolescentes, por falta de apoyo de sus familias, pero abandonan también -y esta razón me parece la más grave-, porque cuando llegan a cierto nivel educativo ya no cuentan con las herramientas para seguir, las barreras para el aprendizaje y la participación que enfrentan son cada vez más grandes y entonces pierden el interés.
Y quienes se quedan en la escuela no aprenden y mucho menos participan. En el estudio “Equidad y Regreso”, que aplicamos durante el cierre de escuelas, reveló cómo el rezago en lectura y matemáticas afectó a los niños de todas las edades que evaluamos (10 a 15 año). En el caso de lectura se identificó que el 42 % de ellos no pudo comprender un texto de tercero de primaria y el 58 % no pudo resolver una resta con acarreo.
En México estamos lejos de alcanzar la escuela ideal: esa escuela que queremos en la que todas y todos estén, aprendan y participen. Esa escuela en la que niñas y niños indígenas se puedan desarrollar en su propia lengua, y esa escuela que se adapte a las necesidades de niñas y niños con condiciones de discapacidad, y no seamos las madres y padres quienes debamos empeñar recursos y tiempo desproporcionados para que nuestras hijas e hijos se adapten a un sistema que les entrega opciones empobrecidas y recortadas.
Propiciarlo ha sido un camino arduo y en Mexicanos Primero cumplimos 15 años de trabajar por ello. Los logros son muchos, por ejemplo: que el derecho a aprender esté plasmado en la Constitución, que la primera infancia (0 a 3 años) pueda ejercer ese derecho, que maestras y maestros sean reconocidos, ofrecemos evidencia sólida sobre el estado de la educación en México y activamos a la comunidad escolar abriendo espacios para la participación en la política pública educativa, entre otros, pero los retos son enormes y la voluntad de la autoridad no es suficiente para lograr cambiar un sistema con tantos rezagos, en poco tiempo.
Falta un largo camino. Hoy de cada 100 niñas y niños en México, 96 llegan a primero de primaria, sólo 79 entran a la secundaria, 70 entran a bachillerato, pero sólo 57 terminan, y de éstos, únicamente 15 logran llegar a la universidad.
Debemos trabajar por recuperar a esos estudiantes que se han ido y enfocarnos en que, los que sí están en las escuelas, realmente aprendan y participen. Debemos trabajar para que el origen de esas NNJ no sea su destino y que cada estudiante pueda ser la mejor versión de sí mismo.
Trabajemos pues, para que cada niña y niño pueda aprender; no como un favor que recibe del Estado, no como resultado de una promesa de campaña política, y tampoco por nacer con un privilegio diferenciado que se lo permita. Trabajemos todas y todos para que aprendan porque es su derecho, un derecho humano inalienable, plasmado en la Constitución y con la obligación del Estado de garantizarlo.
* Luz Romano (@LromanoE) es directora de Comunicación en Mexicanos Primero (@Mexicanos1o).
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