Recuerdo con claridad que mi papá llenaba el carrito del mandado con botellas de refresco vacías, a las que llamábamos “cascos”, que cambiábamos por cascos de refresco llenos en la tiendita de la esquina. Lo mismo refrescos de cola y de sabores o incluso cervezas, esta era la práctica normal para comprar la bebida preferida.
En ese entonces, mediados de los 70, el único desperdicio generado por consumir bebidas refrescantes era la “corcholata” (tapa elaborada de hojalata) o el vidrio de uno que otro casco roto, que finalmente acababan por reutilizarse. En el restaurante, la taquería, en casa o de visita, e incluso a 10 mil metros de altura en algún avión, el refresco se servía desde una botella de vidrio retornable.
Desde entonces y en los últimos 40 años, las cosas han cambiado mucho: pasamos de las botellas de vidrio retornables, a las botellas de vidrio no retornables, ya con tapa de plástico, y de allí a las botellas de plástico retornables, con una mucha menor vida útil y finalmente a las botellas de plástico desechables.
Y no solo eso. En un lapso apenas de 10 años, dejamos completamente de lado la costumbre de hervir el agua o de adquirir garrafones de agua (por cierto, inicialmente de vidrio), que cambiábamos por otros llenos, para sustituirla por botellas de plástico desechables, en una enorme gama de tamaños y formas. Vaya, se puede saciar la sed desde una pequeña botella de menos de 500 ml, hasta un gran contenedor plástico de 10 lt.
Dejar de cargar botellas de vidrio vacías, poder comprar la bebida preferida sin perder tiempo y asegurar la máxima sanidad del agua que bebemos, se transformó de ser una necesidad a ser el modelo normal de consumo que nos brindó confort y practicidad.
Solo imagine: ¿cuántas personas compran diariamente su agua embotellada rumbo al trabajo, su refresco favorito para el sueño de la tarde, o la bebida deportiva cada vez que acude al gimnasio? Le diré que el número de botellas de plástico que se tiran anualmente en el mundo son suficientes para cubrir la ciudad de Manhattan.
Y si a eso agregamos otros contenedores y embalajes plásticos que se usan una sola vez, incluyendo esos platos, cubiertos, popotes y vasos desechables que se usan en las fiestas, el volumen alcanza para tapar esa y otras ciudades.
Del total de artículos de plástico que se producen en el mundo, el 40% corresponde a embalajes y contenedores que serán utilizados una sola vez, en otras palabras, son plásticos de un solo uso.
Así es, la gran mayoría de los plásticos que desechamos, se encuentran contaminando la tierra y el océano. La cantidad de plástico que llega al mar es proporcional a un camión de basura lleno cada minuto.
Desafortunadamente, cada plástico que es tirado en tierra o en el mar tardará en degradarse unos mil años. Si, leyó bien: la botella de agua, el plato desechable o el paquete de galletitas vacío, permanecerá mil años en el planeta.
La mala noticia es que el reciclaje no es suficiente. Desde que se inició la producción industrial de plásticos en la década de 1950, únicamente se ha reciclado el 9%. En México, únicamente se recicla el 5% de los plásticos de un solo uso. ¿Y el resto dónde está? Deje volar su imaginación: ríos, playas, manglares, bosques, desiertos, selvas, sin olvidar aquellos que tapan coladeras, llenas terrenos baldíos, llenan parques públicos, un sinfín de opciones.
Una buena porción de estos materiales se fragmenta y se convierte en fracciones más pequeñas o incluso microscópicas, llamadas “microplásticos”, que son fácilmente transportadas por aire y agua, y llegan a prácticamente cualquier lugar. Sin darse cuenta, hoy usted estará ingiriendo o respirando un promedio de 5 a 10 gr de plástico semanalmente. Algo así como comer una de sus tarjetas de crédito, cada semana.
Para revertir este proceso decadente que afecta nuestro bienestar, es necesario que sociedad, industria y gobierno asuman realmente su responsabilidad. A las y los ciudadanos, la sociedad en su conjunto, nos corresponde conocer y reconocer que los plásticos de un solo uso deben reducirse y eliminarse paulatinamente de nuestros patrones de consumo. Algunas ideas:
En general, piense en mejorar sus hábitos de consumo e identifique aquellos productos y servicios acostumbrados que finalmente generarán plásticos de un solo uso. Se dará cuenta que hay mucho por cambiar.
Si bien tenemos mucho por hacer, es realmente a la industria y al gobierno a quienes corresponde la mayor responsabilidad para reducir la voraz contaminación por plástico que sufrimos.
En mi próxima entrega, entraremos al complejo mundo de la responsabilidad extendida del productor o importador y de las urgentes reformas que apremian y que pocos legisladores o el gobierno quieren asumir para reducir la crisis por los plásticos de un solo uso.
Por lo pronto, en la cena de hoy, haga una reflexión sobre los plásticos de un solo uso en su vida, en su familia, en su entorno; es un buen comienzo. Pero si decide tener una navidad sin plástico de un solo uso, contagie esa buena iniciativa con los que más pueda.
Aprovecho el espacio para enviar, a nombre del equipo de Oceana, felicitaciones por las fiestas decembrinas y el 2020. ¡Mucha salud!
* Esteban García-Peña Valenzuela es director de campañas en pesquerías en Oceana México, la organización internacional más influyente centrada en la conservación de los océanos, la protección, restauración de los mares del mundo y en cambios de política pública para aumentar la biodiversidad y la abundancia de la vida marina.
Estamos procesando tu membresía, por favor sé paciente, este proceso puede tomar hasta dos minutos.
No cierres esta ventana.
¡Agrega uno!