Ayer me preguntaron si el gobierno debe o no jugar un papel activo en la planeación de nuestras ciudades. Creo que una forma de responder es planteando una comparación injusta pero sugerente: Cuautitlán vs. Vallingby. El primero es un suburbio de la Ciudad de México y el otro de Estocolmo, ambos ubicados a poco más de 10 kilómetros del centro de su respectiva urbe. Para recorrer esta distancia, los habitantes de Cuautitlán pueden tomar el Tren Suburbano, mientras que los de Vallingby abordan el Tunnelbanna, el metro de la capital sueca. Ambos sistemas de transporte fueron construidos cuando el número de autos en estas ciudades era muy comparable: aproximadamente 200 vehículos/1000 habitantes. Ambas inversiones en transporte masivo permiten llegar hasta el centro de ambas urbes en aproximadamente 25 minutos.
Estas similitudes no bastan para ignorar lo obvio: Cuautitlán y Vallingby son abismalmente diferentes. La comparación sirve para ilustrar la forma en que hemos reducido a su mínima expresión la planeación urbana en México. El Tren Suburbano es un proyecto de infraestructura. En cambio, Vallingby es un proyecto de ciudad, respaldado con infraestructura.
Independientemente de su innegable contribución a la movilidad de la capital, el proyecto del Tren Suburbano no ha venido acompañado de un proyecto de regeneración urbana. La estación de Cuautitlán es una fortaleza que aisla al pasajero del entorno que lo rodea. A juzgar por el tamaño del estacionamiento y por la baja calidad de los espacios que rodean la estación, este tren no parece pensado para atraer a los vecinos. La estación de Cuautitlán está rodeada por un enorme terreno baldío, que grita “oportunidad perdida”.
En cambio, el proyecto de vivienda de Vallingby -al igual que el de media decena de suburbios similares- fue desarrollado al tiempo en que los suecos construían el Tunnelbanna. El gobierno adquirió los predios, no sólo para capturar la plusvalía de su inversión en el metro, sino también para proteger el concepto de un suburbio que permitiese vivir-trabajar-jugar. Así, la estación fue diseñada para servir como el corazón de una comunidad, y más de sesenta años después continúa cumpliendo con ese propósito. A unos pasos de la puerta del Tunnelbanna están viviendas y comercio, un teatro y una iglesia, todo conectado por un sistema de plazas y parques públicos. Siempre hay niños jugando y muchas familias.
Si bien quienes viven en Vallingby pueden pagar un auto, no lo necesitan. En cambio, el Tren Suburbano no puede sino reconocer que una parte importante de sus usuarios dependen del auto. Tan es así que el año pasado el concesionario amplió de 246 a 575 el número de cajones en su estacionamiento de Cuautitlán.
Obviamente hay miles de diferencias entre Suecia y México. Sin embargo, una de las más importantes es la manera en que el Estado ha aceptado la privatización y fragmentación de nuestro sistema de planeación urbana. Nos sentimos tan necesitados de grandes inversiones y tan urgidos de resultados rápidos, que nuestras autoridades se conforman con ser simples facilitadores de proyectos privados. Peor es nada, dirán algunos, pero la responsabilidad del Estado trasciende al éxito o fracaso de una concesión o de un desarrollo inmobiliario. Quienes operan proyectos como el Tren Suburbano no pueden normar e incentivar el desarrollo urbano en las zonas que rodean los proyectos de infraestructura, ni coordinar a la multiplicidad de intereses que confluyen en un mismo predio, ni garantizar que todos los actores serán tomados en cuenta. Aún si pudieran, no sería deseable que lo hicieran. Finalmente, los actores privados tienden a priorizar rentabilidad sobre beneficios sociales.
Media decena de ciudades mexicanas tienen en puerta grandes proyectos de infraestructura de transporte. La Secretaría de Comunicaciones y Transportes está licitando la construcción y operación de trenes rápidos que conectarán la capital del país con Querétaro y con Toluca, un tren entre la Rivera Maya y Mérida, una línea de tren ligero para el área metropolitana de Guadalajara y una línea de metro para Monterrey. Otros proyectos están en fase de estudio, como la línea de metro para Chalco-La Paz, al oriente de la capital, o como el tren que promueve el Gobernador de Guanajuato entre León y Celaya, pasando por Silao. La ejecución de estos proyectos de transporte representará un gran logro, que sin duda merecerá nutridos aplausos. Sin embargo, estos proyectos son un medio, y no un fin en si mismos. Es relativamente fácil repetir Cuautitlán. Intentemos un Vallingby.
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