Cada vez que le digo a algún amigo que estudio políticas públicas y planificación urbana piensa que soy arquitecto o ingeniero. Supongo que creen, como muchos, que el planificador es una especie de diseñador glorificado, que desde algún restirador determina por donde deben de pasar las calles y en que sitio deben ubicarse diferentes tipos de edificios. La conversación con ellos es un tanto predecible. Primero dicen “que bueno que estudias eso y apúrate en graduarte, pues es justo lo que necesitamos”, para después afirmar con voz grave y melancólica: “en México las ciudades son un desmadre”.
Y tienen razón, nuestras ciudades son, efectivamente, un desmadre. Solo que no lo son por falta de planes, o al menos no por un déficit de ideas producidas por diseñadores glorificados. Lo que falta, en todo caso, son procesos que permitan al ciudadano común y corriente sentirse dueño de lo que pasa afuera de su casa. Para hacer ciudad ya no basta con tener una visión, sino que es necesario construirla juntos. No basta diseñar, dibujar, calcular. También hay que saber convencer y compensar. Hay que escuchar e incorporar las ideas de quienes piensan diferente, hay que persuadir a los escépticos y entusiasmar a los apáticos.
Hablando de discutir, soy abogado. Cuando digo esto recibo siempre miradas de incredulidad. Segurito piensan que soy como tantos abogados en México que de pronto se transformaron en boticarios. Pero si lo piensan, verán como entre el derecho y la planificación urbana hay muchas similitudes y sinergias. Ambas profesiones parten del reconocimiento de que lo que nos conviene como individuos no necesariamente nos conviene como sociedad. Por ello, ya sea a través de planes o de leyes, de permisos de construcción o de reglamentos, el derecho y la planificación urbana buscan acercarnos a un “deber ser” que nunca alcanzamos plenamente.
Si bien ambas profesiones están centradas en imaginar un estado “mejor” al actual, lo que es ‘mejor’ es siempre ambiguo, y frecuente motivo de controversia. Por ello, tanto el derecho como la planificación urbana son profesiones que requieren prestar gran atención al proceso. Si las leyes son fabricadas por un jurista que no sale de su despacho, encontrará que sus leyes serán constantemente cuestionadas. Igualmente, un plan que no sea validado por la comunidad pasa a ser letra muerta con una velocidad sorprendente, y si no me creen pregunten por aquel plan de construir un formidable Aeropuerto en Texcoco.
El punto es que tras esa máscara técnica, la planificación urbana y el derecho son profesiones con alto contenido político.
Soy abogado, maestro en políticas públicas, y enamorado de la ciudad. Me gustaría que nuestras urbes pudiesen recorrerse eficientemente en patines, o en bicicleta, o caminando, o de perdido en camión. Me gustaría que mis hijos encontraran en la ciudad un espacio propicio para interactuar con extraños. Sin embargo entiendo que el coche es ya una necesidad, para muchos inexorable, que el camión dista de ser la opción más práctica y confiable, y que las calles y banquetas son crecientemente inseguras.
Por ello este blog se llama “Ciudad Posible”. No ciudad modelo, ni ciudad probable. No la ciudad soñada por el experto, pero tampoco la ciudad regida por una inevitable inercia. La posibilidad sobre un futuro urbano alternativo me motiva a escribir, no concebida en forma resignada (“esto es lo que podemos”) sino aspiracional (“aquello es lo que podríamos”).
Me explico con un par de ejemplos:
Frecuentemente, cuando algún gobernante dice que hizo lo posible, más bien se refiere a que hizo lo probable. Pero lo posible, como propongo usar la palabra, implica perseguir una oportunidad que quizá apenas logra asomarse por un resquicio. Lo posible es volar. Lo posible es tocar la luna. Lo posible es curar el cáncer. Lo posible es construir de una manera democrática ciudades sustentables e incluyentes que nos ayuden también a ser mejores seres humanos.
Nadie dijo que fuese fácil. De hecho, lograrlo parece muy poco probable. Entiendo que los intereses particulares y los considerandos de corto plazo tienen un rol importante y legítimo que jugar, y que las respuestas no siempre son obvias, al menos no para todos. ¿Hacemos un distribuidor vial o invertimos en transporte público? ¿Invertimos en parques para niños o en parques industriales? ¿Queremos espacios urbanos abiertos e incluyentes o seguros y exclusivos? Quizá un buen punto de partida sea encontrar un diagnóstico que sí podamos compartir. Y ahí el espacio para el consenso crece: Todos vemos como nuestras ciudades están cada vez más contaminadas, cada vez más congestionadas y cada vez más segregadas socialmente. “Algo” debemos hacer.
Sean pues bienvenidos a este espacio, donde intentaré compartir un poco de lo que leo y veo y pienso en la búsqueda de ese “algo”. Seguramente no encontrarán aquí mucho de lo probable, pero quizá sí un poco de lo posible.
Estamos procesando tu membresía, por favor sé paciente, este proceso puede tomar hasta dos minutos.
No cierres esta ventana.
¡Agrega uno!