Por: Guillermo Blanco
La piel de su rostro tiene la textura de una roca. Es áspera, fría, lejana. No hay mirada, sus parpados son cortina de acero. No se mueve, no respira. Acariciarla es pasar los manos por una tabla de madera, pero alguna vez sobre esa cara hubo sonrisa, mejillas rosadas, alegría; todo eso se fue antes del último aliento y es que a Margarita Santizo, la muerte le llegó antes de morir.
“Me enfermé de estar cargando años de tristeza, rabia y coraje porque el gobierno siempre me engañó. Nunca, nadie buscó a mi hijo, ni la PGR ni la SEGOB ni la Policía Federal. Puras promesas. Hasta con el presidente estuvimos y son puras mentiras. La Policía Federal no busca ni a los suyos, menos a los miles de desaparecidos”, se lee en la manta que cuelga sobre su ataúd color caoba. Margarita ya no tiene voz, pero el grito de desesperación no se apaga. Su protesta sigue y llegó a la Secretaria de Gobernación. Su última voluntad: postrar su féretro frente a este inmueble y hacer saber que aun después de muerta seguirá buscando a su hijo. Esteban Morales, policía federal, 28 años, desapareció en Michoacán, la tierra se lo tragó y ahí comenzó a morir Margarita.
El caso de #TodosSomosAyotzinapa se ha convertido en el combustible que encendió la hoguera y destapó la realidad que muchos no quieren ver: México se ha convertido en una fosa clandestina; hombres, mujeres, niños que no están vivos, pero tampoco muertos. Son los desparecidos. Nombres con apellidos cuyo desenlace no existe. Esta macabra condición revela la sepulcral facilidad con la que “alguien” por “algo” puede acabar con la existencia de una persona sin dejar rastro alguno. El panorama es tétrico; en mayo pasado la SEGOB daba a conocer el número de desaparecidos: 8 mil, cantidad fuertemente criticada y cuestionada por grupos defensores de los derechos humanos. Un mes después se rectificó a 16 mil. Finalmente en agosto de este año la PGR reveló la cifra “oficial”: 22,322 personas no ubicadas. En realidad son 22,322 más 43.
El gobierno federal, la nación, la sociedad se enfrenta ante la peor situación de derechos humanos de la que se tenga memoria. Son miles de familias que se han desbaratado por el cinismo del crimen organizado y la violencia y el cada vez más solido y constante, debo decirlo, debilitamiento de nuestras instituciones carcomidas por la corrupción. Esas 22,322 personas han sido botadas en la bodega del olvido, pero han encontrado en esos 43 jóvenes de una escuela normal rural una mano para salir y gritar que la historia de su vida necesita, exige un desenlace.
Por eso son 22.322 más 43 y entre ellos Esteban Morales, hijo de Margarita. “Mi madre antes de morir, me dijo que la trajera aquí. Me dijo –”llévame, es mi última voluntad, para ver si así se acuerdan que soy Margarita Santizo y ando buscando a mi hijo que es policía federal. Ya no lo voy a ver, pero que quede algo y ¿sabes qué?, para que las demás personas tengan fuerzas de seguir buscando a los suyos, porque son muchos“- afirma la hija de Margarita. Y así sucedió ya no lo vio, ella murió de cáncer hepático. La realidad es que ahora mismo nos reflejamos en el espejo de la barbarie, nos vemos y cuestionamos como es que ocurrió. Es momento de reflexionar y ya no preguntar, sino actuar. No seamos un desaparecido más, no nos sumemos a esos 22,322 más 43. Todos tenemos derecho a que nuestra historia tenga un final.
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