A diferencia de la televisión, en la radio el conductor o la conductora, no se ven. Pueden estar presentes hablando a traves del micrófono con o sin ropa, desaliñados o arregladísimos, de pie o de cabeza; en estricto sentido (aunque esto puede variar ya que ahora las webcam transforman este medio de comunicación). La audiencia entonces construye mentalmente la imagen de quien, del otro lado, le habla.
En los casos en los que la o el conductor de radio no son personajes conocidos por su imagen (es decir, sobre todo porque tengan presencia en la televisión), éstos tienen que esforzarse por ayudarle al escucha a construir una imagen de ellos mismos. Esa imagen se forma mediante modulación, tono, elocuencia, pronunciación, dicción, tesitura de voz, etcétera. Y de manera más profunda, también se forjan las imágenes mentales de los conductores al aire a partir de la propiedad del uso del lenguaje y especialmente de la riqueza y uso del mismo así como de los contenidos que se manejen; de las citas y argumentaciones que se aporten, de los conocimientos que se compartan, de las anécdotas y datos con los que se contextualice un mensaje.
Así, como la “lucha” por cimentar a un personaje en el imaginario del escucha es más compleja y misteriosa desde la radio que de la tele, se habla de la magia de la radio, se es más difícil (a veces más fácil) llegar hasta las emociones y sentidos del otro, de la otra, detrás, solamente, de un micrófono. Y a veces, dependiendo de la maestría de conductores de radio, el arraigo en la otra persona, en la que conforma su público, es mucho mayor que cuando se puede optar por compartirlo con una imagen conocida.
Una palabra en radio entonces puede ser mucho más fuerte que mil imágenes, ¿o no?
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