El aviso me llegó el martes 27 de diciembre. Facebook me notificó a través de un mensaje que alguien les pidió que revisaran mi perfil porque “puede” que no cumpla con sus normas comunitarias. Y me dio de plazo hasta este 3 de enero para comprobar con algún documento que yo soy Mala Madre.
Ese día me permitió usar mi cuenta, pero al siguiente la suspendió. Por lo menos me dio tiempo de contar a mis amigos lo que había pasado y que era posible que ya no pudiéramos seguir en contacto con el perfil que abrí en 2011, desde que empecé a publicar este blog en Animal Político.
Entre el martes y hoy he intercambiado una decena de correos con Facebook, en los que me indicaron que no estaban seguros de que Mala Madre sea “el nombre por el que me conocen normalmente” mis amigos o que me represente como individua, y que sospechaban que se trataba de “una organización, negocio, marca o idea” usada con “fines comerciales”. Argumentos –por cierto– que nada tienen qué ver con la explicación que dieron en 2014 cuando cambiaron su política de identidad y decidieron que ya no permitirían apodos o nombres que no fueran reales para evitar un “mal comportamiento” y crear un entorno “más seguro y confiable” en esa red social. De un teclazo, Facebook eliminó mi existencia en su mundo virtual.
Hasta ahora no ha habido poder humano que los saque de su posición. Al parecer no entienden cómo puedo ser Mala Madre y cómo mis amigos me pueden conocer así. Ni porque les expliqué el trabajo que me ha costado y lo felices que estarían mis hijas de dar su testimonio. Tampoco entienden que va más allá de la identidad y que se trata más que nada de una cuestión de principios. De un statement. Que nadie me paga por ser Mala Madre, que es algo que me sale del corazón. Que mi seudónimo no me hace un personaje anónimo. Que ahí está mi blog y mi participación como periodista en Animal Político. La dirección y el teléfono de la redacción. Pero no, no y no. Lo que me faltaba: que Mark Zuckerberg impugnara mi maternidad.
El tercer correo llegó firmado por un tal Cuauhtémoc y los siguientes ya no, así que tengo dudas si en este tiempo he estado carteándome con un ser humano o con un robot. Y por sus respuestas me late más lo segundo. Primero me pidieron comprobar mi identidad, después la propiedad de la cuenta (a pesar de que nos carteamos con el correo que registré para abrir el perfil) y luego de nueva cuenta mi identidad. Desde el 30 de diciembre no he vuelto a saber de ellos, así que supongo que ahí quedó el asunto. Ya ni siquiera tengo acceso a la fanpage que tenía asociada a mi perfil, ni me dieron alguna otra opción. Bye bye, Mala Madre. Bye bye.
La cuestión es que, como la red social que es, Facebook es un mundo virtual. Y en el mundo virtual yo soy Mala Madre. Twitter, Instagram, Pinterest, Vine. No es la vida real, Mark. No nos puedes abrir la puerta, para cerrárnosla después. Suficiente tenemos con el mundo real para que en el virtual no podamos ser lo que se nos pegue la gana o se nos coarte nuestra creatividad. No todos queremos ser la Lacie Pound de la tercera temporada de Black Mirror, don Mark. Algunos tenemos la fijación de cuestionar las cosas y hasta la mala costumbre de divertirnos, y a ustedes, jóvenes, ya se les olvidó que para policías y políticas represivas mejor se queda uno en el mundo real. Qué nulo sentido del humor.
No soy la primera a la que Facebook le suspende la cuenta y por las razones equivocadas. Y supongo que no seré la última. Mientras tanto le ceden espacio al acoso y hasta a las venganzas de gente ociosa. La persona que reportó mi perfil ha de estar muerta de la risa; que le aproveche. Yo por mi parte me seguiré aplicando, que el mundo de las malas madres no se hizo solo, ni en un día, y necesita harto mantenimiento. Así que ni crean que se librarán de mí, que hay mucha tela de dónde cortar.
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