A doña Concha Moreno (mi abuela, no la tuitera) no le hacía mucha gracia Gabriel García Márquez. Y todo por haber sido capaz de escribir algo para ella tan inconcebible como La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada. Discúlpenla, es comprensible. Sus nietas habríamos podido quemar la casa de habérsenos ocurrido y ella nos hubiera hecho un pastel pal susto.
Hoy tal vez estaría del lado de los que rezongan por la proliferación de anécdotas y fotos de la gente que tuvo la fortuna de conocer a don Gabriel, de escucharlo dar cátedra, de trabajar con él, de tomarse mil selfies, de tener un libro suyo autografiado (o las correcciones del número cero de la revista Cambio) o simplemente de haberse cruzado en su camino así fuera un domingo cualquiera caminando por San Ángel.
Pero doña Concha, igual que García Márquez, ya no está. Nos quedamos los demás. Los que los extrañamos y los que no. Yo tengo nueve años añorando a mi abuela y después de siete días ya añoro también al escritor colombiano. A ella la conocí muy bien por su comida, los cuentos que nos contaba, el amor que nos daba. Al Nobel, sólo por sus libros. Y a ambos les debo que amortiguaran mi adolescencia.
Así que no tengo una foto que mostrarles ni un autógrafo que presumirles, pero a cambio confieso que me ha encantado leer el impacto que este mexicano nacido en Colombia nos dejó a muchos. Y con muchos no me refiero a los que este lunes fueron a hacer su selfie con las cenizas del Nobel en la zona VIP del Palacio de Bellas Artes. Me refiero a los que nos acercaron a García Márquez en casa, en la escuela y hasta en la farmacia de la tienda donde trabajábamos y en cuyo mostrador nos topamos un día con Crónica de una muerte anunciada en su –ahora lo sabemos- edición pirata de la editorial La Oveja Negra.
Así que tranquis. Dice mucho que los mexicanos gastemos más en libros que en alcohol, según nos alegró ayer el día el INEGI con los resultados de su Encuesta Nacional de Lectura 2012. Y si algunos minutos de esas tres horas que decimos dedicar a la semana a hojear y ojear libros fueron provocados en una mínima parte porque desde chiquitos sabemos quién es García Márquez y alguien nos hizo leer alguno de sus libros (así fuera la maestra de Español de primero de secundaria), pues bienvenidas las historias y las fotos y las anécdotas del momento en que nuestra vida cambió porque nos cruzamos con Don Premio, como lo llaman en su tierra.
Bienvenida la pose con el escritor, ojalá se nos pegue algo. Para acercarnos a la lectura, a la literatura, a soñar historias. Para creer que otro México es posible porque sí, hasta eso también dejan los libros y nuestro personalísimo monólogo con los autores.
Eso sí, desde ya les aviso que yo sí espero que cuando ya no esté difundan todas las fotos y las historias de ese feliz día cuando me conocieron y siguieron tan campantes con sus vidas. No me vayan a hacer la cochinada de olvidar escribir un post aunque sea muy breve, que un tuit no se le niega a nadie. Y no duden que todo lo que posteen lo sabrá mi corazón… y mis contactos en Catemaco.
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