La reconocida periodista me miró alzando las cejas. Medio que encogió los hombros y sí, torció la boca. Acababa de contarnos lo orgullosa que está de sus hijos y de cómo los ha sacado adelante ella sola, siendo tan joven. Y que todo se debe a que ha sabido ser su amiga. A mí no me lo dijeron dos veces y que me lanzo con todo y mi bocota. Pos yo soy madre de mis adolescentes, no su amiga, solté.
Debo confesar que me gusta provocar a la gente, pero en esta ocasión en lugar de debate sólo conseguí una mirada displicente y que cambiara de tema. Ash. Cruzar el Atlántico para caer en tierras españolas rodeada de periodistas latinoamericanos e ibéricos, comprobar que los problemas son los mismos en casi todos los ámbitos, y luego no poder discutir el tema que me obsesiona con un buen rioja. Charros. Estoy perdiendo práctica.
Porque a ver, ¿hay un día para festejar a la amiga de los hijos? ¿Algún altar dónde colocar esa fraternidad usurpadora de los derechos y deberes maternos? ¿Algún término altisonante que cale igual de hondo el irrespetar lo sagrado de haberlos gestado nueve meses y la obligación de que nos lo paguen el resto de sus vidas? No, ¿verdad? Ok, me calmo.
Revisemos los argumentos esgrimidos para optar por ser amiga en lugar de madre: a) se les acompaña, b) se les permite desarrollar su talento, c) se les alienta para que sean lo que quieran en la vida, d) está uno siempre disponible para ellos. Y ya.
A estas alturas me queda claro que eso de ser madre tiene hoy muy mala prensa. Porque ahora resulta que no cumplo con todo lo que según yo he estado haciendo en estos 15 años, simplemente porque no me considero su amiga, sino su madre. Úchala. Algo muy mal debemos estar haciendo para que ahora el solo término cause repelús.
Lo que no me queda claro es de dónde salió o por qué es más cool definirse como amiga que como madre. ¿Diferenciarte de la propia progenitora? ¿O distanciarte del Susanita style? ¿De veras es tan terrible el modelo siglo XXI de mamá, papá e hijitos? Ahora hay también mamá, mamá e hijos, y papá, papá e hijas. Y mamás solas con sus hijos y papás solos con los suyos. Y acompañados en segundas y terceras vueltas, con tus hijos, los míos y los nuestros. Y abuelos que se hacen cargo de los nietos. ¿No juegan también a la casita? ¿Están mal? ¿Y ultimadamente, qué hay de tirrioso con jugar a la casita? Y que conste que yo no tengo perro.
Las Susanitas del siglo XXI hemos pasado del galán alto, morocho y sin madre a tener pareja y prole. Y muchas conseguimos ser traductoras de la ONU y científicas y, por qué no, hasta periodistas. Y mientras hacíamos todo esto regresábamos (regresamos) a nuestras casitas a ser madres de nuestros retoños con tiempo de calidad. Qué afán de renegar de nuestra maternidad, justo cuando irrumpimos en la sociedad que volaba a Susanita, ésa que tiene la sartén por el mango, pero ahora de la equidad #AhVedá.
Como bien dice mi madre, algunas no sólo somos madres, sino que además nos sentimos muy madres. Cada vez que alguna de las adolescentes me cuenta que la mamá de fulanita es amiga de su hija, le contesto a mi hija que ella va de gane porque lleva todo el paquete: amor, respaldo, impulso, lealtad, admiración y, por supuesto, el financiamiento económico y emocional para hacer sus sueños realidad. ¿O a qué creen que salimos a partirnos la cara todos los días?
Somos madres de nuestros hijos, nos la rifamos por ellos, no nos quitemos mérito ni reneguemos del apelativo. Y aunque algunas llevemos en el nombre la penitencia, las madres de ahora traemos otro chip y se lo hemos transmitido a nuestros hijos. Los amamos y nos aman, juro por #dior. Así que, de favorcito suyo, dejen de generarnos mala prensa que no lo estamos haciendo tan mal.
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