Ayer por la tarde salí a caminar. Recibo de la tintorería, sombrilla, audífonos, cubreboca; con todo listo me encaminé a recorrer los kilómetros que se dejaran. Este lunes fueron tres, aunque la meta son siete, los necesarios para alcanzar los 10 mil pasos que debería dar todos los días y que desde enero de este año he cumplido en promedio cinco días a la semana.
Según la aplicación de mi celular, en 2021 he dado más pasos al día que en 2020: 8,152 contra 1,534. Es decir, 5.6 km contra 1 km. No está mal, considerando que hubo un día el año pasado que sólo registré 50 pasos. No me juzguen. 2020 me tuvo lo suficientemente asustada como para no salir de casa más que para lo estrictamente necesario.
2021 no me ha quitado el susto, pero con más información sobre la forma de contagio del coronavirus me he aventurado a recorrer las calles de mi colonia: cubrebocas, aire libre, sana distancia. Lo primero que descubrí es lo cerca que tengo todo. Qué vergüenza haber usado tantas veces el coche para recorrer los dos kilómetros que ahora camino para dejar mis camisas en la planchaduría. O el kilómetro y medio que me toma llegar a mi cafetería favorita a la hora en que no hay nadie. O los tres kilómetros de distancia que hay entre mi casa y la peluquería de mis perros. Hacemos ejercicio y regresan guapos y cansados; no sé en qué pensaba cada que sacaba el coche.
En estos seis meses mi récord más presumible es haber descubierto que de mi casa a uno de mis restaurantes consentidos hay exactamente 7 kilómetros. Así que ahora llego en Uber y me regreso caminando sobre la hermosa avenida de los Insurgentes, que en domingo es más hermosa que entre semana porque puedo oír música sin quedarme sorda. Al segundo restaurante cercano a mi corazón puedo ir y regresar caminando para cubrir la cuota, salvo el pequeño detalle de que no sé caminar con la panza vacía. Casi me desvielo, así que no quedó más remedio que cambiar de estrategia.
Lo segundo que descubrí es la cantidad de cafecitos, podólogos, tintorerías, salones de belleza, heladerías, tlapalerías, panaderías y taquerías que hay por mi zona. Los cafecitos y las panaderías ya casi me las peino todas y he de reconocer que no sé cómo he podido vivir sin pan de nube y en general todo lo hecho con masa madre. Me han acostumbrado a lo mejor y ahora me mantienen así, negocitos de mi barrio.
Mi tercer descubrimiento es de un placer inconmensurable: hay escobillones y árboles de flores hermosas por doquier. Así que con autorización de @wonder_m_r, mi nuevo propósito es salir con mis tijeras de poda para expropiar piecitos de algunos arbolitos que se verán preciosos reproducidos en el camellón de mi cuadra.
Caminar se ha vuelto un placer que aún no entiendo cómo no hice antes. He tenido caminadoras y escaladora, pero no se compara con la sensación de libertad que da el frescor de las 5 de la tarde. O tempranito, cuando apenas se asoma el sol. Hasta con llovizna es disfrutable, pero necesito tenis impermeables. Empecé de a poco y ahora siete kilómetros son pan comido que se han convertido hasta en 12. Si 2020 me lo pasé en la azotea de mi edificio, 2021 lo he caminado. Dice mi madre que de lo perdido lo encontrado, pues lo que venga que me encuentre andando.
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