Empiezo el año con mi tercera graduación en puerta. Es decir, si todo sale como esperamos, la big sister concluirá secundaria en junio próximo y pasará a prepa en agosto. Eso nos pone a los padres en el predicamento de organizar la fiesta de despedida de los chicos. Otra vez. De las dos experiencias que tuve en primaria con cada una de las hijas, digamos que vamos tablas. No obstante, en esta tercera versión constato que como sociedad a los mexicanos nos cuesta mucho trabajo no recaer en nuestro pasado autoritario. Una y otra vez volvemos a las andadas, pues.
Veamos. Ya hubo un acuerdo mayoritario sobre concepto, presupuesto y lugar para la fiesta, pero sólo después de un planteamiento inicial en donde un comité organizador autodesignado informaba de manera unilateral lo que se iba a hacer y cuánto dinero se iba a dar; de un posterior intercambio de correos preguntando a quién se le había consultado, y, por fin, de una reunión donde se pudo hablar ampliamente del tema con los padres asistentes, la mitad del total involucrado.
La mayoría presente decidió apoyar la propuesta planteada por el comité organizador, que pasó entonces de la autodesignación a la oficialidad. Perfecto. Este es el ideal a alcanzar en todos los niveles, desde las reglas en casa para salir de fiesta, hasta el debate en el Congreso para intentar arreglar lo que hacen mal cada periodo ordinario de sesiones. O debería.
El problema es lo que está en el fondo. En muchos de nuestros vecinos aún priva esta idea de ‘si yo tomo la batuta, yo decido, porque nadie más la tomó”. Porque claro, como es muy engorroso considerar la opinión de 45 papás y mamás, entonces mejor les decimos qué hacer. Y para qué preguntar a los jóvenes qué quieren ahora, si ya les preguntaron cuando tenían 12 años e iban en sexto de primaria y la fiesta quedó tan bonita. Y ya ni hablar del ultimátum donde se dijo claramente ‘esto es lo que hay, si ustedes deciden que quieren otra cosa entonces la escuela se mantiene al margen y no pueden usar sus logos’. Algo así como ‘y ni se les ocurra decir que es la graduación del colegio porque nosotros ya no estaríamos participando en ello’. Yo les hubiera tomado la palabra, pero la mayoría presente quiso otra cosa. Y ni hablar, así es la democracia.
Lo que me salta cada vez que me encuentro en este tipo de situaciones es lo natural que para algunas personas resulta todavía hoy el autoritarismo. ¿Qué hay de malo con la propuesta presentada?, preguntaba una mamá a quien, al parecer, no le causa problema que ésta se diera por hecho, sin preguntar a los demás adultos qué pensábamos ni a los chicos qué querían.
Pero el miedo que le tienen a la disidencia y al debate merece mención aparte. Es que ustedes, adultos argüenderos, estresan a los chicos con su pleitos. Pleitos, dijeron. No inconformidad, no inquietudes legítimas, no planteamientos válidos. Aún no me queda claro si entendieron las razones de la resistencia, pero por lo menos agradezco que la lluvia de correos intercambiados haya provocado que buscaran un mejor presupuesto y un concepto intermedio para que adultos y jóvenes tengan la fiesta que anhelan y todo mundo esté contento. Espero.
Lo que sí desalienta es la poca participación. Finalmente, para que exista alguien autoritario debe haber otro que acepte su autoritarismo. Para que uno tome el control debe haber dos, tres o más que lo cedan. Muchos papás no tienen horarios de trabajo flexibles para asistir a este tipo de reuniones, pero algunos se tomaron la molestia de mandar por correo su punto de vista. A otros ni les interesa el tema. Ay, es sólo una fiesta. Para qué andar de chimiscoleros perdiendo el tiempo en un tema tan menor, cuando se tienen cosas más importantes qué hacer. Si alguien hace el trabajo por mí y no me molestan, yo desde ahorita voto sí.
Es válido, pero tiene sus costos. El principal: perpetuar un estado de cosas que nos tiene atolondrados como país. Parece algo muy simple, pero por la organización de la graduación se empieza. Y luego nos preguntamos por qué los legisladores no pueden debatir con sustento y llegar a acuerdos para tomar decisiones que impactan a todos, por qué no se sienten obligados a rendir cuentas y por qué son los primeros en evadir impuestos. Alguien ya mencionaba que nuestros representantes y funcionarios públicos sólo son mexicanos con poder. Pues eso. Empecemos a cambiar “lo mexicano” para que cuando estemos en una posición de poder, así sea como integrante del comité organizador de la graduación de secundaria, lo ejerzamos pensando en los demás, en el beneficio común. Lo que se entiende por democracia, pues.
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