Crecí con perros en casa. Tuvimos Campeón 1, Campeón 2, Buster y Kimba. Los dos primeros completamente callejeros, el tercero una cruza de pastor alemán con callejero y el último un precioso animal que nos dijeron que era cocker spaniel y ahora descubro que era más parecido a un cavalier king charles spaniel. Tenían suficiente espacio en el patio y jamás metieron una pata en la casa. Lo más que llegué a hacer por ellos fue bañarlos y, de vez en vez, recoger sus heces. No recuerdo una visita al veterinario aunque supongo que mi madre tenía en regla sus vacunas. A excepción de Kimba, atropellado por el vecino, los otros tres murieron de viejos.
Desde que salí de casa de mis padres a mediados de la década de los 80 no se me ha vuelto a antojar tener una mascota. Ni perritos, ni gatitos, ni pajaritos, ni nada que se le parezca. El hecho de vivir en departamento y que pasara mucho tiempo fuera de casa –primero cuando estaba en la universidad y después cuando empecé a trabajar– conjuró cualquier idea que pudiera surgir al respecto. Ni se me ocurrió, pues.
Luego me arrejunté con el marido y nacieron las hijas. Y qué les cuento. Durante los últimos, digamos, 12 años, he resistido el embate familiar y de las escuinclas por tener una mascota. Mi hermana mayor y su esposo me hicieron la porquería de regalarles una tortuga sin nuestro consentimiento (aún así los quiero, eh). El resultado fue desastroso: no sobrevivió a un fin de semana en Acapulco, en el cual pensé irresponsablemente que si le dejaba comida suficiente con eso bastaba. Tuvimos que contar a las hijas que había tratado de alcanzarnos en el viaje y que había preferido el solecito. Ajá. ¿Ya ven por qué mi reticencia a tener mascotas? #NoMeAcusenDeMaltratoAnimal
Pues las adolescentes han redoblado sus esfuerzos por convencerme y los últimos seis meses han estado insistiendo con un perrito o un gatito, en franca confabulación con nuestros amigos con mascotas. Mira qué lindos, má, te vas a enamorar. Pos si no es el desamor lo que me detiene. Es la friega. Nomás de pensar en la batalla diaria para que recojan sus trastes y los laven, no quiero imaginarme lo que va a implicar atender a un cachorrito. Sí, hoy me bajan el cielo y las estrellas, pero conozco a mi gente. Es simple aritmética: ¿quién trabaja en casa y pasaría mayor tiempo con la mascota de los sueños? Ajajá. Así que me niego, me niego y me niego.
¿Y si es un gatito, má? Cuarón, Uma o Tarantino ni lata te van a dar. Tú en tu espacio y él o ella en el suyo. Nosotras cambiamos la arena. Le servimos su comida. La educamos para que no destroce tus muebles. Aspiramos sus pelos. Mira las caritas, ¿no son un amor? Maaaaaá…
Ora que pensándolo bien, ya necesito cambiar de muebles. Y si van a aspirar los pelos, pues se podrían seguir con limpieza profunda de sala y cuartos. Y si hay que limpiar la caja de arena, pos que se sigan con el baño… #AySíAjá #OKya
Conozco de sobra los argumentos a favor de las mascotas. [email protected] [email protected] aprenden a ser responsables, a ser pacientes, a tener empatía. Se refuerza en ellos la confianza y la autoestima, la socialización, la expresión de emociones y afecto. Mejor todavía: ¡se mueven! Esa actividad física tan indispensable en estos días… Y sí, la mera verdad son relindos, muy buenos compañeros. No te hacen caras, ni te voltean los ojos, ni te azotan la puerta porque no les diste permiso de ir a la fiesta, ni se enfurruñan porque no hay ropa nueva cada quincena, ni amenazan con que quieren permiso de conducir a los 16… ¡Hey, esperen!
En todos estos años me ha ganado el pragmatismo, pero no se cuánto tiempo más defienda la plaza #GraciasAmigosQueNoEstaránCuandoEmpieceEldebatePostMascotas. Sobre todo si los tres de casa me echan montón y bombardean mis redes sociales con fotos así. Ay, mireeeen, díganme si no son unos lindos <3
Will you just read me one more chapter? pic.twitter.com/DttN9sY757
— Cute Emergency (@CuteEmergency) julio 28, 2014
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