La casa donde viví los primeros 10 años de mi vida se encuentra en el centro de la ciudad de Minatitlán, en Veracruz. Todos los años, a finales de agosto y principios de septiembre, las calles de esa zona se inundaban por la temporada de lluvias y el desbordamiento del río Coatzacoalcos. Centenas de familias teníamos que salir literalmente en lancha con las pocas pertenencias que alcanzábamos a rescatar, rumbo a la solidaridad de familiares y amigos.
Esas fechas eran especiales no sólo porque la chiquillada brincábamos de gusto en cuanto empezaba a llover, sino porque una década de cumpleaños la pasé entre el agua. De tal tamaño era el previsible desastre anual , que las casas más cercanas a la orilla del río -a unos metros del malecón- eran construidas sobre palafitos. Sí, esas largas columnas de madera o cemento que las elevaban por encima del agua, como si estuviéramos en la prehistoria y las ciudades desconocieran los sistemas de drenaje y las elementales reglas de protección civil.
En esos momentos de crisis, pérdidas económicas y proliferación de infecciones, no recuerdo una sola acción por parte de las autoridades locales para ayudarnos a salir o darnos refugio, ya no digamos para prevenir que el desastre se sucediera año tras año. Ni una sola visita antes o después. Dice mi madre que eran épocas en las que te podías ahogar y ni quién se preocupara. No parece que la situación haya cambiado mucho, tampoco. Adivinen cuánto tiempo pasó para que las autoridades decidieran que no estaba nada bonito que el centro de la ciudad, con negocios, el mercado principal y miles de personas viviendo ahí vieran su cotidianidad afectada por la “inesperada” temporada de lluvias.
Pues hace apenas tres años que el centro de mi ciudad natal dejó de inundarse. Y lo único que hiceron fue pavimentar y poner drenajes más o menos decentes. Nada misterioso ni fuera del presupuesto, que para eso pagan sus impuestos la ciudadanía y PEMEX, la empresa de la que viven mis paisanos.
Antes de mi décimo primer cumpleaños nos mudamos a tierras más altas y no había vuelto a pasar por una situación de emergencia hasta ayer, que el huracán Sandy nos dejó varados a mi marido y a mí en la ciudad de Nueva York. No cometeré la grosería de comparar el ayuntamiento de Minatitlán con la alcaldía de Mike Bloomberg, ni las lluvias de agosto con Sandy, pero sí quiero resaltar los recursos que nos podemos ahorrar los contribuyentes gracias a una cultura de la prevención y al hecho de aprender de los errores.
Independientemente de las medidas instrumentadas a nivel nacional por el presidente Barack Obama, ante la magnitud de las ciudades afectadas, los alcaldes de Nueva York y Nueva Jersey se dedicaron todo el día de ayer a informar a la población sobre lo que se tenía que hacer, a ubicar refugios y a evacuar a la gente en riesgo. El hotel donde estamos hospedados elaboró una lista de posibles alojamientos a dónde cambiarnos de ser necesario (por si alcanzaban a llegar más viajeros) y Delta Airlines, la aerolínea con la que compramos los boletos para el vuelo que comparte con Aeroméxico, nos reservó automáticamente asientos en un nuevo vuelo en cuanto se canceló el que teníamos previsto para este lunes. Ni siquiera hubo necesidad de llamar, bastó con checar en Internet el estado de nuestra reservación.
En contraparte, lo que vivimos del lado mexicano es de pena ajena. Para empezar no entiendo cómo Aeroméxico puede cobrar 50 por ciento más caro el boleto para un mismo vuelo que comparte con Delta. Y por qué tiene uno que hablar y pelearse con los empleados para que te reserven asiento en otro vuelo. Y mucho menos entiendo por qué lo primero que te especifican cuando solicitas información es que aún cuando se trate de un huracán, el cambio implica un costo extra. Delta no nos cobró un solo dólar adicional.
No es un asunto de paises desarollados y poderosos, es planeación y hasta sentido común. Y un tema cultural, sin duda. Las inundaciones anuales de mi ciudad natal eran totalmente previsibles y prevenibles, sólo que a ninguna autoridad le había causado problema que la población resultara damnificada, hasta que empezaron a perder votos. Tal vez, espero que así sea. Finalmente la única manera que tenemos los ciudadanos de hacer valer nuestros derechos es el poder de retirarles nuestro apoyo. O así debería de ser.
Aunque ayer en Nueva York la información se reiteró hasta el hartazgo, con sucesivas conferencias de prensa por parte de las autoridades responsables, preferible el exceso que la ausencia. Siempre saldrá más barata la prevención y hacer el trabajo por el cual se les paga, que dejar a la gente a su propia suerte. Es una obviedad, pero en México pululan muchos personajes con poder y que manejan nuestro dinero, que todavía no lo entienden.
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