Tengo la mala costumbre de no quedarme callada. Y digo mala, porque no siempre me resulta positivo ir a todas las que se me presentan. Pero es que de veras, no puedo. Empieza con una sensación en el estómago, con ese calor que sube por mi cuerpo hasta llegar a la cabeza y que necesita una salida, externarse invariablemente en forma de un argumento que exprese mi inconformidad so riesgo de engusanarme, como sabiamente advierte mi hermana mayor.
Pero no siempre he sido así, palabra. Esto tendrá, digamos, los últimos 15 años. Será que cuando era joven se me resbalan más las cosas que ahora o sentía que nada me detendría. Ya que lo pienso, desde que nacieron mis hijas me ha dado por andar de respondona. Seguro mi padre ha de tener otra opinión, pero mi estado actual no tiene nada que ver con mi rebeldía adolescente. Ya sea la imposición de una fiesta de graduación, la junta de vecinos donde los tres de siempre se niegan a pagar el mantenimiento, o la última declaración de mi gober precioso y gabinete que le acompaña, estilo “si se sienten inseguros, pues consíganse un perro y un candado”, que con eso tengo para que se haga de mulas Pedro. Qué ganas de dar cuerda, chihuahuas.
Viene entonces la parte donde yo impugno lo que en mi opinión no es correcto, considero una injusticia o se trata ya de plano de un franco desafío cínico de quien se conduce con autoritarismo, para que el impugnado invariablemente responda “aaaaay, la doña pleitista a fregar otra vez”. Juro que no soy contreras. No se rían. De veras. Pero es de psicoanálisis lo que una gran parte de nuestra sociedad entiende por diálogo y negociación, ya no digamos respeto a la posición del contrario. No hay tal. Con lo que me he topado es un “estás conmigo o contra mí, porque yo sé lo que es bueno para todos”. O ya descaradamente con un “se hace lo que yo digo, porque es lo que a mí me conviene”. ¿Les suena?
Disentir es considerado un sinónimo de ganas de fregar y la defensa de una posición o un derecho se traduce en pleito. El debate no se concibe porque ello implicaría escuchar al contrario, considerar sus razones y ceder en algo para llegar a un acuerdo. No señor, dónde se ha visto.
No nos quedemos con las ganas y aprendamos a debatir, para que no nos vuelva a pasar esto ¬¬ Foto: Cuartoscuro
En la más reciente inconformidad que protagonicé, mi hija me reclamó el por qué siempre hago pleito. Traté de explicarle que defiendo un principio: ése con el cual se consideran las necesidades y los puntos de vista de los directamente involucrados en las decisiones que se toman, ya sea en la familia, la junta vecinal, la escuela, la ciudad o el país. Estamos demasiado acostumbrados a que se nos impongan las cosas y nosotros ni chistamos. Por no pelear. Por no hacer dramas. Por no crearnos mala fama. Para qué perder el tiempo. Para qué si de todas maneras un solo inconforme no consigue cambiar las cosas.
Pues yo digo, por lo menos que me consulten. Por lo menos que se escuche mi voz. Por lo menos que lo piensen dos veces antes de hacer su santa voluntad, porque saben que habrá alguien que va a protestar y la va a hacer de tos si no preguntan qué opinamos los afectados con las decisiones que unos cuantos ya tomaron. Tal vez eso haga que más gente se anime a decir si lo anunciado le conviene o no, no con ánimo de ir en contra de todo o de todos, sino de alcanzar entre los involucrados el punto medio que beneficie al mayor número de actores posibles. Ya sea para los arreglos que necesita el edificio donde vivimos, las políticas públicas de la ciudad que habitamos o las reformas que #dicen están moviendo a México.
Mi adolescente mayor tomará este año un curso de debate en la escuela donde estudia. Enhorabuena. Espero que refuercen lo que he tratado de enseñarle en casa: que se puede disentir, argumentar y dialogar sin que eso signifique declararse la guerra. Que si uno va a pagar los platos rotos de las decisiones tomadas, tenemos derecho a exigir que nuestras propuestas y puntos de vista sean considerados. Que ese grupo de jóvenes entienda que nunca será mejor un mal arreglo que un buen pleito, en esa concepción tan mexicana de no hacer olas. Pues así nos ha ido, eh.
No sé ustedes, pero yo ya me cansé de que otros decidan lo que más nos conviene sin conocer siquiera nuestras necesidades. O sin importarles. O porque les vale. Pues eso.
Estamos procesando tu membresía, por favor sé paciente, este proceso puede tomar hasta dos minutos.
No cierres esta ventana.
¡Agrega uno!