Han pasado cinco semanas desde la última vez que los estudiantes pisaron sus aulas. De haberse cumplido los pronósticos del gobierno federal, el pasado 18 de mayo regresaría a clases presenciales aproximadamente un 15% de los alumnos y el resto lo haría en la primera semana de junio. Sin embargo, después de que 13 estados declararan el cierre de sus ciclos escolares a distancia, el secretario de educación anunció que las escuelas no abrirían hasta que sea seguro. Hasta ahora 27 gobernadores han declarado que los ciclos escolares en sus entidades concluirán a distancia, con la posibilidad de reanudar clases en agosto o septiembre dependiendo de cómo evolucione la pandemia del COVID-19. La pregunta central aquí es: ¿en verdad estamos cerca de contar con los elementos y condiciones para regresar de manera presencial a la escuela?
La verdad es que no. Si el escenario previsto por el secretario de educación federal hubiera ocurrido, habríamos recuperado entre cuatro y seis semanas de clases presenciales —funcionales, sólo para calificar— pero bajo condiciones sumamente riesgosas, que se enuncian a continuación:
1. La infraestructura de las escuelas no garantiza las medidas básicas de higiene y de sana distancia. Asegurar el lavado de manos es un reto para al menos 20% de los planteles de educación básica donde no hay acceso a agua potable. A eso hay que añadir un 32% de las escuelas, donde el acceso a este servicio sólo está disponible un par días a la semana y 23%, donde sí tienen agua para el lavado de manos, pero se encuentra en tambos u otro tipo de contenedor, con los riesgos sanitarios que eso implica (ECEA, INEE). Sumemos a esto, la disponibilidad de jabón, gel antibacterial y demás requerimientos sanitarios que suelen ser escasos en las aulas y los requerimientos materiales adicionales para desinfectar al inicio y de manera periódica los 265,277 planteles de todos los niveles educativos que constituyen el sistema educativo nacional.
Por otra parte, por las dimensiones de las aulas asegurar la distancia mínima de 1.5 metros implicaría activar clases con solo 10 o 15 alumnos por grupo. Esto conllevaría a: a) disminuir contenidos curriculares para poder alternar clases; b) intercalar días de asistencia y muy probablemente ampliar el número de escuelas con doble turno; c) flexibilizar horarios de entrada y de salida; d) mantener estrategias a distancia, incluyendo estrategias para evitar la aglomeración de pasillos y patios escolares y e) acondicionar espacios para retener a los alumnos que llegarán a presentar síntomas.
2. Considerando su edad, sexo y enfermedades crónicas (por ejemplo, diabetes), entre 20 o 30% de los docentes corren un alto riesgo de tener complicaciones en caso de enfermarse de COVID-19. Por ende, con el fin de preservar su salud estos docentes deben continuar con las medidas de reclusión establecidas por el gobierno federal, desarrollando contenidos educativos de manera virtual. Así, el sistema tendrá el reto de canalizar recursos suficientes para la contratación de docentes interinos que cubran a sus compañeros en riesgo. A esto sumemos, el reto de dar capacitación a docentes y directivos para manejar las medidas de salud e higiene de ellos y de sus alumnos al regreso a clases.
3. Una severa restricción presupuestal para garantizar las condiciones de sanidad para el regreso a clases. Va a costar mucho dinero acondicionar las escuelas para cumplir los protocolos de salud y atender las necesidades de personal docente, directivo y/o de salud para el regreso a la escuela de los 36 millones de estudiantes y garantizar al menos 10 medidas para después del regreso a clases, que ya hemos comentado en este espacio. Programas como La Escuela es Nuestra apenas cubre el 13% de las escuelas de educación básica de todo el país y los programas que podrían apoyar en este momento, como Escuelas de tiempo completo; Capacitación docente; Apoyo a aprendizajes y habilidades socioemocionales y otros tres programas para mantenimiento de infraestructura, han venido enfrentando en los últimos 2 años severos recortes y representan menos del 5% del presupuesto educativo.
A lo anterior, sumemos la lamentable decisión del gobierno federal publicada como decreto en el Diario Oficial de la Federación hace 3 semanas, en el que instruye a las dependencias federales a implementar un recorte del 75% en las partidas de servicios generales y materiales y suministros. Ello implicará que instituciones como el Conalep o el Colegio de Bachilleres no cuenten con recursos suficientes para el mantenimiento de sus planteles y pueden llegar a tener dificultades del pago de servicios básicos como el agua y la luz. Bajo estas circunstancias ¿cómo se podrán tener los recursos necesarios para la sanitización de los planteles y los suministros de salud necesarios en los planteles para garantizar condiciones de mayor sanidad y seguridad para regresar a clases presenciales?
Si se tomara con seriedad la medida de reorientar recursos a programas no prioritarios en este momento —como los otorgados a educación física— se podrían aminorar los efectos negativos de la pandemia sobre la educación. De cualquier forma, necesitamos urgentemente más recursos, tanto de parte de la federación como de los estados para enfrentar los retos educativos derivados del COVID-19. De no lograrse mayores presupuestos de emergencia ante esta situación, ¿quién cubrirá los servicios necesarios para la eventual reapertura de las escuelas públicas en el país? ¿Las madres y padres de familia?
¿Qué podemos aprender de otros países que ya regresaron a clases?
Más de 15 países en el mundo han iniciado el regreso a clases, después de transcurrir 90 días, en promedio, desde que registraron el primer caso de contagio por COVID-19. Aún no hay directrices contundentes para manejar el regreso a clases, pero de la experiencia de estos países podemos obtener estas cinco reglas, asumiendo que la seguridad y salud de los estudiantes y de toda la población escolar es lo prioritario:
¿Quién va primero a las aulas?
Lo que genera mayor preocupación son las posibles afectaciones a la salud de los niños en caso de infectarse con el virus. Hasta ahora sabemos que los niños y jóvenes menores de 20 años, tienen —relativamente— poco riesgo de desarrollar la enfermedad en condiciones de gravedad1 (aunque todos los días se publican nuevos descubrimientos sobre el virus, como por ejemplo el virus asociado a la enfermedad de Kawasaki). Pero hay otro factor a tomar en cuenta: la alta capacidad de transmisión intergeneracional, pues existe evidencia que sugiere que los niños son transmisores asintomáticos2. Exponer a los niños sin las medidas adecuadas es también exponer a sus familias y a sus docentes, lo que a su vez multiplica los riesgos de contagio entre los miembros de la comunidad escolar.
Sin tener evidencia concluyente sobre los riesgos que implica abrir las escuelas, los países tantean con prudencia la estrategia para reabrir los planteles escolares. Por ejemplo, se promueve el regreso escalonado a las escuelas, pero la prioridad que se otorga varía en cada uno de los países. Así, teniendo como condición el bajo nivel de contagio de una localidad en particular, se han establecido estas diferentes priorizaciones:
¿Qué medidas de salud e higiene se pueden adoptar?
En otros países las medidas de sanidad han sido diseñadas y aplicadas con varias semanas de anticipación, incluyendo el diseño de protocolos de cada escuela para obtener el permiso de abrir sus instalaciones, simulacros con docentes y personal escolar para identificar áreas de oportunidad en el funcionamiento de sus protocolos, como aglomeraciones en espacios comunes, tipo bebederos, baños, pasillos o comedores y capacitación de docentes y directores para implementar las medidas al regreso a clases. Al entrar al plantel se incluyen medidas como: control de temperatura; uso de cubrebocas obligatorio; distribución de gel antibacterial y lavado de manos al menos cada hora. Asimismo, se ha dispuesto de espacios de aislamiento designados en cada plantel en caso de detectar un caso sospechoso de COVID-19. También se han afinado las comunicaciones entre las escuelas y los centros de salud a los que deben contactar en caso de una situación de sospechoso o enfermo confirmado en la comunidad educativa.
Por otra parte, se observa una reducción a menos de la mitad los grupos con clases de máximo de 15 estudiantes. Se están flexibilizando los horarios de clases, modificando los calendarios escolares, reduciendo los contenidos curriculares y se mantienen activas en varias localidades las estrategias en línea, para continuar clases con docentes vulnerables. Actividades que impliquen aglomeraciones como juntas, actividades culturales, entre otros han sido suspendidas hasta nuevo aviso. Otro reto es coordinar los descansos entre clases de los alumnos o el uso de las cafeterías, los cuales pueden alternarse entre los grupos de las escuelas y definir áreas específicas de consumo de alimentos donde se pueda guardar la distancia.
Para atender la emergencia con miras de largo alcance, diversos países están invirtiendo en el desarrollo y consolidación de estrategias de aprendizaje en línea (equipos, conexión por internet y televisión educativa, capacitación docente, etcétera) para consolidar su posición ante los siguientes desafíos educativos. Varios retoman las advertencias de la Organización Mundial de la Salud y de sus autoridades nacionales de salud de que esta pandemia se desarrollará por olas y que, por tanto, en algún momento del otoño-invierno es muy probable observar una segunda ola de contagios. Para entonces es imprescindible que el sistema educativo nacional esté mucho mejor preparado que lo observado en estas semanas ante el primer brote.
Lamentablemente el contraste entre las condiciones estructurales del sistema educativo, los recortes presupuestales instruidos y los requerimientos para tener los mejores elementos posibles para un regreso a clases presenciales con mayor certidumbre y las medidas de higiene máximo posibles, sugieren aún un camino largo por recorrer en nuestro país. Los próximos meses son clave y la urgencia de acelerar esfuerzos es mayúscula. La factura por la dilación de las acciones de la autoridad la están pagando esta generación de niños y jóvenes que tratan de dar cierta continuidad a la escuela desde sus casas.
Estamos ante una verdadera crisis educativa por la COVID-19 que demanda liderazgos públicos y sociales para sortearla. Las omisiones y el abuso presupuestal del pasado junto con las ocurrencias y el malgasto del presente están siendo muy onerosos en esta crisis. Ante ello la indolencia y la impasibilidad son inaceptables, pues son la ruta a un deterioro educativo mayor. Exigir a nuestras autoridades acciones bien encaminadas a partir de la evidencia, con las que le hablen con la verdad a la sociedad del tamaño del reto que tenemos enfrente y el desarrollo de una empatía común para entender estos desafíos y enfrentarlos juntos, son esenciales para delinear el camino a la reconstrucción del sistema educativo. De forma que, cuando eventualmente se reabran las aulas, éstas sean espacios donde las lecciones que se compartan con los estudiantes sirvan verdaderamente como palanca del desarrollo, motor para la movilidad social y permitan mejores condiciones para la sociedad mexicana.
* Laura Noemí Herrera (@Lau_Herre_ra) es investigadora de la Iniciativa de Educación con Equidad y Calidad del Tec de Monterrey e investigadora asociada de México Evalúa. Marco Antonio Fernández (@marco_fdezm) es profesor-investigador de la Escuela de Gobierno del Tec de Monterrey donde coordina la Iniciativa de Educación con Equidad y Calidad e investigador asociado de México Evalúa.
Fuentes consultadas:
1 Sin embargo, hay que considerar las complicaciones que podrían tener para el caso mexicano, considerando: 1) La obesidad infantil (México ha reportado en el año 2016 una prevalencia combinada de obesidad y sobrepeso del 33,2% en niños) y la diabetes infantil (hasta 2017 había aproximadamente 800,000 menores de 18 años con diabetes).
2 Algunas de las fuentes consultadas sobre este punto son las que se enlistan a continuación: a) The role of children in the transmission of Sars-Cov2; b) Juanjuan Zhang et al. “Changes in contact patterns shape the dynamics of the Covid19 outbreak in China”; c) Perri Klass “Rethinking the Covid-19 in children”; d) PBS-News Hour Why does COVID-19 appear to cause inflammatory response in some children?; e) Anlysis of sars-cov-2-viral-load by patient age.
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