En últimas fechas tanto en nuestro país como en varios países de Latinoamérica se habla de “los cuidados” y la imperiosa necesidad de reconocer, redistribuir y reducir este trabajo que en su mayoría es realizado por mujeres que no reciben remuneración económica alguna. El trabajo de cuidados se ha incrementado de forma desproporcionada durante la pandemia al ser los hogares, y en ellos las mujeres, quienes a través de nuestros tiempos y nuestros cuerpos hemos amortiguado la crisis económica y la pandemia: nos hemos tenido que hacer cargo ya no solo del trabajo de cuidados en el hogar, sino de forma simultánea hemos tenido que hacerla de maestra con la escuela en línea, de enfermera al postergarse los servicios médicos o atender a las personas contagiadas o en convalecencia por la COVID-19, además del empleo en el caso de aquellas que sumaron el teletrabajo en casa.
Ahora ya sabes por qué terminamos exhaustas todos los días y eso que “solo nos quedamos en casa”, por lo que vale la pena recordar que el trabajo no remunerado de cuidados en los hogares representó el 22.8 % del PIB en el 2019, porcentaje aún mayor que el representado por el comercio, la industria manufacturera y la inmobiliaria en nuestro país, y que el trabajo no remunerado de los hogares destinado a la prevención, cuidado y mantenimiento de la salud representó 27.3 % del PIB.
Los cuidados en nuestra cultura se han feminizado, es decir, se piensa que las mujeres somos quienes tenemos que realizarlos solo porque somos mujeres, porque hay un vínculo familiar o de afecto con la persona que requiere cuidados y esto debe ser suficiente para enfrentar la carga y sobrecarga de los cuidados. Es importante señalar que los cuidados pueden analizarse desde dos dimensiones: la intangible, que implica afectos relaciones personales y disfrute (cuando no hay sobrecarga), por lo que toda persona más allá de géneros y generaciones debe tener el derecho y la oportunidad de cuidar y recibir cuidados, pero que desgraciadamente nuestras leyes y cultura perpetúan el mandato de género “a cuidar” para las mujeres y a “no cuidar” para los hombres.
En su dimensión tangible queremos abordar el concepto de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) que señala: “Todas las actividades realizadas por personas de cualquier sexo y edad con el fin de producir bienes o prestar servicios para el consumo de terceros o para uso final propio son un TRABAJO”; y es en base a este concepto que salen los porcentajes proporcionales al PIB de los que leíste en párrafos anteriores. En nuestro país estas mediciones se realizan de forma primordial a través de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) y es donde sabemos que en México al 2019 a nivel nacional, el 66.6 % del tiempo total de trabajo realizado por mujeres corresponde a labores del hogar no remuneradas, y el 30.9 % de él en ocupaciones del mercado, mientras que para los hombres, el 68.9 % del tiempo concierne al trabajo para el mercado y sólo el 27.9 % para las labores no remuneradas del hogar.
Desde estas dimensiones, intangible y tangible, los cuidados al ser una serie de actividades cotidianas e indispensables para la reproducción y preservación de la vida, realizadas con el fin de producir bienes para consumo propio o de terceros (como cocinar, lavar, planchar, alimentar, etc), pero que también implican relaciones personales (de amor, obligación, frustración, etc.), se perciben y se realizan desde diferentes perspectivas, momentos de vida, condición de vida, y recursos de cada persona. Tomemos como ejemplo: el cuidado de un bebé que es planeado y deseado por su familia, pero que por situaciones de la vida vive en un hogar monoparental, donde la única red de apoyo es la abuela:
Esta situación es palpable durante todas las etapas y condiciones de vida. La falta de espacios colectivos y comunitarios de desarrollo, cuidado y convivencia limitan el proyecto de vida, desarrollo y autonomía no solo de la persona que requiere que los cuidados le sean proveídos por otra persona, sino también de la persona que tiene que proveerlos.
Es necesario que así como hemos adoptado la perspectiva de género para crear políticas públicas que no perpetúen las desigualdades entre mujeres y hombres, es necesario identificar, cuestionar y valorar la discriminación, desigualdad y exclusión de las personas que proveemos los cuidados a través de una perspectiva de cuidado, como una dimensión inseparable de la vida -humana y no humana- que va más allá de géneros, generaciones, estrato social y condición de vida.
Recientemente colaboré en la publicación 24/7 De la reflexión a la acción, por un México que cuida, donde se aborda una ruta de acción en 3 tiempos para construir una nueva narrativa y ejercicio del trabajo de cuidados.
* Margarita Garfias (@Mar_Garfias) es cuidadora. Redes sociales de Nosotrxs: Twitter, Facebook, Instagram.
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