Por: Omar Feliciano (@tipographo)
“La soberbia consiste en estimarse, por amor de sí,
en más de lo justo.
“La vergüenza es una tristeza acompañada por la idea
de alguna acción que imaginamos vituperada por los demás”.
Baruch de Spinoza
Orgullo es definido por la Real Academia como un sustantivo masculino para describir el “Sentimiento de satisfacción hacia algo propio o cercano a uno que se considera meritorio”; mientras que vergüenza es un nombre femenino para describir el “sentimiento de pérdida de dignidad causado por una falta cometida o por una humillación o insultos recibidos”. Orgullo y vergüenza, masculino y femenino. No creo que sea casual.
El mes del orgullo ha llegado y con él una serie de celebraciones, exposiciones, conversatorios, fiestas, espectáculos y encuentros en relación con lo LGBTI y lo queer. En una de las mesas del Festival Internacional por la Diversidad Sexual tuve la oportunidad de escuchar a un ponente poco versado en la corrección política de estos ambientes, mencionar la expresión “lesbiana furiosa” para definir a las mujeres que trasgredían su privilegio masculino. Para mí fue el mejor retrato del orgullo gay como una expresión de celebración del privilegio masculino.
Para dos mujeres en Chihuahua junio ha sido un mes de vergüenza. Los medios locales y nacionales exhibieron los nombres y los domicilios de María Guadalupe y Antelma como responsables de aborto e inhumación. A Antelma además se le señaló como bruja experta en lectura del tarot y responsable del aborto de María Guadalupe a través de medios propios de la hechicería, tras haberla aconsejado luego de una tirada de tarot. En realidad Antelma le preparó un té a base de hierbas y misoprostol, sin recurrir a ninguna invocación demoniaca para interrumpir el embarazo.
Los medios locales dieron cuenta que Antelma se presentó a la audiencia en silla de ruedas, pues de acuerdo con algunas versiones periodísticas fue abusada sexualmente y maltratada durante y después del arresto. En respuesta a esta vejaciones un grupo de activistas lanzó la campaña #YoAborté en redes sociales, como una forma de invocar la empatía con la experiencia de interrumpir un embarazo. Lamentablemente esta campaña ha provocado una serie de reacciones adversas en el público, que no discute las violaciones a los derechos humanos de Antelma y María Guadalupe, sino que se enfoca en censurar el acto de “abrir las patas”, una idea misógina que funciona a través de “tildar de prostituta” o “avergonzar a la zorra” (algunas de las traducciones para slut-shaming).
Un amigo conocedor de mis críticas a la misoginia gay me llevó a una conversación en Facebook donde un grupo de hombres homosexuales comentaba sobre la campaña #YoAborté. Alguno de los comentarios bajo la lógica de avergonzar a la zorra son muy explícitos en la forma de control sobre las mujeres y sus cuerpos: “Papás, amarren a sus escuinclas que andan de prontas!!!” Homosexuales orgullosos y pudorosos avergonzando a mujeres pobres que ganan 700 pesos semanales y no pueden mantener a un tercer hijo por sí sola, ¡qué desvergüenza! (antes de que argumenten que no se concibe sola, el esposo de María Guadalupe está ausente, como tantos esposos y padres en este país).
“¿A quién llamas tú malo? Al que siempre quiere avergonzar. ¿Qué es lo más humano? Ahorrarle a otro la vergüenza. ¿Cuál es el signo de la libertad lograda? No avergonzarse ya ante uno mismo”. Estos son tres aforismos consecutivos al final del libro tercero de la Gaya Ciencia de Nietzsche; presentan un programa moral que invierte la lógica de avergonzar a la zorra y que resaltan la necesidad de señalar la maldad intrínseca en el hecho de avergonzar. Que los hombres homosexuales se alineen discursivamente a la moral conservadora que también los desprecia, no sólo es un contrasentido, sino una traición al movimiento de liberación homosexual de los años 70 que era parte de la revolución sexual. Sin las locas desvergonzadas y las vestidas furiosas que se amotinaron en Stonewall, los gays no celebrarían un mes de orgullo, que fue llamado así para contrarrestar los terribles efectos de la vergüenza en nuestras vidas. El orgullo se convirtió en soberbia, por eso la necesidad de una práctica de disidencia sexual que desmonte la soberbia masculinista; se necesitan voces que señalen cómo a veces los derechos sexuales son más populares que los derechos reproductivos, tal como sucedió en Irlanda, donde se aprobó el matrimonio igualitario en referéndum, pero en relación al aborto está lejos de que eso mismo suceda. La crítica feminista a esto es imperdible.
Detesto cuando los jerarcas religiosos hablan del matrimonio gay y el aborto en la misma oración (pun intended) como si de dos jinetes del Apocalipsis se tratara. Los fundamentalistas católicos y los integristas cristianos han dado un paso más en la narrativa de pánico moral con la realización de un magno exorcismo realizado en San Luís Potosí donde se responsabilizó a la despenalización del aborto como “la puerta que se le abrió al demonio en México”. Hola Edad Media. El siguiente acto de estos fundamentalistas fue ir a rezar a clínicas de interrupción del embarazo en la ciudad de México, (en la Colonia Roma claro, porque ni modo que fueran a rezar a Iztapalapa).
La caza de brujas pertenece a la edad media. El Cardenal Sandoval Íñiguez debe comprender que es inmoral aprovecharse de las conciencias de quienes viven en estados azotados por la violencia para impulsar el proyecto más antihumanista de occidente: el catolicismo que busca llenar nuestros cuerpos de vergüenza. Maligno es aquel que elige hablar por el ente metafísico que denominan “no nacido” mientras ignora las injusticias a dos trabajadoras de la industria maquiladora. ¿En qué moral vale más hablar de entes abstractos que las mujeres concretas que sufren violación correctiva por asistir en la interrupción de un embarazo? Ese silencio sí es maligno.
Los hombres gays deben entender que al reírse de “la cara de las malditas” se están poniendo del lado de la misma gerontocracia que los considera seres incompletos y abyectos destinados a la castidad. Por eso yo soy puto y no soy gay, por eso soy un desvergonzado, porque la moral católica ya no tiene poder sobre mi cuerpo, sus afectos, sus intensidades y sus potencialidades.
El próximo sábado avenida Reforma se llenará de turistas de todos los estados que vienen a celebrar el orgullo gay que regresarán a sus estados a cuidar su pudor tal como lo han aprendido de la moral sexual católica. Seguirán juzgando la vida sexual de sus coterráneos, avergonzando a las zorras una y otra vez, y no dudarán participar del linchamiento de las mujeres exhibidas por interrumpir sus embarazos, culpables o no, o en guardar silencio por los abusos sufridos por ellas. Hasta que la masa carnavalesca no comprenda que el enemigo está en nuestras propias conciencias será imposible una alianza para resistir las legislaciones discriminatorias y los abusos contra las mujeres y la diversidad sexual.
A veces creo que confunden orgullo con soberbia. A mí su orgullo me avergüenza.
* Omar Feliciano es responsable de Medios Digitales de @GIRE_mx
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