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Rosario fue asesinada horas después de hacer la última búsqueda de su hijo
Rosario fue asesinada horas después de hacer la última búsqueda de su hijo
13 minutos de lectura
Rosario fue asesinada horas después de hacer la última búsqueda de su hijo
Al menos cinco familiares de desaparecidos perdieron la vida de forma violenta durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador.
23 de agosto, 2021
Por: Alberto Pradilla
@albertopradilla 
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La víspera de su asesinato, María del Rosario Zavala Aguilar era muy optimista.

Aquella noche llamó a Joanna, la mayor de sus seis hijos, y le dijo que estaba muy cerca de encontrar a su hermano. Fue la última vez que hablaron. 

Yatziri Misael Cardona Aguilar tenía 16 años cuando un grupo de hombres armados lo secuestraron en su casa en León, Guanajuato, la víspera de las navidades de 2019. Desde entonces su madre no hacía otra cosa que buscarlo: imprimió cartelones, presionó a la fiscalía, se unió a un colectivo de búsqueda y se recorrió todo el estado preguntando a ver si alguien había visto a ese joven imberbe de cabeza rapada y ojos desafiantes. 

Después de una intensa tarde de rastreo, Rosario creyó estar más cerca de su objetivo. Llevaba varias horas recorriendo la colonia Coecillo cuando un joven le dijo que sabía dónde estaba Yatziri. El chico aseguró que lo había visto en un punto de venta de drogas pero no ofreció más detalles porque temía sufrir represalias. A pesar de que las explicaciones fueron escasas las expectativas se multiplicaron. Una pequeña pista, sin posibilidad de ser corroborada, bastó para que la madre llamase emocionada a su hija, convencida de que el reencuentro estaba cerca. 

No sobrevivió al anuncio. 

Horas después de aquella última búsqueda, dos jóvenes asesinaron a María del Rosario Zavala Aguilar en la puerta de su casa. Tocaron el timbre antes del amanecer y esperaron a que ella abriese. La acribillaron con seis balazos. Fue el 14 de octubre de 2020 en la misma vivienda en la que diez meses atrás Yatziri fue secuestrado. Tenía 45 años, estaba casada y dejaba seis hijos. Uno de ellos sigue desaparecido. 

Meses antes de ser tiroteada la mujer aseguraba no tener miedo. No se sentía objetivo de nadie ni decía necesitar protección. Si alguien la hostigaba eran las autoridades, que frecuentemente allanaban su vivienda en busca de drogas.

“En vez de investigarme a mí, ¿por qué no buscan a mi hijo?”, se quejaba.

La noche de su asesinato una patrulla de la Guardia Nacional se personó en la vivienda otra vez, diciendo que habían recibido una denuncia. Horas después no estaban allí cuando los sicarios mataron a la buscadora. 

El asesinato de María Rosario Zavala Aguilar fue la primera de una serie de muertes violentas sufridas por familiares de desaparecidos. Con ella son cinco los buscadores a los que arrebataron la vida durante el actual sexenio de Andrés Manuel López Obrador. El 19 de julio de 2019 fue asesinada Zenaida Pulido en Aquila, Michoacán. En 2020 fue Rosario. En 2021 se incrementó el número de víctimas: Javier Barajas, muerto a tiros en Salvatierra, Guanajuato, el 29 de mayo; Aranza Ramos, asesinada al interior de su casa en Guaymas, Sonora, el 17 de julio; y Nicanor Araiza, asesinado en Zacatecas el pasado 31 de julio

La familia de Rosario no quiso hacer público el asesinato durante meses. Tenían miedo. Ahora siguen sin protección pero decidieron dar a conocerla por si alguien tiene alguna pista que les lleve a encontrar a Yatziri. A su madre ya no se la van a devolver, pero sueñan con que les entreguen a su hermano. 

El secuestro de Yatziri

La vida de María Rosario Zavala Aguilar cambió para siempre el 23 de diciembre de 2019. La víspera, la familia había estado celebrando los 16 años de Yatziri. Su hermana Joanna le prometió que le compraría unas tenis y estaba previsto que aquel día fuesen a por ellas. Al día siguiente podría estrenarlas en la cena navideña. 

Nunca llegó a hacerlo. 

Pasadas las 2 de la tarde cinco hombres armados irrumpieron en la vivienda familiar encañonando a los que se encontraban en la planta baja. La casa tiene tres pisos y es una de las más altas de la colonia, situada en el extrarradio de León. Abajo hay una tienda de abarrotes desde la que se accede al salón principal, con un gran televisor, dos sofás y una pequeña cocina americana. Arriba, los dormitorios y una zona que se utiliza como almacén. Yatziri bajaba las escaleras cuando vio al primer tipo con pistola. 

“¡Denos el dinero hijos de su puta madre!”, gritó. Los hombres comenzaron a llevarse ropa que la familia vende en el tianguis, los celulares, la laptop de una de las hijas. En mitad de la confusión, uno de los asaltantes agarró a Yésica, hermana de Yatziri y embarazada, y amenazó con llevársela. En ese momento la habitación era un caos: gritos, amenazas, un tipo que perseguía a una de las chicas, niños aterrorizados. Y Yatziri, a mitad de ese horror, logró canjearse por su hermana. Así que se lo llevaron. “Es para que dejen de pegarle”, dijo a su tía antes de desaparecer del lugar. Su padre, desde el tercer piso, aventó varios ladrillos a la camioneta mientras que Rosario les gritaba desde abajo que le devolvieran a su hijo. Los hombres rafaguearon la fachada y marcharon a toda velocidad. 

Todo esto ocurrió a plena luz del día, en una colonia popular de León, una ciudad de casi millón 800 mil habitantes. 

A partir de ese momento comienza un calvario para Rosario Zavala. 

“Entraron unas personas armadas y de aquí se lo llevaron. Él no salió por propia voluntad, de aquí lo sacaron”, contó ella misma en una entrevista mantenida en agosto de 2020, tres meses antes de que la asesinaran. 

Altar a María del Rosario Zavala Aguilar y a su hijo, Yatziri Misael Cardona Zavala, en la vivienda en donde residian en León, Guanajuato el 17 de junio del 2021. Foto: Fred Ramos.

Rosario era una mujer fuerte y decían de ella que tenía un carácter difícil porque no se callaba ante nada. Tenía la cara ovalada y ojeras muy marcadas. En el brazo izquierdo llevaba tatuada una imagen de la Santa Muerte, de la que era devota. En el segundo piso de la vivienda hay instalado un altar con decenas de imágenes de figura popular de culto. Cada mes llegaban los fieles para encender una veladora o pedirle algún imposible. Por eso era conocida en toda la colonia. 

En febrero de 2012 Rosario tuvo un traspiés. Fue detenida con mariguana y cocaína para la venta y encarcelada durante un año. Aquel arresto le perseguirá toda la vida.

“Yo andé por malos pasos, ya se lo dije al de la investigación. Pero salí por buen camino y me puse a trabajar. Un error lo comete cualquiera y me está afectando con mi hijo”, dijo, en entrevista, en agosto de 2020. 

El estigma también le alcanzará en la búsqueda de su hijo. Parecía que los policías estuviesen más interesados en investigarla a ella que en dar con el paradero de Yatziri. Periódicamente, patrullas estatales o de la Guardia Nacional irrumpían en el domicilio para hacer un cateo. Lo mismo hacía la Fiscalía General de Justicia de Guanajuato a través de agentes del Ministerio Público y de Agentes de Investigación Criminal que la estigmatizaban por su pasado.

La Plataforma por la Paz y la Justicia acompañó a Rosario a interponer una queja ante el Organismo local de derechos humanos que lo canalizó a la CNDH. Actualmente se desconoce el avance sobre este abuso de autoridad y allanamiento de la Guardia Nacional.

Joanna Cardona Zavala, 32, despacha a un cliente, en el negocio familiar, en su casa en casa en León, Guanajuato el 19 de junio del 2021. Foto: Fred Ramos
Joanna Cardona Zavala, 32, despacha a un cliente, en el negocio familiar, en su casa en casa en León, Guanajuato el 19 de junio del 2021. Foto: Fred Ramos

Su pasado era también una de las razones con las que los investigadores explican el secuestro de su hijo. La teoría era que se lo habían llevado para dar una lección a su madre. Que años después de que fuese encarcelada, alguien buscó de nuevo a Rosario Zavala para ofrecerle entrar de nuevo al negocio de la venta de droga. Ella lo rechazó y capturaron a su hijo como castigo.

Alguien declaró en Fiscalía que ella era “la Tía”, y que se habían llevado a su hijo por su negativa a vender droga. 

Su hija Joanna explica la razón del mote: “la llamaban la Tía, pero no por el hecho de vender droga, sino porque creía mucho en la Santa”. 

Fosas que el Estado negaba

Guanajuato es el estado más violento de México. En 2020 fueron asesinadas más de 5 mil personas de las 34 mil que perdieron la vida de forma violenta en todo el país. Esto supone una tasa de 73 homicidios por cada 100 mil personas, por encima de países como Honduras o El Salvador, que durante años fueron considerados algunos de los territorios más peligrosos del mundo. 

Esta violencia desmesurada se explica por la pugna entre el Cártel Santa Rosa de Lima, un grupo local dedicado originalmente al robo de combustible, y el Cártel Jalisco Nueva Generación, la estructura con mayor crecimiento durante los últimos años. La detención de José Antonio Yepes Ortiz, ‘El Marro’, líder de Santa Rosa, en agosto de 2020, no frenó los asesinatos. Hay expertos como el analista David Saucedo que aseguran que esto se explica por la llegada del Cártel de Sinaloa para disputar el territorio.

Además de los asesinatos Guanajuato sufre el drama de las desapariciones. La Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) dice que más de 2 mil 500 guanajuatenses están sin localizar. En México son más de 90 mil. Sin embargo, en Guanajuato es un problema que las autoridades reconocen desde hace poco.

A finales de 2019, cuando Rosario ingresó a un colectivo de búsqueda, el fiscal del estado Carlos Zamarripa negaba que en su territorio hubiese desaparecidos o se hallasen fosas clandestinas. Esta versión oficial no se sostenía sobre el terreno, donde los grupos de familiares crecieron de forma desmesurada. En 2018 únicamente existían dos. Tres años después ya eran 12, desplegados en las principales ciudades de Guanajuato como León, Irapuato o Salvatierra. Desde finales de 2020 se multiplicaron los hallazgos de fosas. En noviembre, 76 cuerpos en un predio de Salvatierra. En diciembre, más de 100 bolsas con restos en una casa en las afueras de Acámbaro. Si no fuese por las buscadoras estos lugares no hubiesen visto nunca la luz. Si Rosario no hubiese sido asesinada, estaría con sus compañeras escarbando en la tierra para encontrar a sus seres queridos. 

Durante los diez meses que transcurrieron entre el secuestro de Yatziri y el asesinato, Rosario no dejó de buscar. Saber qué había ocurrido con su hijo se convirtió en su gran obsesión. 

María del Rosario Zavala Aguilar (centro) junto a su hermana y su esposo en su vivienda en León, Guanajuato, el 17 de julio del 2020. Foto: Fred Ramos

La última pista ofrecida por los investigadores es que el joven fue asesinado. “Nos dijeron que lo habían disuelto en ácido”, recordaba.

En Guanajuato son habituales las historias sobre secuestros perpetrados por el crimen organizado como forma de reclutamiento forzoso. Se llevan a adolescentes a los que obligan a vender droga o convertirse en sicarios. Si dejan de ser útiles, simplemente se deshacen de ellos. 

Eso es lo que la Fiscalía cree que hicieron con Yatziri.

La única prueba es una camiseta con manchas de cloro que se encontró en un centro de exterminio y que su familia cree que pertenecía a Yatziri. También se encontraron doce fragmentos de dentadura. Allí estaban secuestrados varios jóvenes que lograron salvar la vida gracias a la llegada de la policía. Uno de ellos dijo a la familia que lo tenían desnudo y preparado para disolver en ácido cuando los sicarios se emborracharon y olvidaron que iban a matarlo. Poco después fueron rescatados. Según la Fiscalía, Yatziri pudo pasar por aquel siniestro lugar pero en su carpeta de investigación no aparecen estas detenciones. Casi dos años después del secuestro no se han cotejado los restos de ADN de la playera o de los dientes con los de sus hermanos.

Animal Político consultó con la Fiscalía General de Guanajuato (FGE) y con la Comisión Estatal de Búsqueda, pero al cierre de la edición no había recibido respuesta. 

Para Raymundo Sandoval de la Plataforma por la Paz y la Justicia en Guanajuato, quien acompañó a Rosario en la búsqueda de Yatziri, este caso ejemplifica la triple victimización que sufren las familias: la desaparición, la estigmatización y el asesinato. Además, denuncia la impunidad y recuerda que existen sospechas sobre la colusión de la fiscalía con grupos criminales. 

También interpusieron una queja por la lentitud de las pesquisas y se reunieron con la secretaría de Gobernación, sin resultados. “Hay una especie de encubrimiento político a la fiscalía”, dijo Sandoval. 

Rosario siempre estuvo inconforme con los avances en la investigación. Por eso acudía a fiscalía continuamente para exigir resultados. Ella no estaba buscando culpables, solo quería saber qué ocurrió con su hijo. Esta es una declaración de principios habitual en quienes tienen familiares desaparecidos, casi una oferta a los criminales: ayuden a encontrar que nosotros olvidaremos quién fue el responsable. 

“A mi me entregan a mi hijo y retiro todo, pero que me digan dónde está”, afirmaba Rosario. 

En Fiscalía no encontró aliados. Durante los diez meses en los que buscó sin descanso siempre sintió el desdén de los investigadores. 

“Le dijeron cosas feas, sí nos trataron mal”, explica Raymundo Pérez, de 29 años, esposo de Joanna y yerno de Rosario. Él se hizo cargo de acudir a las diligencias porque en FGE se quejaron de la actitud de la madre. Pero el problema no era de modales sino de resultados. “Yo quería que se agilizaran las pruebas. Ellos se molestaban y querían que se les hiciera el trabajo a los investigadores. Nosotros no nos sentíamos conformes. ¿Cómo se sentirían si fuera un familiar suyo?”, se pregunta. 

Raymundo Pérez, 29, mira las camaras de la video vigilancia instaladas afuera de su casa al lado de su hija, quien mira la televisión, en su vivienda en León, Guanajuato, el 19 de junio del 2021. Foto: Fred Ramos
Raymundo Pérez, 29, mira las camaras de la video vigilancia instaladas afuera de su casa al lado de su hija, quien mira la televisión, en su vivienda en León, Guanajuato, el 19 de junio del 2021. Foto: Fred Ramos

La búsqueda es un proceso solitario y angustioso que las familias llevan a cabo con el único apoyo de otras víctimas. La intervención de las autoridades es limitada y el volumen de desaparecidos sobrepasa con mucho las capacidades de fiscalías y comisiones. Así que son las madres, los hermanos, las hijas, quienes se convierten en investigadores. Son ellas las que llegan las primeras a una fosa clandestina, las que se meten en las colonias más peligrosas tratando de dar una pista y las que se juegan la vida por encontrar a su ser querido.

Hay veces en las que estas pesquisas les llevan a la muerte. 

El asesinato de la buscadora 

La víspera de su asesinato, María del Rosario Zavala Aguilar era muy optimista.

Habían transcurrido diez meses del secuestro de su hijo pero ella no perdió la esperanza. Aquella tarde la pasó mostrando la foto de Yatziri a los jóvenes que encontraba en la colonia Coecillo, una zona del centro de León donde se ubica la central camionera y en la que existen diversos puntos de venta de droga. 

Horas después, dos pistoleros acabaron con su vida en su domicilio.

Pasaban algunos minutos de las 6 de la mañana cuando dos pistoleros tocaron el timbre. Quién sabe si fue por casualidad pero ella abrió la puerta. Recibió seis disparos y quedó tendida en el piso, entre las bolsas de papas y las cajas con botellas de agua, mientras los sicarios escaparon corriendo. Uno de sus hijos y su esposo llegaron tras escuchar las detonaciones. Ella todavía estaba viva, así que la metieron en un coche e intentaron llevarla al hospital. ¿Qué otra cosa podían hacer? 

Junto al lugar del ataque los homicidas dejaron una cartulina. Ahí quedó escrita la sentencia de muerte: acusaban a Rosario de “hablar demasiado”. 

Es posible que nunca sepamos a qué se refieren esas palabras. Tampoco importa demasiado. 

Aquel fue un golpe terrible para la familia. 

“Ella no tenía pelos en la lengua. Pero si a sus hijos les falta algo se quitaba las cosas de la boca, como cualquier madre”, dice Joanna, de 32 años, su hija mayor. Tras el asesinato ella se mudó al domicilio familiar con su esposo. Ahí, rodeada de recuerdos, trata de sacar adelante a los suyos. 

“Mi madre era una mujer muy valiente, que no se agachó a pesar de lo que le ocurrió a su hijo. Siguió adelante hasta que le quitaron su vida”, dice. 

Casi todos los domingos Joanna acude al panteón para recordar a Rosario.

Joanna Cardona Zavala, 32, platica con su pareja en su vivienda en León, Guanajuato, el 19 de junio del 2021. Foto: Fred Ramos
Joanna Cardona Zavala, 32, platica con su pareja en su vivienda en León, Guanajuato, el 19 de junio del 2021. Foto: Fred Ramos

Asegura que no ha movido la investigación. Que tiene miedo de que su familia sufra las consecuencias y que, en el fondo, su madre ya está muerta y nadie se la va a devolver. En México hay una impunidad de más del 90% según informes de México Evalúa. Si las familias no realizan pesquisas por su cuenta es posible que nunca se sepa quién apretó el gatillo. Así que la familia ha optado por la seguridad. También solicitaron medidas de protección a las autoridades estatales, pero apenas envían un coche de policía que da unos rondines antes de volver a marcharse. 

Lo que no quieren olvidar es la búsqueda de Yatziri. Desde el asesinato de Rosario la familia dejó de acudir a Fiscalía y abandonó los rastreos en colonias peligrosas mostrando su fotografía. Sin embargo, no pierden la esperanza de encontrarlo. 

“Vivimos un martirio, es algo muy feo. Se llevan a una persona, algo de ti y te quitan las perspectivas de verla viva”, dice Raymundo, que reconoce que muchas cosas cambiaron en la familia desde aquel secuestro. 

Joanna reconoce que habla de su hermano en pasado, como si el subconsciente le advirtiera de un fatal desenlace. “Quiero ser realista, a veces pienso que no va a volver y otras me levanto con ánimo de que sí regresará”, afirma.

En su última entrevista, Rosario Zavala aseguró que no había día que no llorase la desaparición de Yatziri. “Veo su foto, lloro y pido a mi padre Dios que me lo devuelvan”.

Tres meses después de aquella conversación, dos pistoleros la mataron antes de que pudiese cumplir su sueño de encontrar a su hijo. Aquel día estaba convencida de que pronto iba a dar con su paradero. 

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La extraordinaria historia de Tony Osornio, la primera mujer paracaidista de México
12 minutos de lectura
La extraordinaria historia de Tony Osornio, la primera mujer paracaidista de México
Al menos cinco familiares de desaparecidos perdieron la vida de forma violenta durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador.
17 de septiembre, 2023
Por: BBC News Mundo
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La mexicana Tony Osornio ha sido una apasionada del paracaidismo. Su amor por este deporte de riesgo la llevó a ganar varios campeonatos e, incluso, a alcanzar el grado de subteniente en el ejército de su país, cuando no había mujeres soldados.

Pero en 1984, sufrió un accidente que cambió su vida para siempre.

Esta nota es una adaptación de la entrevista que le dio Tony al programa de radio BBC Outlook sobre su increíble historia.

Nací y crecí en un hogar muy tradicional en San Juan del Río, Querétaro, a unas dos horas de Ciudad de México.

Soy la más joven y la única mujer de cuatro hermanos. Siempre fui tan inquieta que mi papá decía que tenía la energía de mis tres hermanos juntos.

Con mi mamá tuve problemas porque ella decía que las mujeres pertenecíamos a la casa y que los hombres eran los que tenían que salir a la calle. Nunca me dejó ir a estudiar en la ciudad de Querétaro.

Yo sentía que, en vez de acercarme, me alejaba con tantas exigencias. Incluso me golpeaba por desobedecer. Pero, aun así, yo me escondía de ella para hacer el trabajo de mis hermanos, jugar futbol con ellos y mojarme en la lluvia, todo lo que se suponía que no debía hacer.

Me sentía como en una prisión. Llegó un punto en el que no podía soportarlo más. Si mi mamá no me dejaba salir, entonces tendría que encontrar la forma de escapar.

Resolví que me iría con el primer hombre que se quisiera casar conmigo.

Antes de que cumpliera 17, mi primer y único novio me propuso matrimonio. Yo le dije que sí, si me permitía estudiar y salir y tener más libertad.

Mi papá intentó convencerme de que no lo hiciera. Incluso me dijo que me compraría un carro si me quedaba hasta terminar la secundaria.

Pero yo estaba decidida. Quería casarme para salir de allí.

Me casé realmente emocionada de tener esa libertad, de tener una aventura.

Mi marido estaba en el ejército, así que sentía que estaba entrando en un mundo nuevo. Le encantaban los pasatiempos llenos de adrenalina, como conducir carros rápidos y motos y también el paracaidismo.

La verdad es que al principio mi matrimonio fue muy divertido. Nos gustaban las mismas cosas y aprendí mucho de él porque era 11 años mayor que yo. El día que me casé no estaba enamorada, pero con el tiempo me enamoré y los dos nos queríamos mucho.

Luego llegó mi primera hija, Mariela. Fue algo hermoso y maravilloso, pero también muy difícil para mí. Mi marido seguía en el ejército y viajaba mucho, a veces por meses.

Fue abrumador sentir que yo tenía que estar ahí con ella y cuidarla. Sentí que esa bebé se interponía en mi camino.

El día que encontré mi pasión

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Tony escribió su historia en el libro Salto de amor por la vida, que fue adaptado al cine.

Mi marido dirigía una escuela de paracaidismo.

Yo sentía que era mi obligación ayudarlo. Pero en realidad estaba harta de viajar todos los fines de semana para acompañarlo.

Hasta que un día un amigo de mi marido le dijo: “Deberías involucrarla más para que no se aburra y se canse tanto de venir aquí. Déjala dar un salto con nosotros”.

Entonces mi marido me preguntó: “¿Quieres saltar?”.

“Por supuesto que no. No voy a hacer eso”, le respondí.

“Tienes miedo”, me retó. Él sabía que yo era orgullosa.

Entonces dije: “No, no, no. Apúntame para el próximo salto”.

No era un salto cualquiera. Era parte de una competencia de paracaidismo.

Y llegó el día. Me subí al avión, fui viendo cómo uno por uno los demás saltaban y llegó mi turno. Me acerqué sigilosamente a la puerta abierta. Y salté.

Sentí el aire en la cara y sentí que flotaba. Fue una maravilla sentirme conectada con el cielo, con el aire, con una libertad que no puedo describir con palabras. Una sensación tan profunda como la de ser uno con el todo.

Y supe que ese era el lugar al que pertenecía.

Fue un shock total para mí. Fue un placer que no puedo describir completamente. Fue maravilloso, maravilloso, maravilloso. Y lo único que vino a mi cabeza fue que tenía que hacerlo de nuevo.

Gané el segundo puesto en ese concurso. Fue toda una sorpresa porque descubrí que tenía esas habilidades.

Me resultaba muy fácil enfrentar la altura, mantener el equilibrio y encontrar la distancia exacta al punto de aterrizaje. Se me daba bien.

El trofeo fue lo de menos en comparación con las sensaciones que sentí y que me acompañaron durante toda la semana. Mientras lavaba los platos o conducía o cocinaba, revivía lo que había experimentado.

Una mujer en el Ejército

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Como paracaidista militar, Tony logró el grado de subteniente.

Seguir saltando no fue fácil porque no es un deporte barato.

Pero mi marido era comandante de la brigada paracaidista, así que solía hacer saltos militares con el ejército.

Le pregunté si podía saltar con él del avión militar cada vez que él saltara. Podría ponerme un uniforme. Nadie se daría cuenta y no costaría nada.

Me dijo que estaba loca. Luego de un mes de insistencia, cedió.

Yo escondía mi cara debajo del casco y no miraba a nadie. Hasta que un día hubo una exhibición ante el Secretario General y el Presidente del Ejército.

Pensamos que como estábamos lejos nadie se daría cuenta, así que salté y todo fue perfecto. Fui la primera en aterrizar, quitarme el overol y ponerme en formación saludando a la bandera.

¿Por qué hay una mujer aquí? No hay ninguna mujer en el ejército”, preguntó el Secretario General.

Fue una situación rara. Mi marido podía terminar fusilado por haber roto las reglas.

Así que aproveché la oportunidad y pedí enlistarme en el ejército. Todo el mundo me miraba como si estuviera loca.

“Con tu apoyo, te prometo que seremos un grupo de paracaidistas que llevará en alto el nombre de México”, le dije al Secretario.

Para convertirme en soldado y recibir el mismo trato que los demás, iba a tener que superar unas duras pruebas físicas. Una de ellas consistía en correr 20 kilómetros, llevando una gran mochila.

La primera vez que lo intenté, solo logré correr cinco y me vomité. Los demás reclutas me ridiculizaron y me enfurecí.

Pero no me rendí. Entonces, antes de llevar a mi hija al colegio, corría por todo el barrio. Pasaron meses antes de que pudiera demostrar que las mujeres también podíamos hacerlo.

Empecé a ver la belleza de estar en el ejército y defender a tu país. Por otro lado, era doloroso porque muchos hombres se burlaban de mí y hablaban de mí a mis espaldas.

Había noches en las que llegaba a casa y me pasaba la noche llorando y pensando que no iba a poder con todos esos hombres.

Un día me enfadé muchísimo y les grité: “Cuando puedan hacer los saltos que yo hago y tengan todos los trofeos que tengo, entonces aceptaré su juicio, pero no antes”. Me gané su respeto.

El salto que cambió mi vida

Recuerdo que mi papá me decía: “Chiquita, ya viviste campeonatos, saltos militares, saltos libres. Por favor, cuídate. No puedo dormir de la preocupación”.

Pero yo le decía que sin el paracaidismo me moriría.

Incluso cuando estaba embarazada de mi hijo Paco, seguí saltando. Iba a competir en un campeonato en París, así que no quería divulgarlo.

Pero luego casi lo pierdo en un salto. Esta pasión me llevó al límite de ser irresponsable. Lo fui. Lo único que quería era tener un avión en frente y poder saltar y saltar y sentir esa sensación, esa adrenalina.

Ahora que han pasado los años, me cuestiono cómo me atreví a todo eso.

En ese momento, sentía que estaba en la mejor faceta de mi vida, más enamorada de mi marido que nunca, con dos hijos preciosos, un buen sueldo y haciendo el deporte que me apasionaba.

Un día, en febrero de 1984, todo cambió.

Llegó la oportunidad de hacer un salto frente al entonces Presidente de México, Miguel de la Madrid.

La noche antes de ese salto, sentí algo que nunca había sentido antes. Me sentí rara, como si no quisiera saltar.

Había mucho viento. Y el viento para los paracaidistas es lo más peligroso, así que pidieron que participáramos solo los más experimentados.

Una vez abordé el helicóptero, le dije a mi esposo: “No quiero hacerlo”.

Él me respondió: “¿Tú? ¿Que siempre quieres saltar y hoy no? ¿Hoy, cuando el presidente está mirando? No podemos fallarle. Ya estamos en el aire. Es demasiado tarde”.

Le pedí un beso, y saltamos.

Teníamos que engancharnos para crear una bandera mexicana en el aire, y luego desengancharnos.

Creamos la bandera perfectamente, pero el viento empezó a halarnos. Sentí que iba a estrellarme encima del Presidente y que me iba a llevar a todo el público por delante.

Como era la más liviana, el viento me halaba con más fuerza. Halé el freno con toda la fuerza que pude.

Pero en ese entonces, si frenabas así de fuerte, se rompía el paracaídas. Y así fue.

Aterricé tras una caída libre de 25 metros. No tuve tiempo para abrir el paracaídas de emergencia.

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) El paracaidismo deportivo tuvo un gran apogeo en la década de 1970 gracias a la invención de un sistema de liberación rápida del paracaídas.

Un dolor de otro mundo

Sentí el crujido de todos mis huesos. Luego, una sensación muy extraña: no sentía mi cuerpo en absoluto, solo mi cabeza.

Durante unos instantes, vi todo en cámara lenta e iluminado por una luz blanca brillante, algo muy bello.

Pero de repente un intenso dolor en mi cuello me trajo de nuevo a mi realidad. Estaba tendida en el suelo y todo mi cuerpo, flácido como un trapo. No podía mover aboslutamente nada.

La primera reacción de la gente a mi alrededor fue sacarme del lugar, porque la ceremonia debía continuar. Pero el presidente, a cuyos pies caí, dijo: “no, no, no, llévenla en mi helicóptero directamente al hospital militar”.

Fue la primera vez que reconocí la importancia de la respiración, porque sentía que no podía respirar. Trataba de tomar aire, pero no lo sentía.

Paco, mi hijo, tenía cuatro años y me vio saltar esa vez. Recuerdo que lo vi y pensé: “Tienes que aguantar porque él está aquí”. Verlo me dio las fuerzas para continuar. Estaba al borde de la muerte. Mientras me llevaban, logré hacerle un guiño.

Ese fue el momento exacto en el que mi vida dio un drástico giro de tenerlo todo a no tener nada.

Pasé tres años mirando al techo. Me taladraron tres clavos en el cráneo para sujetarme a algo llamado halo ortopédico. Tuve que soportar un peso de más de 18 kilos en la cabeza para tratar de alinear mi cuello con la columna vertebral.

Reconstruyeron mi cuello con un trozo de hueso de mi cadera porque se había desmoronado totalmente. Tuve que soportar mucho dolor, mucha desesperación, hasta el punto de la locura.

Durante las primeras semanas, estuve casi inconsciente. Los médicos no creían que fuera a sobrevivir.

Mi diagnóstico fue cuadraplejia. Dijeron que nunca más iba a poder mover del cuello para abajo.

Tampoco controlaba mis funciones corporales. Tenía que usar un catéter y pañales.

Mentalmente, me fui a un lugar muy oscuro. Estaba atrapada sin poderme mover ni sentir. Tenía llagas en todo el cuerpo por tanto estar quieta que se infectaban y apestaban. Me sentía como un trapo inútil.

Y entonces mi marido me dejó por una enfermera.

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Tony sufrió su accidente a los 29 años. Hoy tiene 69.

El infierno

Yo digo que, si existe el infierno, yo lo viví y mis hijos lo vivieron conmigo. Pero también eso nos fortaleció. Mis hijos fueron el motor que me impulsó a seguir. Eso, y la rabia que le tenía a mi ex.

Estaba devastada. Sentía que estaba en lo más profundo de la oscuridad y que me estaba perdiendo en mis pensamientos de que sería más fácil si estuviera muerta.

Cuando volví a casa, mis hijos saltaban de alegría, pero yo estaba destrozada por la depresión.

Fue tan triste para mis hijos descubrir que tenían una mamá tan enojada y demandante; estaba fuera de mí. A veces hay tanto dolor interno que no sabes dónde ponerlo. Me desquité con ellos.

Mariela dejó de hablar. Sus profesores me dijeron que se quedaba en un rincón durante el recreo completamente muda.

Paco se metía en peleas con otros niños siempre que tenía el chance. Lo expulsaron de siete colegios. Así que sí, nuestras vidas cambiaron mucho cuando salí del hospital.

Yo realmente creía que iba a salir caminando del hospital, así que no poder hacerlo me enfadó y me deprimió muchísimo.

Pensaba: “¿De qué les sirvo a mis hijos si al volver del colegio se encuentran con una madre tumbada sin control de esfínteres y sin comida en la mesa para ellos?”

Yo no quería limosnas de nadie. Era demasiado orgullosa para recibir ayuda.

Empecé a vender cosas por teléfono. Luché por mi pensión y por encontrar la manera de sobrevivir. Pero seguía hundiéndome en la oscuridad y la depresión.

Llegué a un punto en el que pensé que era mejor dejar a mis hijos sin madre que tener que soportar esto. Ya ni quería abrir los ojos. Había decidido suicidarme. Llevaba varios días sin comer. Me estaba desvaneciendo.

El milagro

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Contra los pronósticos de sus doctores, Tony pudo volver a ponerse de pie.

Fue ahí cuando conocí a Martha, mi terapeuta. Cuando hablé con ella, sentí algo muy especial en sus ojos, sentí que me hablaba desde el corazón. Y recuerdo perfectamente que me dijo: “He visto personas que mueven su cuerpo, pero no se mueven interiormente. Tú tienes un volcán dentro”.

Creo que, tan pronto como empiezas a sanar tu alma internamente y empiezas realmente a creer que es posible, entonces puede mejorar tu salud.

Mi cuerpo era lo de menos para mi curación real.

No fue sino hasta que enfrenté con toda esa desesperación, esos celos, esa intolerancia, que mi cuerpo empezó a moverse. Muy poquito al principio. Pero luego más y más.

Fue un milagro. Los doctores que vieron mis radiografías no podían creer lo que estaban viendo. Con mi diagnóstico, se suponía que solo podía mover los ojos y nada más. Pero he ido recuperando más y más movimientos.

Lo que más me cuesta es mover las manos. Pero puedo sentir mi cuerpo. Lo siento incluso más intensamente que cuando caminaba.

En ese camino, llegó un día que estaba meditando en mi jardín y sentí una iluminación, una sensación de dicha que nunca había sentido en mi vida, ni siquiera durante mis mejores saltos. Me sentí abrumada por tanta energía y tanto placer. Incluso pensé que la silla de ruedas, que tanto odiaba usar todos los días, había sido mi mejor maestra.

Entonces fui a buscar a Martha, mi terapeuta, y le dije que quería compartir lo que había aprendido en mi proceso con otras personas en condición de discapacidad. Y así fue como encontré la misión de mi vida.

Con su ayuda, creé la Fundación Humanista de Ayuda a Discapacitados, o Fhadi, para ayudar a otros mexicanos con discapacidad motriz.

En estos más de 25 años, hemos encontrado personas en estado de abandono muy graves: No tenían una silla de ruedas. Los dejaban en el suelo, indefensos, con solo 23 o 28 años. Fue muy triste descubrir que todo esto existe.

Pero ahora uno de los mayores tesoros de mi vida es ver a estas personas crecer y prosperar, como yo lo hice. Me da mucho placer y satisfacción.

Ahora soy más libre que nunca. Y lo logré estando presente en mi propia vida, en cada momento de la manera más sencilla y natural.

Aún necesito fisioterapia y ayuda porque no puedo mover las manos. Pero saboreo la vida más profundamente y me siento incluso mejor que cuando caminaba. Me siento feliz.

Tony Osornio
(Foto: Tony Osornio) Desde 1997, Tony ayuda a personas en condición de discapacidad en su fundación Fhadi.
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BBC

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