Por: Pablo Montes (@Montes_mx)
Pequeños y grandes actos de corrupción. Préstamos a servidores públicos de parte de contratistas gubernamentales, hipotecas preferenciales, licitaciones y asignaciones amañadas, contratos a sobreprecio, sobornos a funcionarios públicos, mordidas a oficiales de tránsito, verificadores de automóviles o emisores de permisos diversos. Ninguna de estas prácticas es exclusiva de México. Existen en todo el mundo.
El año pasado el exgobernador de Virginia, Bob McDonnell, fue sentenciado junto con su esposa a dos años de prisión. El delito fue haber aceptado 165 mil dólares en regalos y préstamos a cambio de favores políticos.
En todo tiempo y lugar hay funcionarios públicos corruptos, ciudadanos que rompen la ley y empresarios que ofrecen “pagos extraoficiales”. ¿Qué hace a México tan especial? No es su cultura proveniente de la Nueva España, es la impunidad.
En su más reciente publicación México: Anatomía de la Corrupción, María Amparo Casar, en un esfuerzo conjunto del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) y el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), ofrece un compendio de los principales datos, índices e indicadores de la corrupción en México y su lugar en el mundo.
La revisión de los datos y argumentos arrojan dos primeros hallazgos:
La imagen que presenta la investigación de Casar sobre la actualidad mexicana es concluyente: la corrupción en México es un problema sistémico. La mayoría de las instituciones políticas mexicanas se perciben como corruptas, en especial los partidos políticos, el poder legislativo y las instituciones de procuración y administración de justicia (Barómetro Global de la Corrupción). Existe también una participación importante del sector privado en las conductas ilícitas: 44% de las empresas mexicanas aceptan pagar sobornos con el fin de tener mayores ganancias, agilizar trámites o conseguir la asignación de obras y contratos (KPMG). Finalmente, encontramos que los mexicanos percibimos la corrupción como un fenómeno creciente y no en retroceso. Más del 70% de los ciudadanos considera que la corrupción aumentó en los últimos años (Barómetro Global de la Corrupción).
Los datos no dejan mentir:
En síntesis, la ciudadanía desconfía de las instituciones de gobierno, cuestiona la utilidad de las leyes y comete delitos porque no se castigan. Estas acciones, en conjunto, hacen de México un país donde la ilegalidad y la impunidad son “la regla” y parte de la normalidad cotidiana.
Anatomía de la Corrupción hace un recuento de los esfuerzos anticorrupción desde que en 1982 se creó la Secretaría de la Contraloría General de la Federación con poco éxito. El estudio mira con potencial el nuevo Sistema Nacional Anticorrupción, pero asegura que si no se invierte en capacidades institucionales, recursos humanos y, sobre todo, voluntad política, México volverá a fracasar.
El combate a la corrupción y su inseparable compañera, la impunidad, es un imperativo no sólo ético, sino sobre todo económico y político. Requiere de una política integral y sostenida que debe incluir al menos:
Se podrán aprobar todo tipo de reformas constitucionales de combate a la corrupción y perfeccionar el texto legal una y otra vez, pero hasta que no exista una sanción real y tangible hacia los funcionarios, empresarios y ciudadanos corruptos, México se mantendrá en una dinámica cada vez más corrosiva donde la ley es letra muerta, donde las autoridades son cuestionadas y la democracia cada vez más despreciada.
* Pablo Montes es Investigador del IMCO.
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