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¿Nos queremos clandestinas o con derechos? La lucha de las trabajadoras sexuales
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¿Nos queremos clandestinas o con derechos? La lucha de las trabajadoras sexuales
Las colegas somos clandestinas en un sistema que está más preocupado por "rescatarnos" del trabajo sexual, que en garantizarnos condiciones laborales seguras y dignas para seguir ejerciéndolo.
01 de mayo, 2024
Por: Natalia Lane

Cuando alguien habla de los derechos de los trabajadores nos imaginamos posiblemente a jornaleros que laboran en distintas industrias: textiles, automotrices, mineras o de la construcción. Tal vez pensamos en la lucha social de los campesinos y obreros que exigen condiciones de trabajo justas. Pero pocas veces nos viene a la mente las mujeres que ejercemos el trabajo sexual.

Las teiboleras, ficheras, las que nos paramos a talonear en las calles, avenidas o parques, incluso las que generan contenido para plataformas como Onlyfans o redes sociales. Las mujeres que con nuestra chamba formamos parte del 60 % de trabajadores que nos dedicamos a la economía informal en México.

Trabajadora sexual en calles de la Ciudad de México.
Trabajo sexual es trabajo. Foto: Natalia Lane.

Hace poco leía un artículo sobre Marcelina Bautista, una mujer referente importante en la lucha por los derechos de las trabajadoras del hogar y de su sindicato nacional. El texto se titulaba “De sirvientas a trabajadoras” y en él se hablaba de la desprotección del Estado, la falta de seguridad social o jubilaciones y la discriminación laboral cotidiana que viven las compañeras en América Latina.

No pude evitar pensar en que cómo estas violencias y estigmas no son distintas a las que vivimos las trabajadoras sexuales. Con la gran diferencia que a las compañeras jamás se les pone en duda que su trabajo sea un trabajo de verdad.

“¿Y aparte de esto te dedicas a otra cosa? ¿Si tienes un trabajo en serio?”. Esas son algunas de las preguntas que nos han hecho clientes o personas cercanas a nosotras. Porque el trabajo sexual ni siquiera se considera como un trabajo en sí. Esta permeado por los estigmas de la sexualidad y el machismo.

Muchos de nosotras crecimos con el imaginario de la puta y la santa en un sistema de creencias religiosas y familiares que basan el valor de las mujeres en nuestra virginidad o la vida sexual que llevemos. Entonces, ¿por qué el trabajo sexual incomoda tanto a la sociedad?

Históricamente el papel de las trabajadoras sexuales ha sido motivo de repudio y asombro. Desde la Malinche, esa mujer inteligente que sirvió como puente de comunicación entre los genocidas españoles y el pueblo azteca, pasando por Sien Hoornik, una costurera y cortesana que inspiró al mismo Vincent Van Gogh, hasta la propia Cleopatra, una gobernante seductora y capaz de dominar a emperadores como Julio Cesar y Marco Antonio.

A todas ellas se les juzgó e interpeló como mujeres sin escrúpulos y calculadoras. Y aunque sería una imprecisión histórica verlas como trabajadoras sexuales exclusivamente, fueron mujeres que supieron capitalizar su sexualidad y erotismo para conseguir sus objetivos.

Pero regresando al artículo de Marcelina Bautista, gracias a la lucha política de las trabajadoras del hogar se logró incorporar algunas de sus exigencias a la Ley Federal del Trabajo en el 2019. Exigencias como el derecho a horas de descanso, alimentación adecuada y espacios dignos de trabajo.

¿Imagínense cómo es entonces la situación de las mujeres trabajadoras sexuales en nuestro país? Cómo lo dice Georgina Orellano, secretaría general del Sindicato de Trabajadoras Sexuales en Argentina (AMMAR): “Si las feministas blancas están intentando romper el techo de cristal, las trabajadoras sexuales estamos apenas escarbando un piso sin pavimentar”.

Aún son muchas las batallas que faltan por ganar, quizás la que más nos aterra es ser visibles y dejar la clandestinidad. Salir del clóset puteril no es nada fácil, implica renunciar a un chingo de cosas. Particularmente de la propia mirada de nuestros conocidos y familia.

Trabajadoras sexuales en las calles de la Ciudad de México.
Movilización comunitaria, clave para el reconocimiento de los derechos laborales de las trabajadoras sexuales. Foto: Natalia Lane.

En la Ciudad de México el trabajo sexual no es considerado como un delito, ni siquiera se contempla como una falta administrativa en la Ley de Cultura Cívica, pero eso no quiere decir que las colegas no padezcamos los estragos de la criminalización de la policía y la violencia institucional del gobierno.

Durante la pandemia, los hoteles y establecimiento comerciales cerraron sus puertas desalojando a muchas trabajadoras sexuales del centro y quitándoles sus fuentes de trabajo e incluso las habitaciones que rentaban al ser foráneas de la capital. Para las que trabajamos en la calle, nunca ha sido un secreto que los policías extorsionan y persiguen a nuestros clientes cuando nos contratan.

La movilización comunitaria ha sido clave para que se reconozcan algunos de nuestros derechos laborales. Gracias al juicio de amparo en 112/2013, interpuesto por organizaciones de la sociedad civil, el trabajo sexual pudo ser reconocido bajo el esquema de trabajo no asalariado por parte de la Secretaría del Trabajo de la Ciudad de México.

Pero de nada nos sirve ser reconocidas en el papel como trabajadoras no asalariadas, si en el día a día las compañeras seguimos sin tener acceso a derechos básicos como seguridad social, prestaciones o jubilación digna.

No tiene sentido tener un carnet de trabajo sexual si las colegas debemos pagar de nuestros bolsillos un servicio médico privado o se nos niega rentar un departamento o habitación por no contar con un comprobante de ingresos oficial.

Uno de los argumentos más comunes para negar estos derechos es creer que las trabajadoras sexuales no pagamos impuestos, ni tenemos un esquema patronal de trabajador-empleador. Por tanto no cumplimos con las obligaciones fiscales que cualquier otro ciudadano tiene.

¿Saben cuál es la derrama económica y la cantidad de dinero que aportamos a la economía informal las trabajadoras sexuales? De acuerdo con la segunda encuesta en este rubro que hizo el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación (COPRED), el 80 % de las compañeras mantenemos económicamente a nuestras familias o tenemos más de un dependiente económico.

Entre maternar a nuestros hijos, cuidar a nuestros padres y madres y pagar los servicios básicos de vivienda como luz, agua potable, comunicaciones, entre otros. Las trabajadoras sexuales aportamos grandes cantidades, hasta ahora incuantificables por el INEGI o el SAT, a la vida diaria de nuestras familias y la economía de este país.

Viendo la otra cara de la moneda, ¿saben cuántas personas, cadenas de hoteles, farmacias, sex shops, servicios taxis o por aplicación como Uber o Indrive se benefician directa o indirectamente de nuestra chamba cotidiana en el talón?

La Organización Internacional de Trabajo OIT ha señalado que los gobiernos deben reconocer oficialmente la industria del sexo y el trabajo sexual, pero esto no lo hacen por ser buenas personas o por proteger nuestros derechos laborales, sino por la oportunidad de los Estados para recaudar impuestos directamente de este sector.

Estas visiones fiscales dejan a un lado a las trabajadoras sexuales que se encuentran en mayores condiciones de pobreza y desigualdad.

El problema no está en los impuestos, sino en la clandestinidad de nuestro trabajo. Las colegas somos clandestinas en un sistema que está más preocupado por “rescatarnos” del trabajo sexual que en garantizarnos condiciones laborales seguras y dignas para seguir ejerciéndolo.

El feminismo blanco de escritorio no se queda atrás. Sus prejuicios racistas y falta de conciencia de clase han contribuido a alimentar la narrativa de la buena víctima. De quitarnos toda capacidad de agencia y vernos como mujeres explotadas por la industria sexual. No pueden imaginar a una mujer trans trabajadora sexual haciendo políticas de calle y organizándose colectivamente con otras compañeras.

La pregunta no es si las colegas necesitamos ser rescatadas del trabajo sexual. La pregunta es ¿por qué tenemos que seguir en la clandestinidad y sin derechos laborales?  

Y así como alguna vez Marcelina Bautista y las trabajadoras del hogar renunciaron a ser las sirvientas sin derechos, nosotras renunciamos a la criminalización de nuestro oficio y reivindicamos el trabajo sexual como nuestro proyecto de vida. Es tiempo de que las trabajadoras sexuales nos miremos a nosotras mismas con derechos y no clandestinas.

* Natalia Lane (@natalia_lane) es mujer trans, comunicóloga y Asambleísta Consultiva en @COPRED_CDMX.

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“Solo quería darle una vida digna”: el padre que vio morir a su hija asfixiada intentando llegar a Reino Unido
6 minutos de lectura
“Solo quería darle una vida digna”: el padre que vio morir a su hija asfixiada intentando llegar a Reino Unido

La familia de origen iraquí había pedido asilo en varios países de Europa, pero dicen que se lo denegaron y les dijeron que iban a ser deportados.

02 de mayo, 2024
Por: BBC News Mundo
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Ahmed Alhashimi está en la playa, gritando a las olas que van y vienen, golpeándose y arañándose el pecho, entregándose al dolor, la rabia y la culpa, que no desaparecen.

“No pude protegerla. Nunca me lo perdonaré. Pero el mar era la única opción que tenía”, solloza.

La semana previa, al amanecer, en ese mismo tramo de la costa francesa al sur de Calais, el hombre de 41 años se vio atrapado dentro de un bote inflable mientras gritaba para pedir ayuda, arremetía contra los cuerpos que lo rodeaban y rogaba a la gente que se moviera para darle espacio y poder agacharse.

Quería así rescatar a su hija Sara, de 7 años, de la oscuridad sofocante en la que había sido aplastada.

“Sólo quería que aquel hombre se moviera para poder levantar a mi bebé”, explica Ahmed.

Se refiere a un joven que era parte de un grupo más grande que embarcó en el último minuto, cuando el bote ya estaba alejado de la costa.

El hombre primero lo ignoró. Luego lo amenazó.

“Eso fue como la muerte misma. Vimos gente morir. Vi cómo se comportaban esos hombres. No les importaba a quién pisaban, fuera un niño o la cabeza de alguien, joven o viejo. La gente empezó a asfixiarse”, cuenta Ahmed con amargura.

Sara con un muñeco de peluche en la mano.
BBC
Sara, de 7 años, se asfixió cuando la gente la empujaba en el bote en el que intentaba cruzar de Francia a Reino Unido.

Aunque Ahmed es iraquí, su hija ni siquiera conocía ese país. Nació en Bélgica y pasó la mayor parte de su corta vida en Suecia.

En total, cinco personas murieron en el mismo incidente, víctimas de lo que debió parecer una agonizante estampida a cámara lenta.

Un equipo de la BBC presenció lo que sucedió.

Los traficantes escoltaban a sus pasajeros a través de la playa hacia un pequeño bote mientras usaban fuegos artificiales y empuñaban palos para protegerse de un grupo de policías franceses que intentaba, sin éxito, impedir que el grupo abordara en el bote.

Un bote inflable abarrotado se dirige al mar en el Canal bajo la luz de la luna. Un barco de la guardia costera francesa aparece en el horizonte.
BBC News
El bote inflable abarrotado se hace a la mar en el Canal entre Francia y Reino Unido.

“¡Ayuda!”

A medida que el barco se alejaba mar adentro, escuchamos a alguien gritar débilmente desde a bordo. Pero en la penumbra que precede al amanecer era imposible saber qué estaba pasando.

Al amanecer, la policía se alejaba ya de la orilla junto a un presunto traficante de personas y algunos de los migrantes que no subieron al bote.

Ahmed confirmó más tarde que el hombre que gritaba pidiendo ayuda era él, implorando desesperadamente a quienes lo rodeaban que salvaran la vida de Sara.

La esposa de Ahmed, Nour AlSaeed, y sus otros dos hijos, Rahaf, de 13 años, y Hussam, de 8, también quedaron atrapados entre la gente, pero podían respirar.

“Soy un trabajador de la construcción. Soy fuerte. Pero ni siquiera yo podía sacar mi pierna, atrapada en la multitud. No me extraña que mi pequeña tampoco pudiera. Estaba bajo nuestros pies”, dice Ahmed.

El cuarto intento

Este era el cuarto intento de la familia para cruzar de Francia a Reino Unido desde que llegaron a la zona hace dos meses.

La policía los sorprendió dos veces en la playa cuando luchaban por el seguir el ritmo del resto de migrantes, que corrían hacia el bote de un traficante.

Ahmed cuenta que esta vez, los traficantes -que cobraban US$1.600 por adulto y la mitad por cada niño-, les habían prometido que sólo 40 personas subirían a su bote, pero se sorprendieron cuando otro grupo de migrantes apareció en la playa e insistió en subir a bordo.

Sara estuvo tranquila al principio. Sostenía la mano de su padre mientras caminaban desde la estación de tren de Wimereux la tarde anterior. Luego, durante la noche, se escondieron en unas dunas al norte de la ciudad.

Poco antes de las 6 de la mañana, el grupo ya había inflado su bote. Luego, los traficantes les ordenaron que lo llevaran a la playa y corrieran con él hacia el mar antes de que la policía los interceptara.

Dice Ahmed que, de repente, un bote de gas lacrimógeno de la policía explotó cerca de ellos y Sara comenzó a gritar.

Una vez que subieron a la embarcación, Ahmed sostuvo a Sara sobre sus hombros durante aproximadamente un minuto, pero luego la bajó para ayudar a subir a bordo a su otra hija, Rahaf.

Fue entonces cuando perdió de vista a Sara.

Solo más tarde, cuando los equipos de rescate franceses los interceptaron en el mar y desembarcaron a algunas de las más de 100 personas hacinadas en el bote, Ahmed pudo por fin llegar hasta el cuerpo de su hija.

“Vi su cabeza en la esquina del barco. Estaba toda azul. Ya estaba muerta cuando la sacamos. No respiraba”, explica entre sollozos.

Desde entonces, las autoridades francesas atienden a la familia mientras esperan para enterrar el cuerpo de Sara.

Sara con su hermano Hussam y su hermana Rahaf.
BBC
Sara (derecha) con su hermano Hussam y su hermana Rahaf. Ya habían intentado cruzar el Canal tres veces.

“Era la única opción que tenía”

Ahmed dice que es consciente de las fuertes críticas en las redes sociales que ha enfrentado por parte de personas que le acusan de poner a su familia en un riesgo innecesario. Parece debatirse entre aceptar y rechazar tales acusaciones.

“Nunca me lo perdonaré. Pero el mar era la única opción que tenía. Todo lo que pasó fue en contra de mi voluntad. Se me acabaron las opciones. La gente me culpa y dice: ‘¿Cómo arriesgaste a tus hijas?’ Pero he estado 14 años en Europa y he sido rechazado”, dice Ahmed, y detalla los años de intentos fallidos para asegurar su residencia en la Unión Europea tras de haber huido de Irak después de lo que describió como amenazas de grupos de milicias.

Al parecer, Bélgica le denegó el asilo con el argumento de que Basora, su ciudad natal en Irak, estaba clasificada como zona segura.

Cuenta que sus hijos pasaron los últimos siete años con un pariente en Suecia, pero que recientemente le informaron que serían deportados, junto a él, a Irak.

“Si supiera que hay un 1% de posibilidades de quedarme con los niños en Bélgica, Francia, Suecia o Finlandia, me quedaría allí. Lo único que quería para mis hijos es que fueran a la escuela. No quiero ningún tipo de ayuda social. Mi esposa y yo podemos trabajar. Sólo quería protegerlos a ellos, a su infancia y a su dignidad”, continua.

“Si la gente estuviera en mi lugar, ¿qué harían? Aquellos que (me critican) no han sufrido lo que yo he sufrido. Ésta era mi última opción”, dice, apelando al gobierno británico en busca de solidaridad y apoyo.

El último dibujo que hizo Sara de su familia.
BBC
El último dibujo que hizo Sara de su familia antes de su cuarto intento por llegar a Inglaterra.

Eva Jonsson, profesora de Sara en Uddevalla, Suecia, describe a la niña como “amable y buena” en un mensaje de vídeo enviado a la BBC.

“Tenía muchos amigos en la escuela. Jugaban juntos todo el tiempo… En febrero nos enteramos de que la deportarían y de que sería rápido. Nos avisaron con dos días de antelación”, explica.

Después de enterarse de su muerte, la clase se reunió en círculo y guardó un minuto de silencio.

“Es muy desafortunado que esto le pase a una familia tan agradable. He enseñado a (otros) niños de esta familia y me sorprendió mucho la deportación”, dice la maestra.

“Aún tenemos la foto de Sara delante de nosotros y la guardaremos aquí mientras los niños quieran”.

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