Milenio destaca que poner apodos es uno de los pasatiempos favoritos de los mexicanos, estamos muy lejos de la imaginación mostrada por Germán Dehesa y más cerca de las obviedades que utiliza el PerroBermúdez. En esa ruta es que el flaco Adolfo Ruiz Cortines fue conocido como El Faquir desde su época militar, aunque más bien estuviera destinado a no engordar. En 1952, cuando supo que sería el próximo presidente de México, se fue con dos amigos a comer tacos al centro del DF y luego se metió al Metropólitan a ver una película donde seguro ordenó palomitas. Siguiendo con los defectos físicos, recordemos a Carlos Salinas, récord Guinness de apelativos impuestos a alguien que tiene orejas grandes e interminable calvicie. Qué decir de Díaz Ordaz, a quien llamaronTribilín, Trompudo o Chango, y quien ya en el exilio aceptó su condición y aprovechó para darle un raspón a su sucesor Luis Echeverría El Loco: “A mí me hacían chistes por feo, no por pendejo”, recordaba don Gus. De don Francisco I. Madero, El Presidente Pingüica o El Enano del Tapancoya ni hablar.
Debido a que esa costumbre va a la baja es que ni Ernesto Zedillo (entre los cómicos le decíanPedillo, porque salió sin querer), Vicente Fox (¿La Boca? ¿Rancherote?, no me vengan) o Felipe Calderón (El Pelele, El Usurpador para los seguidores de AMLennon, o Lipe para quienes le perdieron la fe) pueden presumir un apelativo a la altura de su encomienda. Hasta el Ratón Miguelito, puesto a Miguel de la Madrid, supera a los recientes. Y eso que de gracioso no tiene nada.
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