Home
>
Las confesiones de una mujer escort, en un capítulo del libro Al punto G
Las confesiones de una mujer escort, en un capítulo del libro Al punto G
4 minutos de lectura
Las confesiones de una mujer escort, en un capítulo del libro Al punto G
11 de junio, 2016
Por: Redacción Animal Político
@arturodaen 

¿Qué podemos aprender de la vida de una escort?

La respuesta corta es: muchísimo.

Después de cometer cientos de errores y vivir muchas vidas, Valeria Martell llegó a la conclusión de que el único compromiso que tenemos con nosotros mismos es ser independientes y felices. Apostar todo a un solo hombre y un solo proyecto es una mala decisión emocional y, sobre todo, financiera.

Su libro empezó en internet. Lo publicó en Novelistik y fue una revolución. Por eso, ahora está impreso y en todas las librerías Gandhi del país.

La autora —siempre audaz y perceptiva— nos dice que su libro no se trata de cómo alcanzar la felicidad de una vez y para siempre. Ella quiere resolver algo más simple y más importante: cómo hacer para estar mejor. Nadie puede lograr esta hazaña sin entenderla como un ambicioso proceso de transformación.

El día que se convirtió en escort entendió que la vida se trata de todo, menos de lo que te enseñan en la escuela.

Valeria Martell quiere compartirles un capítulo de su apasionante libro Al Punto G. Consejos de una escort para triunfar en el dinero y sobrevivir en el amor.

Si quieres leerlo completo, puedes encontrarlo en todas las librerías Gandhi del país.

Punto D. Lo que enseñas

La historia

Este punto también podría llamarse Teoría General de las Tetas. Así, con mayúsculas como asignatura de universidad. Vamos a hablar de ellas porque nos han obsesionado toda la vida. Pensé por primera vez en ello cuando leí que encontraron la Venus más antigua del mundo cerca de Alemania. Aprendí que la palabra Venus significa algo así como: escultura de mujer antigua y desconocida. La damita se veía más o menos así:

Foto

Unas tetas gigantes, una vulva expuesta y una cabeza diminuta. Eso es lo que hay. Y es importante cuando se piensa así: el primer impulso creador para representar a la mujer tuvo como resultado este carnaval de la vagina. Poco ha cambiado en los últimos cuarenta mil años.

Las chichis me crecieron entre los trece y los quince como a casi todas las jovencitas. No hay escondite para la gloria de unas tetas quinceañeras. En ese momento las puertas empiezan a abrirse: se te poncha una llanta y tienes ayuda inmediata, pides un trago en un bar y alguien paga por él, exiges que te prometan amor eterno y te ven la cara.

La vida es culera. Salvo contadas ocasiones, los jovencitos de dieciséis tienen muy poco que ofrecer: ingenuidad, rencor existencial y erecciones fugaces. Aunque el mundo les grita que llegará su tiempo de heredar el imperio —y la Cheyenne—, en la adolescencia no saben para qué sirve el poder masculino.

Alguna vez tuve un cliente economista. Me hablaba con enorme entusiasmo de la ley de la oferta y la demanda. Los hombres sienten que saben mucho porque le ponen nombres pederos a cosas evidentes. Mucho antes de que él me lo explicara yo ya sabía las siguientes tres cosas:

Aunque en el mundo hay muchas tetas —casi seis mil millones de ellas— no todas están disponibles para jugar, de eso se han encargado las religiones y las familias.

Todos los hombres quieren tocar tus bubis la mayor parte del tiempo.

Todo tiene un precio. Los hombres se lo pusieron a la comida; yo se lo puse a mis tetas.

La justicia no existe. Solo podemos aspirar al balance. Ejercer nuestro poder sexual es la única manera de contrarrestar los perversos efectos del machismo. Para lograrlo, hay que aprender las lecciones que han dado los hombrecitos más exitosos de nuestra especie.

Cuando el lobo de Wall Street le contaba a sus nuevos reclutas en qué consistía el negocio de las casas de bolsa, lo planteaba más o menos así: nosotros vivimos de colocar acciones sobrevaluadas a pendejos que tienen dinero extra.

Pedro me contactó por Twitter. Le conté por qué me dedicaba a ser escort y me confesó que él era banquero por las mismas razones. Nuestro trabajo, me dijo, es vender esperanzas y guardar en efectivo la comisión. Te quedas con el cash y les endosas las promesas.

Un día, después de varias citas, me dijo que quería salir conmigo. Como me gustaba, le dije que sí. Casualmente le platiqué de una deuda que me agobiaba y él —galante y generoso— se ofreció a pagarla.

Meses después me confesó que estaba enamorado. Me pidió que tuviéramos un hijo juntos para sellar nuestro pacto. Por supuesto, lo mandé a la chingada. Ese día entendí que los hombres son buenos para dar consejos pero malos para seguirlos.

Lo que hacemos en Animal Político requiere de periodistas profesionales, trabajo en equipo, mantener diálogo con los lectores y algo muy importante: independencia
Tú puedes ayudarnos a seguir.
Sé parte del equipo
Suscríbete a Animal Político, recibe beneficios y apoya el periodismo libre.
Etiquetas:
escort
historias
Libros
Literatura
mujeres
sexualidad
testimonio
Iniciar sesión

Registrate
Suscribete para comentar...
image